Por Walter Ortiz
Cuando a sus anchas cabalgaban los expertos de la arquitectura financiera internacional, por allá en los años 70, 80 y 90 del siglo pasado, vendiendo préstamos a cambio de faraónicos proyectos e inversiones que jamás llegaron, nuestra región fue inundada por una retórica liberal que nos pondría en un prometido camino de desarrollo.
Pobreza y miseria, un endeudamiento brutal, sumado al saqueo estructural de nuestras materias primas fue la verdadera intención y el plan realmente aplicado bajo las divinas consejas liberales de la igualdad, legalidad y fraternidad, en una América latina que recién veía como a sangre y fuego se aplicaba un shock en la Chile posasesinato y golpe de Estado contra Salvador Allende, con tanques de pensamiento como Milton Friedman a la cabeza.
Luego, las rebeliones populares de Venezuela en 1989, las rebeliones militares de 1992, y el levantamiento de Argentina en 2001 vinieron desnudando el fracaso absoluto de paquetes de ajuste económico, diseñados desde el Fondo Monetario Internacional, de cuyo beneficio principal nada llegó a manos de la inmensa comunidad nacional de estos Estados.
Privatización de todo cuanto pudiera generar alguna tasa de ganancia, desregulación a ultranza, estado mínimo, supuesto clima de “confianza” a la inversión, fueron los esquemas aplicados con la farsa del beneficio a las mayorías nacionales. Todo se aplicó al pie de la letra pero la desigualdad y la pobreza permanecieron intactas y en franco crecimiento.
La realidad fue otra bien distinta, por ejemplo el caso Venezuela muestra como para 1998 la pobreza general estaba por el orden del 49% siendo de casi 21% la pobreza extrema, de acuerdo a datos del Instituto Nacional de Estadísticas de nuestro país. El modelo de redistribución de riqueza de Hugo Chávez alteró positivamente todos estos números, de acuerdo a los sucesivos informes de la CEPAL. Sin embargo, con el derrocamiento de Manuel Zelaya en Honduras (2008) inicia un período de retroceso de la izquierda y de entrada al poder de una mentada derecha «renovada». Con el tiempo encontramos vino nuevo en vasijas viejas.
Argentina y Ecuador, hipotecadas hasta la médula, son muestra de la misma reacción, con sus claras diferencias, ante la implementación de las viejas políticas que causaron un incremento de la protesta social generalizada ante la desigualdad, miseria y pobreza estructural que estas acciones eventualmente causaron y causarán a futuro, tal como sucedió en épocas pasadas.
Si a lo anterior sumamos la agresión sistemática contra pueblos pacíficos y soberanos como la República de Cuba y la República Bolivariana de Venezuela, bloqueados genocidamente al punto de generar rechazo de los pueblos y un renovado movimiento antiimperialista hacia la élite de Washington que pretende ahogarnos en su Doctrina Monroe; pues el cóctel está completo.
Ello también vuelve inevitable, así intenten seguir presionando países o judicializando líderes de izquierda, un nuevo proceso de irrupción de fórmulas alternativas a una derecha regional incapaz, endeble y bastante torpe para medir las demandas de los pueblos en pleno siglo XXI.
Esta lección es válida para todos nosotros: no se puede creer en la voluntad fantasmagórica del «dios mercado» para regular todo, a riesgo de observar como la explotación y la desigualdad se ponen al orden del día. La protección del pueblo, de los trabajadores, de su salario y de su bienestar es clave para sostener cualquier acción que estabilice a nuestras patrias. No hay otro camino viable y solo nosotros con nuestras capacidades, educación, tecnología y trabajo diario construiremos el camino con arreglo a nuestros intereses y en nuevas alianzas internacionales.