12/8/2019
Walter Ortiz
El gobierno de Trump ha delineado un método muy claro en política exterior que se ha desarrollado como una constante en sus años de Administración: obstaculizar el trasvase hegemónico. Esto no es un secreto para nadie, de hecho la presencia de la Ruta y la Franja (China) o el respaldo técnico militar (Rusia) en cualquier parte de América Latina les causa terror.
Es por ello que, en su pretensión de revivir la doctrina Monroe que en el siglo XXI implica el exclusivo control político, económico y militar de las riquezas de esta región, con su única hegemónica presencia; han dado sus más recientes pasos en el proceso de bloqueo abierto contra la República Bolivariana de Venezuela.
Con denuedo, con paciencia, con mucha mano zurda, con aguante y resistencia, el Gobierno Bolivariano, interpretando claramente el anhelo de las mayorías nacionales, vino promoviendo un esquema de diálogo con la oposición, facilitado por el Reino de Noruega.
Sin embargo el diálogo en si choca abiertamente con la determinación de «cambio de régimen político» que pretende imponer a la fuerza la Administración estadounidense. Esto no se trata de cambiar el gobierno nacional, como erróneamente he escuchado en algunas opiniones sobre el tema.
Se tratar de revertir en su totalidad cualquier proceso político que de manera independiente y multilateral desarrolle alianzas con el mundo, que en este siglo ya no es solo Europa ni solo EEUU. Es evidente que la Constitución Nacional de 1999 y el sistema político venezolano actual no sirve a los intereses estratégicos de la élite política en EEUU.
Lo que ha rebasado el vaso, en esta última agresión gritada a los cuatro vientos por John Bolton, un genocida a quien la Corte Penal Internacional ni se ha molestado en investigar por la farsa en la cual participó y que asesinó por mampuesto a millones de seres humanos en Irak; es la complacencia, el aplauso, y hasta la celebración de sectores opositores quienes parecen obsesionados en cumplir las órdenes vertidas por sus amos a costa del sufrimiento de un pueblo.
Esta sumisión siembra desconfianza y amenaza cualquier proceso de diálogo, que no puede aceptar chantajes ni escaladas si quiere llegar a un término aceptable especialmente para el bienestar de los venezolanos.
La estabilidad y la paz es un patrimonio de la Nación. Se equivocan quienes pretenden jugar con ella, por lo cual ha sido buena la decisión del Presidente Maduro de no enviar a la delegación del Gobierno Nacional. Es inaceptable que sectores sentados en una mesa de negociación política le den puñaladas en la espalda cohonestando cualquier acción de la élite estadounidense.
Más aun cuando estas acciones ilegales e inmorales responden a los intereses geopolíticos de EEUU, que necesitan una Venezuela de rodillas para asegurarse estratégicamente de sus recursos al tiempo de colocar un grupete de lacayos a su servicio en el poder, por manera de evitar lo inevitable, la entrada de China y Rusia en la región como actores de la nueva época mundial que se nos asoma.
El Estado venezolano tendrá que hacer justicia y el país nacional tendrá que avanzar por una senda armoniosa que garantice un diálogo franco que no le dé puñaladas a Venezuela. Asfixiar su economía o promover una guerra no es de patriotas, es de alta traición.