Por Jesús Faría
En las últimas semanas no ha habido un tema de mayor relevancia en la opinión pública mundial y en las relaciones internacionales, que la lucha de nuestro pueblo y nuestra Revolución por superar el gran desafío de preservar la paz y derrotar los planes de invasión militar de los EEUU. Medios de comunicación internacionales desinforman sobre la situación venezolana con manipulaciones escandalosas, mientras que en organismos multilaterales se ha tratado la situación nacional con saldo vergonzoso para el injerencismo estadounidense.
La agresión imperial contra Venezuela está motorizada por el conflicto inherente a la construcción de un modelo de desarrollo, que tiene en la independencia nacional un pilar fundamental en función de garantizar la instrumentación de políticas que se correspondan con los intereses del pueblo, así como con la visión internacional de la integración regional y la multipolaridad. Dicho modelo choca abiertamente con las estructuras de dominación que Washington ha establecido para América Latina y el Caribe desde mediados del s. XIX y de manera abierta a partir del s. XX.
La estrategia de la revolución bolivariana es antagónica al tutelaje de un poder imperial, a la explotación externa de nuestras riquezas como fuente de riqueza de compañías transnacionales, a la imposición de intereses políticos, económicos y culturales foráneos.
La revolución bolivariana no constituye una amenaza para los intereses nacionales de una potencia como los EEUU. Sin embargo, transformaciones como las contempladas en la revolución bolivariana frenan su expansionismo y voracidad. Esta es una primera dimensión de la agresividad imperial contra nuestro país.
Asimismo, existe una dimensión regional de este conflicto. La Doctrina Monroe establece un espacio de exclusividad para los intereses yanquis en el hemisferio. Los EEUU no solo se reservan el derecho de intervenir en la región frente a conflicto de cualquier tipo, sino a imponer obediencia y subordinación a nuestras naciones. Este principio impuso una larga y trágica historia de golpes de Estado, guerras civiles, magnicidios, dramáticas intervenciones en contra de los intereses nacionales de cada una de nuestros países.
Sin embargo, siguiendo la estela luminosa de la revolución bolivariana, el s. XXI arrancó con cambios muy significativos en la correlación de fuerzas regional a favor de gobiernos progresistas, como nunca antes desde la independencia de nuestras naciones. Eso se tradujo en cambios sociales muy importantes a favor de las masas populares y en la profundización de la integración desde una visión de soberanía nacional.
La respuesta de los EEUU fue una brutal contraofensiva para revertir esos cambios. A pesar de los retrocesos que hemos experimentado en materia de gobiernos progresistas en los últimos 3 años, hay un núcleo duro de naciones, conformado por las naciones del ALBA, que se resisten a doblegarse al dictado de Washington. Otra nación como México se han incorporado a la línea de independencia política.
En tal sentido, la geopolítica hemisférica del imperialismo ve en Venezuela el eslabón desencadenante de un derrumbe del ALBA. De acuerdo a su cálculo, derrotando la revolución bolivariana, le infringen un golpe mortal a los gobiernos revolucionarios de Cuba y Nicaragua, aislando simultáneamente a Bolivia…
Además de las gigantescas fuentes energéticas que controlaría con un gobierno títere en Caracas, Washington asestaría un durísimo golpe a las fuerzas progresistas en el continente. El propósito político está muy bien definido: aniquilar el principal símbolo de rebeldía antiimperialista en la región.
Finalmente, hay una dimensión geopolítica en este conflicto EEUU-Venezuela. En el mundo multipolar en proceso de conformación han surgido nuevas potencias (Rusia, China), regiones (sudeste asiático, BRICS, …), lo cual establece un desafío para la hegemonía impuesta por los EEUU después de la desintegración de la URSS y del campo socialista europeo.
Ya los EEUU no controlan las fuentes energéticas a su antojo, no pueden intervenir descaradamente por la vía militar en naciones independientes o regiones, las decisiones de organismos multilaterales obedecen a intereses colectivos, ya no son dueños monopólicos de los motores fundamentales de la economía mundial, hay un claro contrapeso en el ámbito estratégico militar…
En la lógica de la multipolaridad, unos de los grandes aciertos de la potente diplomacia del comandante Chávez fue establecer sólidos lazos estratégicos con esas potencias y regiones. Ello ha conducido a nuevos esquemas de desarrollo y seguridad internacional, lo que ha debilitado sensiblemente el control hegemónico imperial en su “patio trasero”. Los EEUU se encuentran aún anclados en la mentalidad de la Guerra Fría y en la novísima visión de la Doctrina Monroe de 1823.
La agresión a Venezuela apunta, sin duda, a destruir la presencia de esas potencias en nuestro hemisferio. Las nuevas relaciones se basan en el respeto, la autodeterminación y el desarrollo de las naciones más débiles, lo cual constituye la posibilidad real de desarrollo de naciones expoliadas por siglos, un mal ejemplo desde la perspectiva imperial.
En síntesis, derrotaremos el golpe y con ello detendremos la intervención para preservar nuestros recursos energéticos; consolidaremos nuestro programa de desarrollo; potenciaremos la alianza de las naciones libres en nuestra América. Fomentaremos la multipolaridad para un mundo más seguro y justo.