Este nuevo cumpleaños de nuestro Comandante Hugo Chávez, el pueblo lo celebra con conversatorios, cantos, actuaciones y escritos entre otras manifestaciones de amor. En algunos sectores celebran su muerte. El odio es un sentimiento de oscura repulsión. Es el caldo de cultivo de la ira. La muerte del Libertador de Cuba, Fidel Castro, desató en su momento entre quienes lo odian una vomitiva sarta de descalificativos. Explica el escritor suizo Hermann Hesse (1877-1962) que “cuando odiamos a alguien, odiamos en su imagen algo que está dentro de nosotros”. Para el dramaturgo estadounidense Tennessee Williams (1911-1983) “el odio es un sentimiento que sólo puede existir en ausencia de toda inteligencia”.
El filósofo y psicólogo argentino José Ingenieros (1877-1925) argumenta que “el hombre que ha perdido la aptitud de borrar sus odios está viejo, irreparablemente”. El novelista francés Víctor Hugo (1802-1885) señala que “cuanto más pequeño es el corazón, más odio alberga”. El escritor irlandés George Bernard Shaw (1856-1950), por su parte, expone que “el odio es la venganza de un cobarde intimidado”.
Los sentimientos negativos: el rencor, la ira, el odio, la venganza, el resentimiento, la hostilidad, la intriga, la cizaña y los celos son enfermedades del alma. Quienes se alegraron por las muertes de Chávez y Fidel, además de tener un nivel espiritual muy bajo, tienen enferma la conciencia. La xenofobia, misoginia, homofobia, apartheid, machismo, sexismo, racismo y aporofobia (odio a los pobres), son síntomas de este mal. Quien odia excreta en las redes sociales todas sus miserias. Baila, ríe, y celebra la muerte. Si tiene poder tortura, invade, extermina, desacredita, explota, usa la ciencia sin conciencia. Nerón, Calígula, Atila, los Roosevelt, Hitler, Musolini, Franco, Salazar, Kissinger, Pinochet, Thatcher, Reagan, Bush, Obama, Trump, son algunos ejemplos.
La manifestación de odio por la muerte de los dos mandatarios latinoamericanos tiene un antecedente que nos toca el alma. De Bolívar, la prensa enemiga decía que tenía un chancro en el ano y su muerte fue “celebrada” y difundida así: “¡Bolívar, el genio del mal, la tea de la discordia, el opresor de su patria, ya dejó de existir! La oligarquía venezolana propuso un decreto para: (1) quitarle a ese “hijo espurio” los títulos y quemarlos y (2) considerar el 17 de diciembre de 1830 día infausto porque Bolívar murió de muerte natural cuando debió haber sido fusilado o ahorcado.
Hay dos vías: amar u odiar, socialismo o barbarie. Por eso Simón Rodríguez (1769-1854) nos recordaba que vinimos al mundo a “entreayudarnos no a entredestruirnos”.