Alí Ramón Rojas Olaya
Ejido
El 9 de septiembre de 1937 nace en Ejido, pueblo al sur de Mérida, un niño llamado Alí. Un ejido es un campo común de un pueblo, lindante con él, donde suelen reunirse los ganados o establecerse las eras, es decir, los espacios de tierra limpia y firme, algunas veces empedrados, donde se trillan las mieses de cuyas semillas se hace el pan. Este pueblo pegado a la capital emeritense, era entonces aparentemente rico. Alargadas calles dibujaban su geografía de trapiches que procesaban la caña y de algunos clubes de fútbol de un pueblo que para la fecha albergaba un poco más de dos mil personas.
Ejido surge como una toparquía de gente originaria. El 14 de julio de 1650 el capitán invasor español Buenaventura de Bustos Baquero le pone por nombre San Buenaventura de Ejido. A finales del siglo XVI se comienza a cultivar la caña de azúcar. En 1705 fue elevada a Parroquia Eclesiástica. El 28 de diciembre de 1876 fue elevada a Ciudad de Ejido, capital del Distrito Campo Elías. En 1992 se denomina Municipio Campo Elías, con Capital Ejido. Debe su nombre al héroe de la Independencia, el Coronel Vicente de Campo Elías.
Cuando se nace pobre en un pueblo, todo aquel que sea pulpero es considerado rico. La aclaratoria obedece a que en Ejido en los años en que nace Alí, 34 pulperías, 5 bodegas y 12 tiendas de víveres y mercancías, de las cuales dos eran importadoras, comercializaban productos de todos los géneros. Muchos de estos productores habían superado la crisis económica de Estados Unidos de 1929 que golpeó a los agricultores y comerciantes, entre estos los ejidenses, por ser Venezuela un país entreguista de sus riquezas naturales, particularmente del petróleo, lo que nos hacía dependiente del coloso norteño.
La insurrección de los comuneros andinos (1781)
Noventa años antes de la Comuna de París, se desarrolla en las tierras donde nace Alí, una rebelión comunera de la que poco se habla. El 30 de junio de 1781, se reúnen al margen del Río Táchira los comuneros de San Antonio del Táchira y los de la Villa de Cúcuta y Pamplona, constituyéndose un gobierno rebelde. Desde allí se extendió a Lobatera, se organiza una nueva administración integrada por labradores de modestos recursos.
Para el 11 de julio los insurrectos de San Antonio, San Cristóbal y Lobatera entran a La Grita y sitian la ciudad, despojan de su cargo a José Trinidad Noguera, administrador de la Real Hacienda, se posesionan del dinero existente en las arcas reales, reparten el tabaco entre el pueblo, someten a prisión a los españoles y gritenses opuestos al movimiento.
Al día siguiente organizan el gobierno rebelde bajo el mando de Juan José García de Hevia. Entre el 15 y el 25 de julio tomarían Bailadores, Guaraque, Pregonero, Tovar, Estanques, Lagunillas, El Morro, Acequias, Pueblo Nuevo y Ejido, esta última liderada por Francisco Javier de Angulo, persona de gran prestigio en los sectores populares, recibe el 27 de julio, una caravana de 600 mujeres y hombres armados con escopetas, lanzas, sables y garrotes. El 28 de julio la Expedición Comunera toma Mérida. Estaban ahí representados todos los pueblos y comunas desde San Antonio del Táchira, hasta el cercano Ejido. Una multitud de mil 500 merideños encabezados por Tomás de Contreras, salieron a la entrada a darle la bienvenida. Se dirigieron a la plaza mayor y levantaron la Horca, se leyeron las Capitulaciones y se aclamaron las nuevas autoridades.
Entre las primeras medidas estuvo dejar sin efecto los aumentos de impuestos y demás órdenes de la intendencia incluyendo derogar el estanco del tabaco, libertad de destilación del aguardiente y supresión del derecho dulce que gravaba la panela de papelón. Detuvieron a funcionarios de la Real Hacienda, entre ellos a Don José Cornelio de la Cueva, a quien obligaron a entregar el papel sellado, barajas y dinero que tenía en su poder.
Comandante Fausto
Los párrafos que anteceden a este tributo tienen el urgente propósito pedagógico de entender por qué se lucha, en qué contexto se lucha, contra qué se lucha, con qué sangre se lucha. Alí Rodríguez Araque lleva en sus genes la sangre de esas comuneras y comuneros de 1781 y en su conciencia se revolvió, cuando decidió hacerse guerrillero, ese revoltijo injerto de educación foránea, de cultura ajena, de hambre compartida en una Venezuela expoliada por las transnacionales del hambre con la anuencia de presidentes entreguistas como López Contreras, Betancourt, Leoni, Caldera. Pérez y Lusinchi.
Alí Rodríguez Araque muere en el combate, porque es bueno que entendamos que estamos en guerra. Ha dejado el fusil en nuestras manos, así como nos lo dejó Argimiro Gabaldón, Fabricio Ojeda, Livia Gouverneur, Noel Rodríguez, Alberto Montilla y Juan Carlos Parisca, quienes, al igual que él, salieron a buscar al opresor en una mañana de sol radiante. Nos deja el fusil como Bolívar nos dejó su espada libertadora, no la orlada en oro que le dieron en Perú, sino la afilada y sencilla que le dio Petion en la Haití negra revolucionaria. Nos deja el sistema económico, el de la confederación de toparquías, por el que luchó Simón Rodríguez. Nos deja el quepis y el sombrero de cogollo de Ezequiel Zamora y la impronta de Juana Ramírez “La Avanzadora”.
¿Por qué estudia, Alí, Derecho en la Universidad Central de Venezuela de donde se gradúa en 1961? Para enderezar el mundo. ¿Por qué ingresa en 1966 en el Partido de la Revolución Venezolana (PRV)? Porque sabe que la soberanía consiste en producir alimentos, ciencia y dignidad, como lo señala Kléber Ramírez Rojas. ¿Por qué es ministro de Energía y Minas, presidente de Pdvsa y secretario general de la Organización de Países Exportadores de Petróleo? Porque sabe que hay que sembrar el petróleo. ¿Por qué es ministro de Economía y Finanzas? Porque sabe que debemos aspirar a la propiedad social. ¿Por qué es canciller de la República y secretario general de la Unasur? Porque sabe que el Congreso Anfictiónico de Panamá es tarea pendiente. ¿Por qué es embajador de Venezuela en Cuba? Porque al igual que Carlos Aponte Hernández, entiende que la Revolución Cubana es también nuestra.
Le agradezco a mi tocayo la deferencia que tuvo en enviarle mi artículo ¿Quién es el culpable? a Walter Martínez para que lo leyera en su programa Dossier. Al comandante Fausto, el mismo que intercambiaba esperanzas en las noches guerrilleras con Julio Escalona, dedico dos poemas, uno del nicaragüense Rubén Darío y otro del inglés WH Auden. El primero: “en la vida hay crepúsculos que nos hacen llorar, porque hay soles que pártense y no vuelven jamás”. El segundo: “detengan los relojes, desconecten el teléfono, denle un hueso al perro para que no ladre. Callen los pianos y con ese tamborileo sordo saquen el féretro… Acérquense los dolientes. Que los aviones sobrevuelen quejumbrosos y escriban en el cielo el mensaje”: ¡Alí vive! sí, vive en la ideología necesaria, la que forja la conciencia de clase. Por eso decimos en coro: ¡La línea justa es luchar hasta vencer! ¡Honor y gloria para Alí Rodríguez Araque!