Por: Geraldina Colotti/ Traducción Gabriela Pereira
Las obsesiones son difíciles de curar, y aquello de lo cual el Secretario General de la OEA, Luis Almagro, se ve afectado, también haría que Sigmund Freud huya a Alaska. Y así, a pesar del repudio de sus declaraciones sobre una invasión militar en Venezuela, incluso por el Grupo Lima, no se detiene: «No me callo. Y no me iré hasta que la dictadura de Maduro haya caído «, dice, aunque en parte se retracta de las declaraciones hechas en nombre de la OEA.
La OEA, que es el Ministerio de colonias (como lo llamó en su momento Fidel Castro), trata de actuar en varias mesas, como es la naturaleza de estas organizaciones, cada vez más reducidas a una hoja de parra para los objetivos bélicos del capitalismo en crisis estructural.
Las reacciones de Donald Trump a veces parecen incontrolables por los mismos altos mandos que lo respaldan. Trump ni siquiera respeta los acuerdos de libre comercio estipulados con los otros países imperialistas. Y es evidente que hay un choque con resultados inciertos sobre la actitud que se debe tomar para que el continente latinoamericano vuelva al «patio trasero».
Ante la pérdida de la hegemonía frente al avance de China en América Latina y a la reconfiguración de un mundo multipolar, Venezuela – rebosante de recursos estratégicos – está en el centro de la escena. Sin embargo, recurrir a la invasión militar, aun disfrazada de «intervención humanitaria» en las fronteras, no es un negocio que convenza a todos los actores involucrados.
Como mencionamos en un artículo anterior, la opinión de la derecha moderada, sea desde Caracas que desde Washington, invita a considerar los gastos que se deben pagar para hacer de Venezuela una nueva Somalia: altísimos, incluso para aquellos países neoliberales, como Colombia y Brasil, que impulsan «la alarma de los refugiados» en las fronteras.
Ahora, también se ha agregado la voz de Jesús Seguías, presidente de la agencia internacional de análisis Datincorp. Según el experto, dirigir un ataque contra Venezuela similar al emprendido contra Irak y contra Libia, causaría una «guerra asimétrica» y una operación similar a la implementada por el ejército iraquí durante la retirada de Kuwait, en 1991: la Operación Tierra Quemada, con la cual se destruyeron más de 700 pozos petroleros. En el caso de un golpe militar o invasión armada, según Seguías, el chavismo organizaría la guerrilla urbana y rural con el objetivo de destruir la industria petrolera del país.
Como prueba de sus afirmaciones, el experto cita las declaraciones hechas por los sindicalistas y trabajadores de PDVSA durante la violencia de la derecha en 2014: «Si el petróleo ya no puede ser del pueblo, no será tampoco para el imperialismo «. El analista también señala que para los gobiernos extranjeros no sería lo mismo lanzar bombas sobre guerrilleros en zonas remotas en una montaña o hacerlo en los centros urbanos superpoblados, como son los distritos de El Valle, Catia y Petare de Caracas. Acciones que serían «intolerables a los ojos de otras naciones», dice.
Olvida agregar que a los Estados Unidos no le gustan los combates terrestres y las pérdidas que implican, prefiriendo siempre los drones o las guerras hechas por otros. Por esta razón, están presionando para provocar incidentes en las fronteras con Venezuela: especialmente en la frontera con Colombia, de 2.200 km de largo. Y para ello hay que construir consenso a la «diplomacia de la cañonera», para oponerse a la diplomacia de paz con la que Venezuela esta desenmascarando las maniobras imperialistas, cuando puede hablar en los organismos internacionales.
Atacar a Venezuela significa exponer a los Estados Unidos a otro Vietnam. En este sentido, los países del ALBA ya han tomado una posición. Y la visita de Maduro a China, donde fue recibido con todos los honores y donde ha firmado acuerdos bilaterales importantes, indica que China tendría mucho que perder, con el ataque a Venezuela, y con el nuevo regreso pleno de la hegemonía estadounidense en la región.
¿Pero los halcones del Pentágono que apoyan las locuras de Trump sabrán cómo evaluar todo esto? Es cierto que, desde EE. UU. hasta Italia, nos encontramos en una fase de transformación en la que los sectores dominantes del gran capital internacional están reposicionando sus intereses y examinando las nuevas compatibilidades. Además, los grupos mafiosos que presionan por la opción bélica tienen un gran poder.
El paquete de medidas aprobado por Maduro para desactivar la guerra económica está afectando a los grandes intereses. Tomemos, por ejemplo, la decisión sobre el precio de la gasolina. Hasta ahora, llenar un tanque de gasolina en Venezuela ha costado menos que una botella de agua. Cada año, las mafias han desangrado al país transportando a Colombia gasolina equivalente a 16 mil millones de dólares. La gasolina es también la materia prima para la cocaína, de la cual Colombia es el principal productor en el mundo.
En una entrevista con Público, el embajador de Venezuela en España, Mario Isea, hizo los cálculos: una tonelada de esta droga requiere más de 10 galones de gasolina, lo que equivale a 40 litros. Con lo que llevar el precio de la gasolina a nivel internacional, pero manteniendo el subsidio de los venezolanos mediant el Carnet de la Patria, es ahora todo un golpe para las mafias colombianas, apelmazadas en el poder y con enlaces con el paramilitarismo: y así se elevó el tono de la conspiración.
Mientras tanto, los poderes fuertes extienden el control de los medios, fortalecen su papel en la política y preparan el nuevo tipo de golpe entrenando a la casta de magistrados, como lo hicieron antes con los gorilas militares del Cono Sur.
Contra Almagro y su obsesión con Maduro, aumenta la indignación a nivel internacional. Partidos comunistas y movimientos sociales de América Latina han tomado posición. La red internacional de periodistas y operadores de comunicación, CONAICOP, que tiene una de sus secciones en Uruguay, solicitó al Frente Amplio, del cual Almagro es miembro, que lo expulse definitivamente, y lanzó un llamado internacional de solidaridad con Venezuela y en contra la hipocresía internacional que, como dijo el embajador Isea, siempre nos pregunta: «¿Qué piensan los mercados? ¿Cómo reaccionan los mercados? «¿Pero qué piensan y sufren los trabajadores? «Nosotros, en cambio – dijo Isea – nos preocupamos por los intereses de los pueblos, no de las grandes corporaciones internacionales».