Es un escándalo: miles de niños separados de sus padres y puestos en jaulas, como perritos en perreras. Los grandes medios publican su sorpresa, su indignación por tan horroroso hecho. Y se se filtra el llanto de los niños enjaulados, y una periodista larga el llanto en vivo. Y las redes sociales se vuelven un solo clamor, una sola condena. Y nadie se queda fuera de la última movida de indignación y condena, en la que caemos todos como corderitos.
Es como si el mundo acabara de descubrir que la injusticia golpea más duro a los más pequeños. Es como si el mundo acabara de descubrir que los derechos no existen para los pobres. Es como si el mundo acabara de descubrir que los Estados Unidos viola los derechos humanos con absoluto desparpajo. Y hoy los derechos humanos son unos niños enjaulados de quienes nadie hablaba ayer, cuando el hambre, la violencia, la desesperanza los expulsó de Guatemala o de Honduras, o de El Salvador, o de México… miles y miles de niños que cruzan fronteras, con o sin sus padres, en un éxodo de décadas que, al parecer, nadie ve.
Pero ahora importan los niños. Ahora, convertidos en dudosa bandera del mismo sistema que los enjauló, ondeada por personajes nefastos que fingen indignación. Y vemos a Hillary Clinton, la que sembró el infierno en Libia con una risa macabra, horrorizada con los campos de detención de niños, que funcionaban bajo un manto de silencio durante el gobierno de Obama, del que fue Secretaria de Estado. Otra indignada es Michelle Obama, que no le parecía malo enjaular niños cuando el enjaulador era su marido quien, por cierto, se ganó el mote de “Deportador en Jefe” durante su mandato.
Laura Bush, sí, la esposa de George W., dice que “esta política de tolerancia cero es cruel e inmoral”. Y lo dice con su cara tan lavada, porque nadie recuerda a su esposo por haber sido el impulsor de esa política anti inmigrantes, sino por el el reguero de cadáveres y de huerfanitos mutilados que dejó en Iraq, algo que, para Laura, no es ni cruel ni inmoral.
Y hablando de Iraq, de los medios y de sus denuncias indignadas: recuerdo cómo los medios cocinaban a Saddam y a los iraquíes todos, hasta los que se le oponían, hasta los que deseaban y ayudaban a los Estados Unidos para que los fueran a salvar. Recuerdo el concierto sistemático (no había un solo titular discordante): Saddam era lo más maligno y más peligroso que había en el universo. Saddam era una amenaza espantosa, nadie estaba a salvo de su maldad. Y viene por más, viene por ti… Y los periodistas, convertidos en infomercenarios, los que repitieron mil veces que Bin Laden era el culpable del atentado de las Torres Gemelas, junto con los talibanes malucos que, destruían antiguedades patrimonio de la humanidad y obligaban a las mujeres a vestir burkas, y tiqui, tiqui, tiqui… hasta que Afganistan fue invadida, y el horror de esa guerra nos hizo sentir a salvo. Y llovieron las bombas y los únicos burkas que quitaron los marines fueron los de las mujeres que violaron… pero eso no importa, porque mira más allá, otro miedo, un malvado que es el culpable de los que era culpable Bin Laden, y no preguntes, mira para acá, que el mundo no estará a salvo mientras exista Saddam Hussein, el de las Torres Gemelas, el que viola los derechos humanos y tiqui, tiqui, tiqui, durante meses hasta que la OTAN invadió a Iraq…
Y luego de vendernos la guerra necesaria, esos mismos medios se lavaban la cara con la historia de Mohamed, el niño que perdió a toda su familia y sus cuatros extremidades de un solo bombazo libertario, y que ahora era atendido amorosamente en el buque hospital del mismo ejército que lo mutiló. Y los infomercenarios mutaban en estrellas lacrimosas que derramaban su llanto de glicerina sobre los cadáveres de niños iraquíes que ayudaron a matar. Y luego la normalización de la guerra eterna que no ya fue noticia, y vino el silencio y, después, un nuevo objetivo, una nueva guerra que cocinar para sus dueños y así van manchando el mapa con sangre de hombres, mujeres y niños que a nadie le importan.
Y volviendo a Texas, a las perreras para niños, a la ignominia del país que se auto proclama la tierra de la libertad; no hay sorpresas. No hay preguntas, solo el conveniente teatro de indignación por unos niños sin nombre que hoy son útiles al relato del fin oscuro que los sacó a la luz, y que mañana volverán al olvido, y seguirá el éxodo centroamericano, mientras los medios apuntan a Venezuela, inventando crisis humanitarias de utilería y diásporas de Instagram.
Aquí no han podido ni podrán. Aquí, nosotros venceremos.