Franco Vielma
Aunque la política sigue siendo nuestra interacción por la definición de la cosa pública y el ordenamiento económico y social del país, en Venezuela ésta ha alcanzado la categoría de ser una instancia moduladora de nuestra realidad sociocultural a niveles profundos, al punto de constituirse como cuestión identitaria. Esto hablando del chavismo.
Por mucho, el chavismo es un referente denominador del entramado social en instancias incluso más allá de él. Además de ser una construcción desde y para el devenir que se define en función de un ideario y una praxis marcada alrededor de la figura de Chávez y el acompañamiento político que tuvo desde grandes sectores sociales.
Así que una sinopsis sobre Chávez pasa por el reconocimiento del chavismo como una identidad más que política, para ser también una entidad emocional, sociocultural.
Chávez es hoy las conclusiones que tenemos sobre él. En ellas persiste, en ellas perdura, en ellas se preserva.
¿Qué es y seguirá siendo Chávez para la realidad venezolana? ¿Un referente? ¿Un momento? ¿Un proceso de largo aliento? ¿Cómo se conjuga su nombre en los nuevos momentos que hoy transita su herencia?
Chávez y nuestras circunstancias
No hay discusiones. Los momentos actuales de la República Bolivariana de Venezuela luego del periplo de Chávez por estas tierras nos convocan a efectuar un corolario político. Irremediablemente éste desemboca en que ahora, como tantas otras veces, Chávez tuvo razón. Son estas las horas de las que nos alertó en su último discurso ante la nación, pues no nos han faltado ni las “circunstancias de nuevas dificultades”, ni quienes han tratado de aprovecharlas para intentar empujarnos a la restauración del oprobio.
Son estos los tiempos en que el enemigo real y profundo de la Revolución Bolivariana salió de las sombras para sumir con mano propia su escalada destructiva contra el chavismo. Decretos, sanciones, acciones de asfixia financiera y comercial. Circunstancias económicas adversas. El aparataje y la variante económica de la desestabilización interna. El asedio diplomático. La nefasta componenda política interna. Violencia fascista brutal, paramilitarizada y articulada. El intento de empuje del país todo a una gran conmoción, al conflicto, a la guerra total en su versión armada. ¿Hay alguien que duda de la magnitud del tiempo en que vivimos?
¿Cuántas veces se vio amenazada la República como hoy? ¿Cuántas oportunidades en la historia ha tenido la dignidad venezolana para enfrentar poderes absolutos y reales de manera consistente y descarnada? Sin duda, vivimos en circunstancias inusuales y extraordinarias, que bien podemos lamentar o por otro lado atesorar como símbolo irreductible de nuestro momento. Los atributos del salto a la historia que dimos con Chávez son lo que son. De nosotros depende su lectura.
Desde esta lectura es preciso concluir que lo que Chávez es hoy para el chavismo y más allá de él, para la realidad nacional, yace en nuestra síntesis del momento conjugado con visión de la política y la sociedad venezolana.
Desde 1998 y durante un primer ciclo revolucionario en Venezuela hasta 2003, se produjo la gran ruptura venezolana de nuestro tiempo. Antes del ascenso de Chávez a la presidencia, el poder en Venezuela era una sola entidad con un espacio político y otro económico. Uno se subordinaba al otro en una especie de binomio inseparable, regido por una gendarmería nacional que a su vez servía a intereses extranjeros. Al llegar Chávez, la ruptura se produjo de manera que el poder político quedó en una instancia y el económico en otra, dando paso con ello a situaciones inéditas en la vida nacional que definieron una hoja de ruta hasta nuestros días.
Dicho de otra manera, emprendimos una hoja de ruta histórica que hoy nos trae fuertes coletazos. Así que, en medio de las consideraciones de la coyuntura venezolana, el antichavismo tiene razón en una frase mas no en su contenido: “Lo que hoy ocurre en Venezuela es culpa de Chávez”, pero no desde la narrativa de sus acciones por mano propia, sino por los demonios que desató su accionar, que fue el nuestro. El del atrevimiento. El de pensar y construir una República sin los designios de la plutocracia nacional anclada a los poderes hegemónicos extranjeros.
