La historia de nuestra región latinoamericana y caribeña en los últimos 170 años ha sido de saqueos, conquistas, golpes de Estado, dominación, represión de nuestras naciones por parte de los poderes fácticos de los EE. UU. A partir de ello, se estableció un mecanismo de acumulación regional del capital imperialista, que succionó gigantescas fortunas hacía los EE. UU.
Desde su fundación, los EE. UU. se proyectaban como una nación expansionista, anexionista y depredadora. La visión de sus padres fundadores contemplaba el sometimiento de las nuevas repúblicas independientes del yugo español o incluso su incorporación a la Unión. Ya el Libertador lo alertaba con su temprana profecía; que los EE. UU. cometerían todo tipo de tropelías en nombre de libertad.
La dominación y explotación imperialista se fundamentaban en la Doctrina Monroe, que proclamó al hemisferio occidental como su espacio de control exclusivo. Se estableció un modelo de extracción a creciente escala de nuestras principales riquezas naturales, de explotación de los trabajadores, aprovechamiento de los mercados nacionales, generación de crecientes ganancias, extracción de recursos humanos…
Con el ascenso de gobiernos de corte progresista y socialista en la región a comienzos del nuevo milenio, se produjo un viraje en la correlación de fuerzas en contra de la hegemonía imperialista como nunca había existido, ni siquiera en la época de la Unión Soviética. Estos cambios no solo constituyeron proyectos de desarrollo nacional basados en la justicia social y la democracia, sino también procesos de liberación nacional, que pasaban por el fortalecimiento de los mecanismos de integración regional.
Entre los numerosos avances integracionistas de la región destaca la creación de la CELAC: un bloque regional que excluye a los EE. UU. y, con ello, a la principal causa del atraso de nuestras naciones desde finales del S. XIX.
Esto es de fundamental importancia, pues bajo las condiciones del expansionismo yanqui y de la globalización neoliberal, es imposible pensar en el desarrollo de las naciones de la región individualmente. Solo en forma de bloques de poder se puede existir en procura de recortar la enorme y creciente brecha de desigualdad entre el mundo desarrollado y el nuestro atrasado.
Para revertir los avances progresistas en el hemisferio, se acentúo el curso injerencista de los EEUU, desalojando por vías inconstitucionales y criminales presiones a gobiernos de izquierda. El resultado fue el retroceso en los procesos integracionistas, la instalación de gobiernos cipayos y el auge de las políticas neoliberales.
El los actuales momentos se encuentra en marcha una nueva ola expansiva del progresismo, que seguirá consolidándose en el año 2022, pero que también requiere de nuevos enfoques que permitan elevar la resistencia frente a las agresiones imperialistas.
Esta tarea debe estar acompañada por alianzas estratégicas con grandes potencias en el marco de la multipolaridad, que logren neutralizar cada vez con mayor fuerza los mecanismos hegemónicos unipolares de los EE. UU.
Estamos lejos aún del declive definitivo de los EE. UU., pero es innegable la merma de su fuerza imperial. El relanzamiento de la CEPAL es una señal clara de ello.