Clodovaldo Hernández
Los dispositivos inventados para el cambio de régimen llegan al último tercio de 2020 cayéndose a pedazos
El “gobierno encargado” no llega ni a pandilla
El intento de establecer un gobierno paralelo, encabezado por el autoproclamado Juan Guaidó, fracasó en términos de liderazgo e impacto en la colectividad.
El apoyo del capitalismo hegemónico internacional se ha desdibujado, pues el mismo Donald Trump ha evidenciado su decepción con el personaje, especialmente por su incapacidad para ejercer algún tipo de poder real dentro del país. Otras naciones, cuidándose de no contrariar la línea imperial, han seguido haciendo el papel que les encomendaron, pero a sabiendas de que el tal presidente encargado solo llegará al poder si lo imponen a la fuerza, sobre un hatajo de cadáveres.
La “comunidad internacional” que dice apoyar el invento de EEUU solo ha aprovechado para ejecutar vergonzosos actos de pillaje, como el robo de dinero y activos de Venezuela, aún en medio de una emergencia sanitaria.
Internamente, el seudogobierno se ha ido despedazando por su propia cuenta, como fruto del enfrentamiento entre individualidades y grupos que ambicionan dinero y poder. Ya se han ido varios de los “embajadores” y ahora hasta los asesores que Guaidó pretende designar, han preferido sacarle el cuerpo.
Partidos rotos por dentro
El dispositivo de los poderes paralelos estaba diseñado para sostenerse con el apoyo de una oposición unida. Por supuesto, que en la coalición mandaba la ultraderecha, segmento favorito (por razones evidentes) de EEUU, pero los sectores moderados habían acordado -abierta o tácitamente- guardar silencio, otorgar el beneficio de la duda, mantenerse de bajo perfil.
Para sostener esa situación surgieron dos problemas. El primero es que la cacareada transición se prolongó más tiempo de lo previsto. Así lo reconoció uno de los caimacanes que Guaidó rescató del museo de la IV República, Gustavo Tarre Briceño. El segundo problema fue que desde muy pronto se hizo evidente que la camarilla del fulano presidente encargado estaba “guisando” de lo lindo y no estaba repartiendo el botín. Esto rompió por dentro la cohesión de los partidos opositores, incluso los de la misma ultraderecha.
El resquebrajamiento tuvo un resultado esperanzador: parece que ahora sí va a nacer una oposición leal con la nación, democrática y, por cierto, muy necesaria. Ojalá así sea.
La AN, del desacato a la caricatura
La Asamblea Nacional ha tratado de ser el poder paralelo desde que en 2016, un enloquecido Ramos Allup anunció que en seis meses despacharía al presidente Maduro. Pero esa condición se reforzó con el Plan Guaidó, diseñado por los estrategas de Washington, expertos en transiciones forzadas y revoluciones de colores.
En 2019, el Parlamento pasó de la situación de desacato en la que la declaró el Tribunal Supremo de Justicia aquellos primeros tiempos, a la de una caricatura. Los desacuerdos por el manejo del dinero birlado al patrimonio público por la patota de los jefes del llamado G-4, dio lugar a una revuelta interna que ya era notoria en diciembre pasado, y que se concretó en enero, al perder Guaidó su condición de presidente del Poder Legislativo.
A partir de ese momento, el autoproclamado se quedó apenas con una parte de la AN que ni siquiera sesiona en el Palacio Legislativo, sino en plazas y sedes empresariales, enclaves de la contrarrevolución rabiosa.
Pese a que un gigantesco aparato mediático se empeña en mantener la ficción de que preside el Parlamento y, por tanto, es presidente encargado del país, hasta en el Congreso de EEUU reconocen la verdad: lo único que sigue siendo (hasta el 4 de enero de 2021) es diputado por La Guaira.
El TSJ en el exilio quedó para alimentar los tuits de Almagro
Entre los lamentables papeles que han desempeñado los poderes paralelos destaca el del Tribunal Supremo de Justicia en el exilio, un ente que pretendió tomar decisiones desde Bogotá y Miami, y llegó al extremo de “condenar” al presidente Maduro en un juicio en ausencia y en el extranjero.
El peculiar remedo se dividió el mismo 2019, como producto de sus insostenibles contradicciones internas y tal vez porque a algunos de sus integrantes se les acentuó el deseo de hacer el ridículo. Así que, de pronto, ya no había uno sino dos tribunales supremos en el exilio, tomando decisiones contradictorias y acusándose mutuamente de usurpación (dentro de la usurpación).
Luego de semejante puesta de torta, las dos aberrantes criaturas se sumieron en un cierto mutismo, tal vez motivado porque casi nadie les presta atención, ni al uno ni al otro.
Ahora, uno de los tribunales subdivididos ha vuelto a aparecer en ciertas noticias, de la mano nada menos que del secretario Almagro, quien dice tener una “sentencia” que declara nulas las elecciones parlamentarias de diciembre.
Si triste fue su papel cuando era uno solo, ahora lo es más, cuando este tolete del TSJ en el exilio ha quedado para alimentar los tuits del sujeto más despreciable que haya echado al mundo la izquierda latinoamericana en muchos años.