José Gregorio Linares
En la actualidad muchos jóvenes sufren un proceso de moldeamiento cibernético en virtud de que se han convertido en apéndice de las computadoras, las tabletas, los celulares inteligentes, los video-juegos y toda la tecnología vinculada con la informática. Porque manejan con enorme facilidad el hardware y el software a disposición en el mercado, y porque son “nativos” del mundo de la cibernética, los jóvenes se sienten sus amos y creen que la gobiernan. En la práctica la cibernética los moldea: construye su pensamiento, establece los límites de su capacidad cognitiva, forma su sentido del gusto, sus maneras de relacionamiento con otros y consigo mismo, su sensibilidad social y cultural, sus modelos de éxito, sus aversiones, sus hábitos personales, su inclinaciones políticas, sus principios éticos, sus actitudes, emociones y conducta, etc.
En la interacción cibernética, aparentemente se desarrolla un proceso multidireccional donde cada individuo desempeña en algunos momentos el rol de emisor; pero esto es solo una apariencia. En realidad, los cibernautas dejan de ser sujetos activos para transformarse en entes pasivos. Solo reproducen y reciclan lo que ha sido elaborado de antemano en esta plataforma. Lo demás no existe o no interesa.
Ahora bien, el mundo digital está cartelizado; es propiedad de grandes empresas transnacionales que producen, almacenan y distribuyen los íconos y contenidos que le interesa socializar; y excluye o distorsiona los que no le interesa o no le conviene difundir. Los jóvenes se convierten así en receptores del currículo oculto que subyace en los mensajes y los símbolos que se posicionan a través de la plataforma cibernética de propiedad transnacional.
Todo esto ha sido descrito por la investigadora Sherry Turkle (n. 948) en su libro “Vida en la pantalla”. Expresa: “La generación más joven está consumiéndose demasiado en su vida digital. Hay confusión del mundo cibernético con la vida real. He estudiado las tecnologías de la comunicación móvil y he entrevistado a cientos de jóvenes sobre sus vidas en línea. Y lo que he descubierto es que los dispositivos, que todos llevamos en el bolsillo, tienen tanta fuerza psicológica que no solo cambian lo que hacemos, sino que cambian lo que somos”. Si no lo creen, miren cómo actúan los jóvenes en cualquier reunión familiar o en las aulas. Permanecen aislados, conectados exclusivamente al mundo virtual.
Es un fenómeno similar a la “tercera ola” pero a una escala planetaria. En la década del sesenta en un colegio de clase media de EEUU, un joven profesor llamado Ron Jones realizó un experimento que bautizó como “la tercera ola”. Se propuso ir destruyendo todo atisbo de individualidad, toda expresión de voluntad y toda noción de pensamiento divergente. Transformó, mediante un programa sistemático de despersonalización, a un alegre grupo de estudiantes en embriones de fascistas. En la actualidad Ron Jones es el mundo de la cibernética trasnacional, el colegio es el planeta entero, y los estudiantes todos los usuarios de las tecnologías de la información, especialmente la juventud. De esta manera, los individuos llegan a convertirse en multitudes sin pensamiento propio, sin voluntad para decidir por sí mismos, autómatas dispuestos a obedecer las órdenes emitidas por las trasnacionales.
Lo que quiero destacar en esta oportunidad es que el poder político que ejerce la cibernética consiste en la suplantación del “mundo real” por el mundo virtual. El espacio virtual sustituye el mundo real. Se convierte en el espejo que refleja el mundo que las transnacionales de la comunicación quieren que veamos. Cuando se llega a este punto, desde la virtualidad se elabora la agenda política. Allí se crea la sociedad real y se le transforma a conveniencia de los factores políticos que controlan la plataforma virtual, quienes son los mismos propietarios de los otros medios de producción.
Si dudan lo que digo, pregúntense por qué los imperios invierten más en las tecnologías de la información y la comunicación, que en rigurosos programas de formación política. Indaguen cuántos mensajes de WhatsApp revisan los jóvenes y cuántos libros leen. Entonces, es todo un reto para la Revolución, que sus dirigentes y sus militantes lean más en la vida real que en la pantalla. Así ya no veremos a tantas personas, no todas tan jóvenes, revisando impunemente frente a las cámaras de televisión sus celulares inteligentes durante las cadenas informativas televisadas… ¡En momentos cuando el Presidente requiere de toda la atención porque explica apasionadamente ante el país las urgentes medidas que está tomando en el mundo real para enfrentar la guerra económica!