Decía Simón Rodríguez que “nada importa tanto como el tener pueblo; formarlo debe ser la única ocupación de los que se apersonan por la causa social”. Para lograr este supremo objetivo pedagógico signado a cimarronas y cimarrones sentipensantes, es vital reinvindicar la historia nacional como fuente de identidad y conciencia, no como mera visión pragmática y fáctica del acontecer, sino para concienciar en el pueblo que el devenir histórico no es solo memoria, sino memoria para ser. La causa social a la que se refiere Rodríguez es su doctrina cultural y política que sustenta ontológicamente al bolivarianismo. Allí, la nación debe entenderse como todo el territorio del Abyayala, que estuvo bajo dominio español entre 1492 y 1824 y a la que Rodríguez pide: “Hagan las Repúblicas nacientes de la India Occidental un Sincolombismo. Borren las divisiones territoriales de la administración colonial, y no reconozcan otros límites que los del océano. ¡Sean amigas si quieren ser libres!”. Contrario a esta doctrina, está el monroismo y el destino manifiesto. Son dos concepciones antagónicas.
El bolivarianismo combate toda forma de capitalismo e imperialismo. La doctrina Monroe promueve la esclavitud, el expansionismo y la injerencia. En 1825, Bolívar y Rodríguez devolvieron las tierras a los indígenas, crearon la educación popular y promovieron el desarrollo endógeno. Entre 1789 y 1830, George Washington, John Adams, Thomas Jefferson, James Madison, James Monroe, John Quincy Adams y Andrew Jackson, los presidentes de Estados Unidos contemporáneos a Bolívar, impondrán un pedazo de Inglaterra en Norteamérica, asesinando a pueblos enteros de originarios y robándole sus tierras. Para Rodríguez, la sabiduría de la Europa y la prosperidad de los Estados Unidos son dos enemigos de la libertad de pensar en América.
Alí Ramón Rojas Olaya