Por Guadalupe Muñoz Olivero
Los patrones de consumo están constituidos por las prácticas y hábitos que forman un modelo cotidiano; el acto de alimentarse incluye un sin número de componentes de tipo sicológico, social, económico y hasta político. Los patrones alimentarios en Venezuela han cambiado según las épocas y la influencia de quienes han habitado nuestra tierra, desde la violenta invasión europea, hasta la acogida amable del hermano extranjero, sin embargo, en el mundo las revoluciones capitalistas del siglo XX, han tenido un papel importante en nuestros hábitos alimentarios, como todo, la industria de alimentos de nuestro país evolucionó a la producción de nuevas alternativas, adaptadas a las necesidades de un mundo con ritmos cambiantes como la entrañable arepa de maíz precocida, nieta de nuestras deliciosas y extrañadas arepas de maíz “pelao” y “pilado”; también fuimos enfrentados a una industria de alimentos extranjera que al encontrarse con un país petrolero con capacidad de compra, se instaló en nuestro suelo para homogenizar- como la van haciendo por el mundo las transnacionales de alimentos- el patrón alimentario del venezolano, haciéndonos un país cada vez más dependiente, y un pueblo ensordecido por las trompetas publicitarias del “progreso” y la comodidad y sabores que ofrecen parecer “estar y ser mejor” de lo que eran nuestras abuelas, que comían funche con sardina guisada. Este efecto colateral del “progreso” es el resultado esperado de un plan perfecto, que hoy ha logrado privar a las venezolanas y los venezolanos de los principales alimentos que componen ahora su patrón alimentario. Ante esta realidad es necesario que luchemos con la palabra y la práctica como un acto de emancipación, volviendo a lo ancestral, a lo soberano, la mujer como punta de lanza de la sociedad venezolana, debe ser una incansable pregonera del consumo de nuestros alimentos, de realzar los platos de la abuela, los indios, los zambos y los negros, que al final son los platos más deliciosos de nuestra gastronomía, los que apalancados, apalancaran la producción nacional y darán amparo a esa campesina y campesino productores que tienen el ñame y el ocumo. Cada vez que una madre, una compañera, una tía, refuerza el amor que se da en la Teta, el amor que se come caliente en un pastel de batata y pescado salado, está enseñando desde el hacer, nuestras raíces, está sembrando un nuevo patrón, una nueva conciencia alimentaria, que solo puede darnos la verdadera soberanía, la libertad; la Seguridad y soberanía alimentaria que merece Venezuela promovida y construida desde las bases del pueblo para la patria.