A Raúl Cabrera in memoriam
En el año 2004 vi una película francesa dirigida por Christophe Barratier llamada Los coristas, ambientada en 1949. La historia trata de cómo un maestro de música se entrega a la tarea de crear un coro en un colegio internado para menores con mala conducta hasta transformarlos con la magia del canto. Recordé esta película cuando mi amiga Ninoska Farías me informó del fallecimiento del maestro Raúl Cabrera el martes 12 de junio de 2018.
Raúl Cabrera es a Sarría, lo que el padre Salvador Rodrigo es a Villa de Cura y lo que Leticia Cossettini es a Argentina. Ellos aman la música coral infantil. Sus obras, el Coro Infantil Venezuela, los Niños Cantores de Villa de Cura y el coro de pájaros son referentes culturales de pedagogía polifónica. Ellos fraguan la sensibilidad. Así como Simón Rodríguez formó el corazón del Libertador del Mediodía de América, así, Raúl, Santiago y Leticia, forman los corazones de las niñas y niños “para la libertad, la justicia, lo grande, lo hermoso”.
El padre Salvador Rodrigo se forma musicalmente en el Seminario de Pamplona, en el País Vasco, donde estudia lenguaje musical, canto gregoriano y dirección coral. Fue director de la Escuela de Música Ángel Briceño de Villa de Cura. En noviembre de 1970 funda un pequeño coro parroquial con niñas y niños de las escuelas públicas de esta ciudad aragüeña, capital del municipio Zamora, dando origen a ese proyecto educativo y musical llamado Niños Cantores de Villa de Cura, que es en realidad toda una comuna educativa de formación formal, primaria y bachillerato, donde el canto coral es la columna vertebral de esta utopía lograda.
Las hermanas Olga y Leticia Cossettini concebían el currículo con la convicción de que la escuela debía ensanchar la capacidad del niño de imaginar, de crear, de expresarse y de elegir en qué lenguaje hacerlo.
Leticia cuenta que cuando llegó a la Escuela Dr. Gabriel Carrasco de Rosario trabajó con un grupo de niños de 8 a 10 años, inquietos, inestables, que necesitaban con frecuencia ser estimulados, sacados al patio. Allí, el aire, el sol, los árboles y alguna breve conversación, los tornaba apacibles, equilibrados en sus movimientos, en sus preguntas, en sus pequeños trabajos. Un día sus alumnos le pidieron un cuento. Ella recordó un cuento clásico donde la protagonista es una niña que estaba bajo un hechizo que consistía en hilar una gran cantidad de lino para quebrar ese encantamiento. La niña estaba presa en una torre. Lloraba porque sabe que no podría cumplir con la magnitud de ese trabajo. Y se aparecieron los pájaros, los pájaros que hablan y le preguntaron ¿Por qué lloras? La niña contó su desventura. Y los pájaros respondieron ¡No llores! Nosotros vamos a ayudarte a hilar tu lino. Efectivamente el lino fue hilado. El encantamiento fue roto. La niña fue liberada. Al terminar el cuento miró la cara de los chicos y se le ocurrió preguntarles ¿Ustedes saben imitar el canto de los pájaros? Aparecieron algunos decididos que me dijeron sí, sabemos el canto de la palomita, de la cachila, del cardenalito. “Si saben imitar el canto de las palomas, vamos a hacer la música de las palomas, cuando cantan cuando están cerca y cuando están lejos. Los gorriones que están agrupaditos todos, listos para su piar. Yo voy a indicar con las manos cuando canta la paloma que está lejos, la paloma que está cerca, cuando hacen diálogo las dos. Y cuando entran los gorriones. Ustedes tienen que estar muy atentos. Y empezó el juego mágico así, de esa manera”.
En 1936, la señorita Leticia creaba el coro de los pájaros con niños que protagonizaban su aprendizaje en “un primer plano expresivo haciendo su canto de los pájaros: como el benteveo, la calandria, el zorzal, el paraguayito, el canario, el hornero, la corbatita, la tacuarita, toda una cantidad de pájaros de cantos verdaderamente sutiles, delicados o estridentes que los chicos reconocían porque éste era un paraíso virginal donde el chico era el dueño del barranco, de las frondas, de los caminos arbolados, donde se sentían libres, de manera que incorporar el canto de un pájaro a su voz era casi una idea, una cosa natural una cosa sensible concebida por el paisaje y por el ámbito a la capacidad creadora o expresiva de un chico”. De ese coro ornitológico, el poeta Juan Ramón Jiménez, cuenta “…quiero hacer más público y más permanente mi testimonio de aquel bellísimo ejemplo de trabajo gustoso. Comenzó el acto con el concierto de la orquesta de ‘pájaros niños’, dirigidos por Leticia, con su concentrado espíritu en cada mensaje de mirada y gesto. Aquello fue un delicioso gracear de vida. La ponderación, el valor, la riqueza de los sonidos, componían una música como de un Debussy, un Ravel, un Prokofieff, un Alban Berg, que hubieran andado allí entre nubes sonrientes”. Leticia resume lo que fue esa experiencia pedagógica así: “Tratábamos de crear día a día una clase distinta. Le teníamos alergia a la rutina. Yo creo que cuando la rutina llega, el aprendizaje se termina y el maestro también. Se muere la alegría, porque el niño cambia, crece, es siempre diferente».
