Ildegar Gil
El domingo, sin despertar del todo, me enteré de la decisión del presidente de Bolivia, Evo Morales, de convocar a nuevas elecciones generales. El impacto recibido, fue el de quien sale de un sueño pesado después de una retardada noche.
Luego, con pleno dominio de mis facultades entendí que la decisión del líder indígena había sido una verdadera jugada maestra, dentro de las facultades constitucionales que otorga el Estado Plurinacional por él impulsado. De un solo porrazo, desarmaba a quienes desde afuera y desde adentro se empeñaban en colocar en tela de juicio su sólida victoria del 20 de octubre.
“Esta vez no habrá segunda vuelta. Les va a ganar más fácil aún”, medité.
Los reportes, sin embargo, me indicaban que “algo” no iba bien en el altiplano. La ultraderecha fanática que horas antes generaba violencia para forzar un nuevo proceso electoral, ahora se negaba a aceptar la decisión del mandatario. Las acciones desestabilizadoras de los golpistas Carlos Mesa y Luis Fernando Camacho, por el contrario, se incrementaban. Los sectores más humildes y sobre todo las áreas indígenas, eran acorraladas por las mismas huestes que nunca ocultaron su sed de sangre desde el inicio de la Revolución del Buen Vivir.
Corrían las horas y el domingo ya mostraba, definitivamente, otro matiz. La sombra fascista de quienes nunca aceptaron a Evo como jefe de la nación, se asomaba por los mensajes de guasap recibidos directamente desde La Paz y a través de compañeras y compañeros quienes a su vez tenían asimismo fuentes directas. El mal sueño de los momentos iniciales, comenzaba a configurarse en otra cosa.
Y habló el jefe de la policía; también el de la fuerza armada y el de la central de obreros. La “coincidencia” de sus relatos apuntaban a lo que sin duda alguna era una traición sin disimulos. La pesadilla –a estas alturas ya lo era-, mostraba sus dientes a través de la renuncia de Evo, el fiel Evo, el Evo de los pobres y los indios. Con la suya, la del no menos leal, Álvaro García Linares, su vicepresidente.
Su arribo a México –este martes 12 de noviembre-, en calidad de asilado político, no se traduce como el fin de la lucha. Hondas raíces tiene en el pueblo boliviano, el árbol de la justicia regado al amparo de 14 años de trabajo desprendido de ambiciones personales. La pesadilla citada tiene su tiempo contado. Los millones de hijos e hijas de Túpac Katari, no demorarán en su regreso.
¡Chávez vive…la lucha sigue!