En los principios fundamentales de la Carta Olímpica se lee lo siguiente: “El objetivo de este movimiento es poner el deporte al servicio del desarrollo armónico de la humanidad, con vistas a promover una sociedad pacífica empeñada en la preservación de la dignidad humana”. Y más adelante agrega: “Reconociendo que la práctica del deporte ocurre en el marco de la sociedad, las organizaciones del Movimiento Olímpico, aplicarán la neutralidad política”. Subrayo esto último, porque no hay nada más hipócrita que la firma de principios fundamentales impulsados desde las posiciones de poder, que luego serán vulnerados en la práctica por los intereses que maneja el sistema que sostiene ese mismo poder. Los eventos históricos posteriores lo han demostrado ampliamente y sin rubor alguno. Un ejemplo de ello lo podemos observar en la aplicación de la Carta de las Naciones Unidas desde la fundación de esa organización –valga la comparación-.
Sin embargo, a pesar del desequilibrio palpable entre las naciones participantes y la cada vez más obscena mercantilización del deporte, la política insurgente obtiene victorias relevantes que no pueden ser vulneradas por el poder reinante y lo muestran desnudo y vergonzoso ante la humanidad. La consecución de medallas por parte de representaciones de países asediados, bloqueados y estigmatizados por el imperialismo, más allá del triunfo deportivo, se convierten en denuncia y resistencia de los pueblos oprimidos. Es prueba admirable e irrefutable de la capacidad de lucha que puede generarse ante la avasallante capacidad destructiva de ese poder mundial que escribió las reglas y las violó cada vez que le dio la gana.
Para nadie es un secreto la utilización del deporte para el beneficio económico de grandes empresas de marcas y el poderoso sistema de marketing que las respalda. El capitalismo ha ocupado todos los espacios que rodean al ser humano y es éste su generador de ganancias, su productor, su consumidor y su herramienta fundamental que terminará siendo desechada y reemplazada al cumplir con su ciclo de utilidad. Es, el ser humano, su más preciada mercancía, la materia prima que se transforma, se utiliza y desecha. Quien obedezca y acate, quizás complete el ciclo; quien se rebele, será reemplazado antes del tiempo útil, en el mejor de los casos. Esto funciona así en todas las circunstancias: Desde el país que posee recursos, hasta el sujeto que pretende defender su soberanía y puede ser disuadido económicamente para olvidar sus principios.
En el deporte el objetivo es la ganancia y no la bandera. En tiempos de paz y armonía impuesta por la genuflexión de un gobierno a los intereses imperiales, la transferencia del ser humano solo permite el orgullo banal del que triunfa lejos de su tierra. Pero, en tiempos de guerra, bloqueo y asedio, el chantaje y la persuasión económica son las armas de ataque. En caso de dignidad y orgullo, la descalificación, la burla y el insulto reforzaran el mecanismo destinado a vulnerar al pueblo que resiste.
En estos juegos olímpicos, Venezuela, Cuba y Rusia -fundamentalmente-, han sido los objetivos. Antichavismo, anticomunismo visceral y una muy bien elaborada rumorología de doping en el caso de Rusia, le han servido a los mercenarios en redes sociales y medios internacionales para ensuciar sus victorias. Los casos de Yulimar Rojas y Julio Mayora de Venezuela, Julio César La Cruz de Cuba y Evgueni Rylov de Rusia, son el ejemplo de la guerra multiforme que se lleva a cabo para socavarlos, no solo individualmente, sino a los pueblos que representan.
En el caso de Yulimar, los medios españoles hacen loas a su victoria, pero sin mencionar para nada a Venezuela; Venezuela no existe, amén de la importancia que tiene el haber roto un récord que tenía 19 años de vigencia, hecho al que no se le dio mucha importancia. A Julio Mayora lo crucificaron por haberle dedicado la medalla de plata al Comandante Chávez en su natalicio número 67. A Julio César La Cruz, comentaristas mexicanos desmeritaron su victoria y Miami saltó enardecida ante la consigna de “Patria o Muerte, ¡Venceremos!” que La Cruz gritó orgulloso ante las cámaras. En el caso del ruso Evgueni Rylov, el rival norteamericano que perdió terminó insinuando la posibilidad de doping en la victoria. Caso curioso fue el del venezolano medallista de plata, Daniel Dher, a quien le recordaron –también desde la trinchera fascista en Miami-, los “dólares” que se ganaba por patrocinio en el norte.
¿Son casuales estas descalificaciones en redes sociales y medios internacionales? ¡En absoluto! Cuba y la otrora URSS, ahora representada por la propaganda imperialista en Rusia y Putin, han sido víctimas de la guerra sucia que enloda cualquier victoria de países y pueblos que adversen al imperialismo. Y es una guerra encarnizada que se da en todos los frentes, aplicada para la cooptación, deserción y posterior declaratoria de los deportistas en contra de sus países de origen. La guerra multiforme no necesita de cañones, misiles o intervenciones militares. Se hace efectiva en lo emocional y hace mucho daño; sobre todo en las redes sociales, donde se observa como el odio exacerba lo más primitivo del ser humano.
Existe una buena cantidad de ingenuos que creen y pretenden apartar la política del deporte y no entienden que esta forma de confrontación nació desde la primera competencia que se hizo entre bandos contrarios. Es la vieja contradicción entre los poderosos y los oprimidos. La lucha de clases expresada entre ricos y pobres, invasores e invadidos; no la inventó Carlos Marx. Es la vieja confrontación entre el poder y la insurgencia. Todo cambia, ciertamente, pero la esencia es la misma. En un mundo que vertiginosamente se están generando cambios que ponen al imperialismo contra la pared, no podemos esperar que esos cambios se den de manera pacífica. Y esto está sucediendo en todos los terrenos.
Como bien dijo el Comandante Chávez: “No debe asustarnos la crisis mundial; más bien debemos verla como una oportunidad”. Tampoco deben asustarnos los mecanismos repetitivos del imperialismo que afortunadamente ya no tienen capacidad de mutación. En el terreno del deporte, Cuba y Venezuela, han demostrado que ni el bloqueo ni las medidas coercitivas pueden evitar que avancemos hacia un mundo mejor.
Por: Mario Silva