Esto extrapola el sentido del 5 de marzo que se simplifica alrededor de Hugo Chávez en una dirección que debemos revisar. El legado de Chávez no es el legado de Hugo Chávez, léase bien: el legado de Chávez en realidad es nuestro legado. En él persiste el chavismo, porque el chavismo persiste en sí mismo, persiste en su propio peso político, en su propia responsabilidad histórica, en su propio accionar, en la síntesis que se constituye en nuestros días como una senda trazada y una determinación al atravesarla.
En realidad Chávez fue resultado de un proceso político y en él recayó el resumen, anclado en un cuerpo físico, de una aspiración proveniente de nuestro cuerpo social. Literalmente lo parimos para liderar una causa política enorme, de proporciones sociales a largo plazo. Esas circunstancias que hemos creado y en ellas persistimos. Como ocurre en cada uno de nosotros cuando interiorizamos nuestras responsabilidades por lo hecho por nuestra propia mano, y las asumimos, así debemos emprender la tarea de asumirnos responsables, herederos y baluartes de nuestro devenir, desde nuestro cuerpo colectivo.
Nuestra elección política
Puede elegir usted entre extrañar, reflexionar o llorar alrededor del nombre de Chávez. A estas horas las indagaciones no se hacen esperar. Muchos tienen algo que opinar sobre lo que se ha dicho, sobre lo que no se ha hecho o sobre lo que hay que hacer luego de su ausencia física y los avatares que nos han abordado.
Pero las placas tectónicas del poder mundial se estremecen. El hemisferio acude a importantes y acelerados cambios geopolíticos. Y apenas hay unos pocos puntos de choque de estas grandes fuerzas telúricas. Uno de esos nudos críticos de la política mundial somos nosotros. Estas instancias nos obligan a mirar más allá de los avatares de nuestro frente interno, nos constriñen a superar la miopía política de observar nuestro “aquí” y nuestro “ahora” sin reconocer nuestro contexto. Venezuela se encuentra bajo asedio, ya sabemos, por nuestra relevancia geopolítica, por ser un pivote energético global, en fin.
Pero Venezuela es también un punto de convergencia de grandes infamias nacionales e internacionales por haber dado un paso legítimo en la historia, por el reacomodo de nuestras visiones de la política y del mundo, y por haber consagrado una revolución genuina, “por culpa de Chávez”, por nuestra gran culpa, debemos confesar con gusto ante nosotros y ante el mundo.
¿Son estos momentos escenarios para el romanticismo de la nostalgia? ¿Son estas horas el punto de partida correcto para evaluar la política desde las ausencias, los pesares y las inconformidades? Definitivamente no.
Cinco años han transcurrido desde la siembra de Chávez, y aunque su fuerza, su ideario y su conexión emocional profunda con nosotros nos convoquen, lo que más debemos recordar son las lecciones ya aprendidas con él y gracias a él. Pues para tiempos como éstos fue el aprendizaje: nuestro sentido de la sagacidad política, inteligencia, oportunidad, creatividad y pragmatismo.
El sentido del privilegio de la preservación del objetivo estratégico, por encima de los métodos y las tonalidades convencionales, es una realidad que signa este momento político en el chavismo. Y aquí no hay mayor espacio para ternuras. El chavismo prevalece, contra muchos pronósticos y a expensas de situaciones jamás conocidas. Ese es el saldo, con matices dolorosos, producto de grandes presiones, fuertes contracciones y grandes emociones. Tal cual como un parto.
Junto al presidente Nicolás Maduro, en las horas difíciles (las más inadecuadas para dudar), nuestra elección política debe ser asumida sobre la inercia de una realidad inocultable e imposible de evadir: Venezuela está en guerra.
Y en este punto vale la pena recordar una lección de Chávez: ninguna guerra se gana llorando. Toda guerra se gana, apenas recordando el ideario de nuestros héroes y mártires, para luego desplegar la estrategia, el conocimiento, la pericia y el aplomo en el terreno.
Claro que nos duele Chávez. Pero nuestra racionalidad debe ser impoluta. A cinco años de la partida de Chávez, resistimos, así debemos entenderlo. Seguimos de pie. “Que nadie se equivoque”.