La negligencia en el manejo de la pandemia de Covid-19 mantiene a Brasil a la cabeza de todas las cifras, sólo superado por la crisis sanitaria de Estados Unidos heredada por Biden del inefable Donald Trump. Brasil ya tiene más de 12.000.000 de personas contagiadas con una tasa de 56.547 casos por millón de habitantes. Alcanzó también el tope de 80.000 nuevos contagios registrados en un mismo día. Los fallecidos superaron la cifra de 290.000. El viernes se reportó el deceso de 2.800 personas en tan sólo 24 horas. Esto es altamente peligroso, grave; porque su crecimiento desbordado es una amenaza inminente para la desprotegida población que supera los 210 millones de habitantes y para los países limítrofes como Venezuela, Colombia, Perú, Bolivia o Uruguay.
Los brasileños se enfrentan a la indolencia y negligencia del gobierno del abierto negacionista Jair Bolsonaro. Desde que arrancó la pandemia en el año 2020, su tozudez se ha traducido en permanentes choques y desprecio hacia la comunidad científica, en la resistencia para encabezar las campañas de prevención y cuarentena (con el distanciamiento social y el uso de tapabocas a la cabeza), y peor aún la privación de recursos para el equipamiento médico necesario, para la compra de medicamentos, el suministro de oxígeno y hasta la procura internacional del volumen de vacunas necesarias para cubrir a su cuantiosa población. En el camino, Bolsonaro ha negado el apoyo de la administración federal y ha obstaculizado la gestión de los gobernadores y demás entes responsables en materia de salud.
El resultado es el colapso de toda la red hospitalaria del sistema de salud. Impactando principalmente en las Unidades de Terapia Intensiva que se hacen insuficientes ante la magnitud de los pacientes a atender y que requieren soporte vital. A esto se suma el vergonzoso tema de la procura, provisión y distribución del oxígeno medicinal que se ha convertido en un asunto candente entre las autoridades del sistema de salud y los desesperados familiares de los pacientes hospitalizados.
En precarias condiciones el gobierno de Brasil negocia la compra de vacunas. Lo hizo demasiado tarde con respecto a otros países que tienen reservadas y contratadas las vacunas con muchos meses de antelación. Con la improvisación por delante, el saliente ministro de Salud de Bolsonaro, Eduardo Pazuello (“oficial del ejército sin formación médica”) se vio obligado a reconocer a principios de marzo que “Hoy es un día difícil para todos los brasileños. Hemos alcanzado un grave momento de la pandemia. Las variantes del coronavirus nos golpean de forma agresiva” y dijo además que “Tratamos con Pfizer y Johnson & Johnson para que tengamos a partir de mayo próximo 138 millones de dosis de vacunas más para inmunizar nuestra población a través del programa nacional de inmunización”.
Tamaña improvisación para una pandemia que ya cumplió un año y tiene al cuarto ministro de salud brasileño estrenándose en este periplo, el cardiólogo Marcelo Queiroga. Veremos cómo avanza en este camino lleno escollos, pues este nuevo ministro debe lidiar con el mejor amigo de la Covid-19, el deschavetado e irresponsable Jair Bolsonaro.
El choque político generado en este país es de tal magnitud, ante la negligencia de Bolsonaro, que la Cámara de Diputados de Brasil, tuvo que aprobar una ley que “permite a las empresas del sector privado, así como a los estados y a los municipios, comprar vacunas contra la COVID-19” y autoriza, ante la gravedad de la emergencia, a que el ejecutivo brasileño pueda “adquirir vacunas sin licitación y antes que la Agencia Nacional de Vigilancia Sanitaria registre el fármaco”. El poder legislativo empuja el pesado bulto en que se ha convertido el gobierno de Bolsonaro; dándole lecciones para que reaccione y le de respuestas al pueblo desprotegido.
Ante la gravedad del asunto, la Fiscalía brasileña solicitó al Tribunal de Cuentas de la Unión “apartar al presidente del país, Jair Bolsonaro, de las funciones administrativas y jerárquicas de los ministerios de Sanidad, Economía y de la Casa Civil para evitar así su intervención en la gestión de la crisis del coronavirus”. Este sí es un precedente positivo que permitirá procesar penal y administrativamente a Bolsonaro por la negligencia durante su gestión, por la “inercia y omisión en la implementación de políticas de salud pública en el combate a la pandemia de Covid-19”, como bien señala la Fiscalía.
Esta es una penosa situación. Pero otro gallo cantaría si Lula o Dilma estuvieran al frente de la pandemia de Covid-19, con la solidaridad, integridad y entereza que los caracteriza, atender la pandemia sería su máxima prioridad para poder proteger y atender a los brasileños más necesitados.
Lula ha dado un paso al frente para buscar soluciones a la Pandemia que azota a Brasil. Hablando como un extraordinario líder, puso en evidencia la negligencia de Bolsonaro y alertó que Brasil “no tiene gobierno”, y recomendó: “No sigáis ninguna decisión imbécil”, refriéndose a las peligrosísimas recomendaciones de Bolsonaro, como el uso de cloroquina, o que no se usara el tapabocas, o no permitir las medidas de distanciamiento social.
Como buen estadista, Lula le recomendó al presidente de Estados Unidos, Joe Biden, que “es muy importante convocar una reunión del G20 con urgencia… Es importante llamar a los principales líderes del mundo y poner sobre la mesa una sola cosa, un tema».
¡Vacuna, vacuna y vacuna!”. Esto es liderazgo
Y para que le tiemblen las piernas al neofascista Bolsonaro, Lula señaló en tono desafiante, que “Cuando llegue el momento de postularse a las elecciones, y si mi partido y los demás partidos aliados entienden que yo puedo ser el candidato, y si estoy bien y mi salud con la energía y el poder que tengo hoy, puedo asegurarles que no me voy a negar esa invitación, pero no quiero hablar de eso. Esa no es mi principal prioridad. Mi principal prioridad ahora es salvar a este país”. Más nada.