Raúl Cabrera nace el 20 de mayo de 1937 en La Pastora, histórico barrio del norte caraqueño. A los 15 años su familia se muda al sector Pedro Camejo del barrio Sarría. Se inicia en la música informalmente gracias a una pianola que le regalaron cuando niño. El maestro Ángel Sauce lo acepta en la Coral Venezuela y en esta agrupación aprende a solfear y a leer partituras. Cabrera tiene en esa época 17 años. Una noche, mientras dormía, escuchó en sueños unas voces de ángeles que lo marcaron. Sin saber armonía, el maestro Cabrera comienza a hacer arreglos de música para niños a tres voces. Aprende a tocar cuatro para poder acompañar al Coro Infantil Venezuela que funda el 14 de noviembre de 1962. En 1964 sale a la luz su primer disco de 45, llamado Así cantan ellos. Sobre los inicios de este coro, cuenta la profesora Dévorah Cabrera que “Raúl encaminó a los niños del edificio donde él vivía, que cantaban aguinaldos y parrandas con sus instrumentos nuevos”. Pronto los organizó “para un concurso, el cual ameritaba una canción inédita que él compuso”.
Sobre los párvulos coreutas, prosigue la docente: “Hubo una época en que Raúl Cabrera con su transporte constituía un mega-coro trayéndose a los niños de escuelas de diferentes lugares de Caracas y “luego los repartía” por La Pastora, La Candelaria y Parque Central”. En el año 1975 el maestro Raúl Cabrera seleccionó, del Coro Infantil Venezuela, un pequeño grupo al que llamó La Rondallita para grabar el aguinaldo El burrito sabanero con coautoría de Hugo Blanco. En este aguinaldo el arpista es Oscar Margaret y la voz solista es de Richard Cuenci. Entre los éxitos de este coro destacan: el joropo en forma de canon El abuelito, dedicado al abuelo de Raúl, Negrita de Barlovento de Raúl Cabrera y Venezuela de Lorenzo Herrera, que era el tema musical del programa infantil que conducía Eladio Lárez, El Universo de los Niños, en la Cadena Venezolana de Televisión (actualmente Venezolana de Televisión). El 25 de julio de 2005 el Coro Infantil Venezuela fue declarado Patrimonio Cultural del Municipio Libertador por la alcaldía de Caracas. Raúl Cabrera estaba en la lista de los futuros Maestros Honorarios de la Universidad Nacional Experimental de las Artes (Unearte).
En la pedagogía de la danza de Irahys Hernández, profesora de Unearte, vemos la huella de Raúl Cabrera. Sobre su experiencia con el Coro Infantil Venezuela cuenta Ninoska Farías: “canté con él entre 1969 y 1976. Fue quien me inició en el maravilloso universo del canto coral. Universo del que todavía soy habitante. Aprendí el trabajo en equipo, el respeto por el semejante y por el que no es tan semejante, a caminar juntos por un mismo proyecto, a hacer amigos de vida, a cuidar de los más pequeños y comprender que el canto es un derecho humano fundamental. A él le debo mi amor por la música”.
Al final de la película Los coristas el director del internado le replica al maestro después de echarlo del trabajo: «¡Eres un músico fracasado!» sin poder evitar que los niños despidan a su maestro con avioncitos de papel cargados de despedidas amorosas. El maestro se va risueño con la frente en alto sabiendo que logró su objetivo: «La musique peut changer les gens» (la música puede cambiar a las personas). “El niño cantor será un adulto mejor”, es el lema de los Niños Cantores de Villa de Cura. Leticia Cossettini, Salvador Rodrigo y Raúl Cabrera encontraron su lugar en el mundo como educadores. Son creadores de la escuela del canto coral. Creen en el poder redentor de la música. Tratan a los niños como niños, no como proyectos de hombres o de mujeres. Los conciben como seres humanos desde el primer día. Ellos están conscientes de que la escuela no tiene que preparar para la vida porque la escuela es la vida.