La búsqueda de la verdad y la justicia para las víctimas es nuestra primera deuda con el pueblo que se rebeló contra el neoliberalismo en 1989.
Por Esther Quiaro
A 30 años del Caracazo, comparto una mirada sobre esta rebelión popular, que significó el primer levantamiento contra el neoliberalismo en el mundo.
LOS ANTECEDENTES
27 de febrero de 1989: el aumento abusivo del pasaje en la ruta Guarenas-Caracas desató la ira popular, que como pólvora se regó a toda la Gran Caracas (Guatire, Valles del Tuy, Los Teques y por supuesto el municipio Libertador). En principio protestas. Luego se iniciaron saqueos, los cuales se multiplicaron cuando la gente descubrió que en los depósitos de los comerciantes había abundancia de los productos básicos que escaseaban desde algunos días atrás.
¿Por qué tanta ira? ¿Por qué el mismo pueblo que eligió apenas dos meses antes a Carlos Andrés Pérez como Presidente se volcó a las calles para expresar su descontento con tanta fuerza? Porque nos engañaron. Una vez más.
La campaña electoral del “Gocho”, como se apodaba a CAP, se basó en una promesa: volvería la Venezuela Saudita de su primer gobierno (1973-1978), cuando los precios del petróleo alcanzaron máximos históricos y las migajas que llegaban a los más pobres eran suficientemente grandes para tenerlos calmados.
CAP fue investido como Presidente en un acto que fue conocido como la “Coronación” y dos semanas después anunciaba el “Paquetazo”: un conjunto de medidas económicas recomendadas por el FMI para otorgar al país un préstamo. La lista es conocida: liberación de precios, aumento de la gasolina, reducción del tamaño del Estado, privatizaciones. Aunque en los primeros días afirmó tajantemente que no acudiría al FMI, fue lo primero que hizo.
El impacto sobre la vida del pueblo de este paquete de medidas no se hizo esperar. A un pueblo ya empobrecido por la recesión del quinquenio Lusinchi (el autoengañado) CAP le pidió que “se apretara el cinturón. Como Fedecámaras ya conocía de las medidas, los comerciantes procedieron a desaparecer los productos de la cesta básica, en espera de los anuncios que les permitirían aumentar los precios. Y la mecha se encendió con los aumentos abusivos en los pasajes de las rutas interurbanas.
Los hechos.
Durante treinta años se ha especulado sobre el origen de las protestas y saqueos que sacudieron al país desde el 27 de febrero y hasta los primeros días de marzo de 1989. Los partidos del estatus (AD y Copei) lanzaron entonces la tesis de que habían sido promovidas por grupos subversivos. Nada más lejos de la realidad.
Durante décadas al pueblo venezolano le ofrecieron un bienestar que nunca llegó. Y cuando creyó que estaba cerca, CAP borró toda esperanza al pedirle al pueblo que también “hiciera sacrificios” para poder superar el momento. Allí se rompió la vitrina. Y la gente salió a buscar lo que era su derecho.
Las protestas devinieron en saqueos. Y la respuesta del gobierno de CAP fue sacar a la calle al Ejército para restaurar el “orden” y preservar la propiedad. A sangre y fuego los soldados reprimieron a los pobres en zonas como Petare, El Valle, Catia, el 23 de enero.
No había suficientes tropas en la capital para la operación ordenada por CAP. Entonces trajeron a los reclutas nuevos. La mayoría nunca había salido de sus pueblos, mucho menos estado en la capital. Eran muchachos aterrorizados con un FAL en las manos, a quienes le ordenaban disparar contra la gente sin ninguna contemplación.
Vino el toque de queda, y los cuerpos policiales de la época hicieron “fiesta” con la represión y allanamientos selectivos en las zonas populares, bajo la tesis de que los “desórdenes” eran promovidos por los “subversivos” de organizaciones sociales, sindicatos, partidos de izquierda. Pero estos habían sido sorprendidos también por la ira popular.
La reconstrucción de lo que pasó durante aquellos días aciagos llevó años. Un velo de silencio se tendió desde los medios de comunicación, que no solo hablaron poco o nada de lo que sucedía, sino que iniciaron un discurso criminalizador de las clases populares. Para ellos la tragedia era que se había atentado contra la sacrosanta propiedad privada. Por ellos que el pueblo siguiera muriendo de mengua, de hambre, de represión.
De los camiones cargados de muertos, las cargas indiscriminadas contra casa y edificios, los brutales allanamientos que sucedieron aquellos días tenemos memoria por la radio bemba. Y por el valor de fotoperiodistas y camarógrafos que registraron los hechos.
Después…
Pasados los días de mayor violencia y represión, el trauma fue revelando la magnitud de los acontecimientos. El establishment no le perdonó al pueblo que se atreviera a decir que no aceptaba ser el cordero que iba al matadero del neoliberalismo.
Además del discurso criminalizador contra las clases populares, siguieron años de una fuerte represión contra las organizaciones sociales. Los movimientos de estudiantes, campesinos, trabajadores y pobladores de las zonas populares sufrieron durante años esta forma de hacerle pagar al pueblo el haberse atrevido a protestar, a rebelarse.
Reconstruir los hechos pasaba por desmentir las tesis oficiales que hablaban de unos 300 muertos, (así decía el infame Italo Del Valle Alliegro cuando le preguntaban). Desde el primer aniversario del Caracazo se adoptó el lema “La Patria llora a sus hijos”. Y sigue haciéndolo. Porque aún no sabe dónde están, ni quién los mató.
Así como fue inédita la fuerza con la que el pueblo salió a la calle, fue inédita la brutal respuesta de las clases dominantes. Venezuela fue de nuevo un mal ejemplo, como lo fue cuando Bolívar llevó a llaneros en alpargatas a través de los Andes para liberar a otros pueblos.
Pero el 27F fue también un sacudón para el movimiento popular. La necesidad de entender lo que había pasado, de organizar al pueblo para resistir, denunciar, proponer, fue llevando a la construcción de una fuerza política que una década después llevaría al pueblo al poder con Hugo Chávez. Pero esa es otra historia.
En La Peste se desentierra la verdad
Luego del Caracazo, la denuncia de los asesinatos, ejecuciones extrajudiciales y desapariciones forzadas llevó a las exhumaciones de más de 70 cuerpos en las fosas comunes del sector La Peste, en el Cementerio General del Sur.
El 26 de noviembre de 1990 se iniciaron los trabajos para desenterrar la verdad, que convocaron la solidaridad y el apoyo decidido de grupos de estudiantes, activistas de derechos humanos. Con un gobierno que quería ocultar la verdad, un Ministerio Público y un Poder Judicial que se hicieron los sordos, mudos y ciegos en todo ese proceso; durante un año se exhumaron unos 80 cuerpos que fueron depositados en bolsas de basura, sin más.
Están allí, esperando aún por identificación. Sus madres, padres, esposas, hijos e hijas siguen esperando saber qué les pasó. Nuestro deber revolucionario es mucho más allá de recordar los hechos. Es establecer la verdad y hacer justicia a las cientos, a las miles de víctimas de la represión brutal contra el primer pueblo que se levantó contra el neoliberalismo.