Alfredo Carquez Saavedra
Si no fuera por la tendencia humorística de la derecha criolla los venezolanos nos aburriríamos de lo lindo, mientras esperamos el fin de la hiperinflación y la guerra económica. Desde la llegada al palacio de Miraflores del presidente Hugo Chávez, hasta la fecha, hemos sido espectadores de las distintas tendencias que han surgido en el mundo de la comedia política interna.
Y hasta hace poco los laureles en este género del entretenimiento se los llevaba, sin duda alguna, el filósofo del Zulia. Aquel de los cantos de ballena y las peras del horno. Ese mismo que cada dos minutos interrumpía con música sus discursos de candidato presidencial, porque se le agotaban las ideas, pues el cogote no le daba para tanto esfuerzo intelectual.
Pero este año tal personaje encontró en la figura de Whitedog un digno rival.
Este señor sí que ha hecho de su vida un gran chiste (seguramente muy bien remunerado en divisas) al aceptar ser el jefe unipersonal de un gobierno virtual, existente en las pantallas de televisión, los titulares de algunos periódicos y en las redes sociales.
La marioneta, cuyos hilos mueven desde la Casa Blanca, quiere hacerse con los destinos de Venezuela. No es la primera vez que esto sucede en el mundo de los títeres. Recuérdese que Pinocho se hizo famoso por mentir por doquier, porque tenía entre ceja y ceja el objetivo de convertirse en un niño de verdad verdad.
Tal vez por esa ambición desmedida es que el elegido de Trump no teme hacer el ridículo. Lo ha demostrado en sus dos últimas apariciones públicas. El 30 de abril hizo el papel de actor de reparto en una película -con muy mala producción y peor guión- en la que el dueño de la franquicia llamada Voluntad Popular, le demostró detrás de quien van las cámaras. Y el 1 de mayo encarnó la figura de estafador reincidente, al fallar en la fulana convocatoria de las “marcha más grande de la historia” y al volver con el cuento nada creíble de los paros escalonados en el sector público y la huelga general.
Un dato curioso de este reality show, cuyos capítulos son financiados desde el extranjero, es que siempre terminan grabados en las mismas locaciones, con los mismos actores, las mismas consignas, el mismo vestuario y el mismo final.
En esa conducta que podría calificarse algo así como de endogámica-territorial- maniaca-compulsiva no hay sorpresa alguna, porque los primeros actores, que son pocos, pero bastante locos, no tienen piedad alguna con cualquiera que les haga sombra, y amenace el flujo de divisas; los diálogos les son dictados desde otros lares; y si las trancas y los destrozos no se llevan a cabo en Santa Fé, se materializan en Chacao, Altamira o en Las Mercedes.
No obstante, lo repetitivo del asunto, el tedio que esto pueda causar lo compensan a veces y con creces los guionistas de la extrema derecha venezolana el absurdo de sus decisiones, propuestas y acciones.
Por ejemplo, el presidente de la nada indulta de boca a un delincuente de su propio partido que se fuga de su arresto domiciliario gracias a la traición. Y a pesar de la promoción que recibe a diario por parte de algunos medios nacionales como Globovisión, El Nacional o 2001, o foráneos como El País de España o El Tiempo de Bogotá, ese asunto no pasa de ser parte de una comedia con la que pretenden negar, por ejemplo, la gigantesca movilización del chavismo realizada el pasado 1 de mayo.
Para hacer honestos y para terminar, hay que reconocer al César lo que es del César. Sin tomar en cuenta a Donald (el presidente, no el pato) no cabe la menor duda de que el Elliott Abrams es quien lleva la batuta de la comicidad opositora. Este enviado (que Dios nos proteja y nunca llegue) de Estados Unidos para Venezuela ha marcado la pauta con sus ocurrencias y disparates con la que adorna sus declaraciones cuando trata de explicar la injerencia de su gobierno en los asuntos internos de nuestra patria.
Este señor, también indultado por un criminal a pesar de sus crímenes, ha reconocido que algunos militares y políticos que pensaba ya estaban convencidos para brincar la talanquera ya no le contestan el celular. No sé si será que no le atienden por intenso o mentiroso, pero lo cierto es que la extrema derecha nacional ha hecho que los otrora serios representantes de Washington se hayan convertido en personajes risibles de televisión.