Por Néstor Francia
La decisión de los partidos opositores Acción Democrática (AD) y Primero Justicia (PJ) de acompañar al partido fascista Voluntad Popular (VP) y no concurrir a las elecciones presidenciales convocadas para el 22 de abril tiene varias lecturas e introduce elementos peligrosos en el escenario político. Algunos partidos de oposición, como el MAS y Avanzada Progresista, y quizá Copei, han sugerido que sí participarían y se sospecha que Henry Falcón finalmente inscribirá su nombre como candidato, además de otros que parecen estar ya en carrera, como Claudio Fermín y el fundamentalista cristiano Javier Bertucci. Es decir, lo primero que se debe establecer es que la oposición aparece de nuevo dividida ante el país, aunque pareciera que la tendencia abstencionista tiene más fuerza orgánica.
Observemos que las tendencias más extremistas de la oposición vuelven a colocarse al frente de las posiciones de la MUD, luego del fracaso del intento de diálogo en República Dominicana. Esto es coherente con lo aseverado por Oscar Schemel en su entrevista con José Vicente Rangel, en el sentido del replanteamiento de la agenda insurreccional de la derecha, y tiene que ver con lo declarado por el presidente del partido opositor Movimiento al Socialismo (MAS), Segundo Meléndez, quien considera que de no ir a las elecciones, “sería el triunfo de la anti política… Nosotros no creemos en golpes de Estado o intervenciones extranjeras como mecanismo de salida de esta situación”.
Tentación violenta
Esta rotación de jefatura táctica en la oposición es una clara muestra de la total ausencia en ese sector de alguna línea política definida ni siquiera en el mediano plazo. Sus vaivenes entre la asunción de una táctica electoral y la tentación de la violencia no son nuevos, se originaron ya en el año 2001, cuando el 10 de diciembre se decretó el primer paro patronal que abrió camino a la escalada insurreccional que desembocó en los sucesos de abril de 2002. Desde entonces ha tenido distintas manifestaciones. A veces los sectores relativamente más moderados, representados hoy por el MAS y Avanzada Progresista, entre otros, han impuesto la participación electoral. En otros momentos se han entronizado los más radicales, como VP y los seguidores de Machado y Ledezma. Entonces se han ido por la abstención electoral, como en las parlamentarias de 2005, o por la violencia abierta, como en las guarimbas de 2014 y 2017.
El que esta vez los más extremistas hayan tenido éxito en el aborto del diálogo y en la vía abstencionista que finalmente toman los partidos más importantes de la derecha encierra malos augurios. Al ser reelecto Nicolás Maduro, se cierra de momento el ciclo electoral, al menos hasta que se someta a consideración popular las decisiones constitucionales de la Asamblea Nacional Constituyente, aunque si se generaran
circunstancias sobrevenidas, no es descartable un adelanto de las elecciones parlamentarias que en un principio están pautadas para 2020. Esto significa que están dadas las condiciones para una radicalización de la acción opositora. Inclusive, los sectores más radicales podrían decantarse por formas de lucha abiertamente insurreccionales, como el terrorismo, los asesinatos selectivos, y nuevas guarimbas o
acciones de carácter paramilitar o de inspiración mercenaria. Acaso un abrebocas de esto lo estamos viendo con las bombas lacrimógenas en el metro y los eventos de sabotaje del sistema eléctrico.
Sabotaje a la gestión
Por otra parte, la línea abstencionista va a dividir también a la base social de la derecha, que ha sido muy proclive a la participación electoral. Una encuestadora afín al sector político derechista, Hercon Hermanos, ha presentado un supuesto estudio de campo que revelaría que el 37,1 de los electores opositores votaría en las elecciones de abril. Al margen de la confiabilidad de este estudio, dado el sesgo histórico que ha mostrado esta firma de actuación tarifada, es claro que no todos por la base están de acuerdo con la no participación y que un candidato exitoso de la derecha podría obtener varios millones de votos y hacerse así de una base electoral mínima de alguna importancia, además de usar la vitrina electoral como una plataforma para la difusión de sus ideas y sus propuestas para el país, lo cual podría ser alimento para una posibilidad de organización social y acumulación de fuerzas. Pero los más extremistas quieren tumbar a Maduro “de ya para ya” y no están dispuestos al abono del tiempo y la paciencia, dos factores que siempre han tenido en cuenta los políticos exitosos.
La apuesta a la violencia extremista cobra en este momento nuevos argumentos en el archipiélago opositor. Esto habrá de combinarse con el sabotaje de la gestión de Maduro en todos los órdenes, el aumento de la presión imperialista con el apoyo de toda la derecha internacional y el intento de generar situaciones de conflicto social. No van esperar seis años más para “la salida”. Se siguen cumpliendo nuestros pronósticos de principios de año cuando auguramos un 2018 de agudización y radicalización de la lucha de clases a los niveles nacional e internacional. A prepararnos para nuevos enfrentamientos y a mirar con cuidado la realidad, incluida la de nosotros mismos como factor político preponderante.