Unidad en la diversidad. Esta fue la intención expresada en la cumbre de la CELAC, la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños que culminó en México. Una propuesta que, articulada de otra manera porque, dirigida más a los pueblos que a los gobiernos, ya la había enunciado el presidente Nicolás Maduro al concluir el Congreso Bicentenario; y la repitió en México con un discurso concreto y prospectivo.
Un discurso a raíz de Chávez y en el espíritu de Bolívar. La ruidosa obstrucción de los presidentes neoliberales de Paraguay y de Uruguay, y los comentarios en las redes sociales de Colombia fueron suficientes para mostrar cuán grande es la diversidad —de intenciones y opciones políticas— con algunos de los Estados miembros (16 presentes, de un total de 33, es decir, todas las naciones americanas, salvo los Estados Unidos de América y Canadá).
Gobiernos que, aunque permanecen en el organismo regional, a diferencia del Brasil de Bolsonaro, que el año pasado sacó de la CELAC a la segunda economía de la región después de México; han reivindicado su papel de portadores de agua de Washington. Por subordinados que sean, se sienten más afines a esa clase oligárquica que, en Europa, más allá de la empalagosa retórica sobre los sacrificios comunes, se engorda con los sufrimientos que esos sacrificios imponen a las clases populares en nombre de las «reformas estructurales» deseadas por los decisores supranacionales.
El presidente mexicano, AMLO, dijo que la CELAC podría tomar como modelo «algo parecido a la UE, pero con características ligadas al contexto». Maduro recordó que «existe también la Unión Africana» en el sentido de que se tiene que mirar hacia el sur, y propuso la creación de una secretaría ejecutiva de la CELAC, operativa en temas prioritarios para el continente. ¿Qué inspiración puede ser la Unión Europea para los países del Sur?
En la UE no hay «unión» sino competencia desenfrenada: basada en la compresión de los costos laborales, la ausencia de soberanía y los procesos de privatización que monetizan al alza las políticas públicas en beneficio de unos pocos. Mientras aumentan las «pequeñas patrias» xenófobas y se erigen muros contra la libre circulación de personas, solo los movimientos de capital financiero no tienen fronteras. Para llegar a ese «equilibrio en el presupuesto» sacudido como un hacha contra las conquistas de los trabajadores, las clases populares deben pagar la «deuda soberana», como grotescamente se llama el tributo de los súbditos a sus atracadores.
El sueño bolivariano de la Patria Grande implica otro rumbo. A partir del Congreso de Panamá, Bolívar vislumbró la construcción de un bloque multinacional de pueblos americanos de tradición hispana, que permitiría combinar recursos humanos, naturales y económicos y formar alternativas válidas a los imperios europeos y al naciente imperio angloamericano. Su proyecto fue rechazado por las oligarquías nacionales.
Ese bloque se habría creado a partir de las revoluciones independentistas de la época que habían triunfado en toda Hispanoamérica, excepto en Cuba y Puerto Rico. La última batalla de El Libertador Simón Bolívar y el mariscal Antonio José de Sucre fue la liberación del Alto Perú (Bolivia). Sin embargo, el 3 de octubre de 1821, en su discurso ante el Congreso de la Gran Colombia, en Rosario de Cúcuta, Bolívar declaró: “Prefiero el título de ciudadano al de Libertador, porque éste emana de la guerra, que emana de las leyes. Cámbiame, Señor, todos mis títulos por el de buen ciudadano”.
En ese momento, Marx, —quien criticaría la noción abstracta de ciudadano a partir de la división en clases de la sociedad— tenía 3 años, y luego sería desviado por las fuentes de la época en su juicio sobre Bolívar. El Congreso de Panamá también se denominó Anfictiónico, en homenaje a la Liga Anfictiónica de la Antigua Grecia, para subrayar una idea de integración basada en reglas compartidas. Esa unidad sudamericana, que también habría facilitado acuerdos de defensa común, se fragmentó entonces en nueve Estados totalmente alejados de sus realidades nacionales y regionales, vinculados a los intereses estratégicos de los nuevos imperios mundiales.
Entonces, como ahora, la oligarquía colombiana está firmemente apegada a los intereses imperialistas, siendo Colombia el primer Estado latinoamericano en incorporarse a la OTAN desde 2018. Iván Duque acaba de firmar un memorando de entendimiento con la UE que lo considera un «socio estratégico»; a pesar de las masacres diarias que se perpetúan contra el pueblo colombiano. Lo hizo en el contexto de la Asamblea Anual de la ONU, que tiene lugar en Nueva York, durante la cual Biden «elogió la valentía» de quienes desestabilizan a los gobiernos de Cuba, Venezuela, y Nicaragua; porque se reconocen en el modelo de «verdadera democracia» de Estados Unidos. Y, mientras tanto, el jefe del Comando Sur ha aterrizado en Bogotá, para reforzar a su principal gendarme en América Latina, cuyos aviones han vuelto a violar el espacio venezolano.
En la cumbre CELAC el presidente cubano, Miguel Díaz Canel, recordó a los gobiernos neoliberales que, antes de hablar de los supuestos problemas en el hogar ajeno, debieron haberse ocupado de los mismos en sus propios hogares, considerando el fuerte rechazo que reciben sus políticas. Un tema también abordado en el programa Dando y dando, realizado semanalmente por la periodista y diputada venezolana, Tania Díaz. El uruguayo Rubén Suárez, de CONAICOP, analizó el ataque a los derechos sindicales del gobierno de Lacalle Pou, y la consiguiente (y masiva) reacción popular. La activista paraguaya Fátima Rallo habló del nivel de «democracia» del gobierno de Mario Abdo Benítez, y de la continuidad con la pasada dictadura. El análisis de Juan Carlos Tanus, director de Colombianos y Colombianas en Venezuela, destacó cuánto pesa el cierre de los espacios de viabilidad política sobre la posibilidad de un giro a la izquierda en Colombia.
Incluso en la Asamblea General de la ONU, la voz de los países socialistas se ha alzado contra las medidas coercitivas unilaterales impuestas por el imperialismo estadounidense en desafío a las normas internacionales. Un ejemplo llamativo es el del diplomático venezolano Alex Saab, secuestrado en la isla de Cabo Verde, gravemente enfermo y a punto de ser extraditado ilegalmente a Estados Unidos por la subordinación de las instituciones caboverdianas.