Otro ídolo de la derecha acaba de caer en desgracia. Se trata del ex presidente peruano Alejandro Toledo, integrante del grupo de líderes derechistas de América Latina y España, férreos opositores al gobierno de Venezuela.
A Toledo lo están buscando como uno de los tantos altos funcionarios corrompidos por la empresa brasileña Odebrecht, de la que habría recibido 20 millones de dólares en sobornos. El caso da pie para hacer unos trazos de cómo la derecha, con su maquinaria mediática hegemónica, construye mitos y pule reputaciones de personajes a los que vende como ejemplos a seguir.
1: Un buen presidente
La maquinaria comunicacional de la derecha venía sosteniendo que Alejandro Toledo fue un gran presidente. Por ello, luego de dejar el cargo, se convirtió en un invitado de postín para cuanto congreso, foro o habladera de gamelote se organizara en el mundo en torno al buen gobernar. El peruano llegaba a dictar cátedra sobre la mejor manera de aplicarle un paquetazo a un pueblo ya esquilmado. En Venezuela se presentaba como toda una diva. Era el guerrero de los neoliberales frente a la amenaza de los socialistas y “populistas”.
¿De verdad gobernó bien? Pues los peruanos en general no opinaron así. Su administración fue considerada como pésima y los niveles de popularidad casi pasaron al subsuelo. La desesperación causada por sus políticas fondomonetaristas propició el ascenso al poder del presunto chavista Ollanta Humala, quien resultó ser otro fiasco.
2: El indio bueno
Para la derecha política y mediática, Toledo desempeñaba un papel clave: era la prueba de que un indígena podía ser neoliberal y, por extensión, podía serlo cualquier individuo de las clases oprimidas de la región. Era la respuesta al zambo Chávez, al obrero Lula y, sobre todo, al indio Evo. En consecuencia, la derecha se acostumbró a tratarlo como un fenómeno de la naturaleza. Era como, en aquellos tiempos nuestros, cuando un ministro de la Inteligencia le mostró al mundo que -¡oh, prodigio!- “un indiecito pemón” podía tocar violín.
Lo cierto es que el “indio bueno de la derecha” no se acercaba ni de lejos al liderazgo latinoamericano de “los indios malos”, entre otras razones porque era anti-indígena, anti- popular y muy, pero muy, antipático.
3: Amigo de la MUD
Luego de postularlo como su ejemplo a seguir en materia de política económica, la dirigencia opositora venezolana incorporó también a Toledo en el extenso catálogo de los ex presidentes que dedican sus años de jubilación a luchar contra el régimen bolivariano.
Allí Toledo calzaba perfectamente, pues se trata de una verdadera pandilla en la que destacan un criminal de guerra español, otro pillo ibérico, un millonario ladrón panameño, un líder paramilitar colombiano, dos coautores del desastre mexicano y una gama de nulidades engreídas que ni te cuento.
Ahora, cuando a Toledo lo anda buscando la Interpol, la oposición y sus medios sufren un ataque de uno de sus males característicos, la amnesia selectiva: si lo han visto, no se acuerdan.
4: Regla, no excepción
El derrumbe de Toledo demuestra que la corrupción es un mal generalizado y no una perversión exclusiva de los gobiernos de izquierda, como tantas veces se ha pretendido hacer ver. Su caso no es la excepción, es la regla. El escándalo de la Odebrecht, del que los medios opositores esperaban obtener muchas armas para atacar a Nicolás Maduro, ha comenzado a revertirse en su contra. En cada país son señaladas figuras de los partidos de derecha, incluso de los que, como ocurre Venezuela, están en la oposición.
Ha sucedido algo similar a lo que aconteció con los Papeles de Panamá: una gran alharaca al destapar la olla y, luego, un conveniente silencio, cuando se comprobó que no apuntaban el índice acusador hacia alguien del gobierno, sino hacia sus propias filas.