La oposición partidista y mediática sufrió desengaños en serie a propósito de la visita del presidente Maduro a Nueva York. He aquí cuatro de ellos.
Clodovaldo Hernández
Juraron que no se atrevería a ir… ¡y vaya que sí fue!
Confiados en las matrices de opinión que ellos mismos han construido, dirigentes de la derecha, figuras mediáticas e influencers de las redes sociales se dedicaron durante semanas a afirmar que un deslegitimado, no reconocido y aislado Maduro tendría que conformarse con mirar la 73 Asamblea Anual de la Organización de las Naciones Unidas a través de Telesur. “Sabe que si osa ir, le van a poner los ganchos, pero como es muy cobarde, no irá”, aseguraron los expertos en asuntos internacionales, embajadores sin embajada, fuentes bien informadas y comentaristas de Whatsapp. Cuando salieron las primeras informaciones según las cuales el presidente venezolano iba rumbo a Estados Unidos para participar en la reunión del foro mundial, empezó la crisis de los sabelotodo. Algunos optaron por apostar a que tan pronto se bajara del avión, sería apresado mediante una de esas operaciones comando que los gringos tanto publicitan a través de sus series de detectives. Otros empezaron a tratar de racionalizar este primer gran desengaño, diciendo que EEUU, tan respetuoso como siempre de las reglas (¡sí, Luis!), no podía detener al dictador Maduro porque se dirigía al territorio inmune (diplomáticamente hablando) de la ONU. Los embajadores sin embajada disertaron sesudamente al respecto. Con Maduro haciéndose selfies en los escaños de la República Bolivariana de Venezuela en la icónica sala de sesiones de la asamblea general cerró el primer round. Los opositores, en su esquina, llenos ya de hematomas, pedían una explicación a sus expertos.
Dijeron que no lo dejarían hablar… ¡y vaya que habló!
Pese a estar turulatos (o, mejor dicho, por eso mismo), los líderes de la contra venezolana centraron sus esperanzas en que Estados Unidos y sus aliados impulsarían alguna iniciativa para desconocer el derecho de Maduro a subirse a la tribuna de oradores. Especularon que alguien blandiría la sentencia del Tribunal Supremo en contra del ciudadano que dice ser presidente. Se armaría la sampablera y, al final, se cumpliría el sueño de verlo esposado y vestido de naranja. Llegó el momento de la verdad. El presidente fue convocado al lugar de honor, lo llamaron “su excelencia” y fue invitado a exponer sus ideas desde el mismo sitio en el que horas antes Donald Trump había debutado como estrella del stand up comedy, arrancando carcajadas al planeta entero. Cuando lo vieron allí, en la silla protocolar, esperando para comenzar su discurso, hasta a los más duros opositores se les fueron los tiempos.
Dijeron que haría un pobre discurso… ¡y fue histórico!
Ante la innegable realidad de que el dictador-usurpador-aislado-deslegitimado-burro estaba allí, a punto de comenzar a hablar en la ONU, los opositores partidistas, mediáticos y “en-redados” apelaron a otra de sus cartas habituales: la descalificación de antemano. “Hará un pésimo discurso, pondrá la torta, ¡qué pena con esos señores!”, expresaron. Se pelaron una vez más. El hombre llegó inspirado, se pasó 50 minutos discurseando al estilo comandante Chávez, sin leer, de corazón, de oído, de guataca, como se le quiera decir. Y sus palabras fueron tan centradas y contundentes que a los adversarios no les quedó otra que abandonar la sala o poner cara de lo que te conté. Para que más les duela, en el mismo sitio donde Trump generó mandíbulas batientes, Maduro obtuvo sinceros aplausos. Los adversarios, a estas alturas, estaban ya en la lona.
Dijeron que tendría que huir de NY… ¡y fue un ídolo en la Gran Manzana!
Los analistas, luego de oler sales y ponerse hielo en los moretones, lanzaron el último salvavidas. Aseguraron que después de su audaz jugada, el tirano Maduro tendría que salir pitando de Nueva York porque la inmunidad solo lo amparaba en la ruta desde el aeropuerto hasta la sede de la ONU y viceversa. Pronosticaron, además, que recibiría un repudio generalizado. Por el contrario, el jefe del Estado venezolano se convirtió en una especie de divo en el edificio sede de Naciones Unidas. Hasta se hizo cola para saludarlo y tomarse fotos con él. Para colmo, se dio el lujo de participar en el acto de solidaridad “Cuba habla por sí sola”, celebrado en Harlem, lejos de los recintos diplomáticos. “No entiendo por qué se lo permitieron”, respiró por la herida un embajador sin embajada. Todo indica que esa es apenas una de las muchas cosas que no entienden.