La muerte suele inducir a exageraciones respecto a las virtudes de la gente que se ha marchado de este mundo. Corriendo ese riesgo adrede, podemos parafrasear el histórico discurso de Fidel Castro acerca de Ernesto Che Guevara y decir que si queremos un modelo de hombre revolucionario y bolivariano “que no pertenece a este tiempo, que pertenece al futuro, de corazón digo que ese modelo, sin una sola mancha en su conducta, sin una sola mancha en su actitud, sin una sola mancha en su actuación; ese modelo es el General en Jefe Jacinto Pérez Arcay”.
Pensador de alto vuelo, lector empedernido, investigador de la historia, con un concepto espartano de la disciplina del estudio y el trabajo, hombre de carácter templado en los cuarteles y en los recintos académicos; Pérez Arcay no por casualidad fue casi un padre para el Comandante Hugo Chávez y ha sido (esperamos que siga siendo) uno de los faros más luminosos de un proceso revolucionario asediado por las nieblas y los temporales.
Bolivariano hasta los tuétanos, fue como el Libertador mismo, un ser humano de ideas y de acción, un artillero del pensamiento.
En el campo militar su formación fue justamente en la rama de la artillería, en los tiempos ya muy remotos de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, contra quien se alzó al lado de otro Hugo, el entonces coronel Hugo Trejo; una conspiración que comenzó en 1957 y que luego fue desviada y desvirtuada por la élite civil y militar que se apoderó del espíritu del 23 de enero de 1958.
En el área académica, egresó summa cum laude en Historia y Geografía de la Universidad Católica Andrés Bello. No era sorprendente, entonces, que al conversar con él, se sintiera la sensación de que ametrallaba reflexiones y citas de los más diversos autores y obras, demostrando una indiscutible erudición.
El antecedente de la participación en el movimiento de Trejo y sus atributos como hombre ilustrado lo colocaron a considerable distancia del prototipo de los altos oficiales de la IV República, que debían comulgar políticamente con Acción Democrática o con Copei y, preferiblemente, ser eunucos intelectuales. ¿Cómo sobrevivió en tal ecosistema? Pues tal vez aplicando los conocimientos adquiridos acerca de las artes de la guerra y de la política.
Retirado antes de 1999 con el grado de general de brigada, Pérez Arcay fue reincorporado al servicio activo por Chávez y ascendido a los grados de general de división y mayor general, algo inédito en la institución militar. Posteriormente, ya en tiempos de Nicolás Maduro, fue promovido a general en jefe.
“Una vez le pregunté a Hugo si estaba seguro de esos ascensos, porque me habían convertido en el oficial activo de mayor edad en la Fuerza Armada. Me respondió: ‘¿y por qué no, si su hijo es el comandante en Jefe?’”, contó Pérez Arcay en 2013, en una entrevista con Ciudad CCS.
Esa “paternidad” le concedía otro privilegio: llamar Hugo al presidente. No podía ser de otra manera porque lo había conocido en su época de “Tribilín”, en la Academia Militar y le había seguido los pasos a lo largo de su vida toda.
Solía recordar uno de los primeros recuerdos del cadete Chávez que se rebeló contra su alférez mayor, Alcides Rondón, porque este, en una clase sobre Bolívar se refirió al Libertador como dictador y el futuro jefe de Estado lo refutó. Rondón lo mandó a callar y quiso arrestarlo por llevarle la contraria y desafiar su autoridad. Curiosamente, a Chávez le tocó ascender a Rondón al grado de general y designarlo para varios cargos, entre ellos viceministro de Interior y vicecanciller. “Tenías que haberle visto la cara a ese hombre el día que Hugo lo ascendió”, comentó Pérez Arcay en la referida entrevista.
La valentía de Chávez al defender a Bolívar, incluso a riesgo de ser expulsado de la Academia, fue determinante para que Pérez Arcay lo asumiera como un discípulo. La devoción por el Libertador los unió. “Bolívar es lo más grande que ha dado el mundo después de Jesús de Nazaret, quien si no fue Dios, mereció serlo”, afirmaba Pérez Arcay.
Pero no se quedaba en el plano de la devoción a la figura histórica más universal de Venezuela. Él lo estudió siempre y a profundidad. “A estas alturas no conocemos a Bolívar. Algunos dicen que hay que bajarlo del pedestal y dejar a un lado el culto a Bolívar… pero ¿de cuál culto a Bolívar hablan, si en verdad no lo conocemos?, ¿de qué pedestal hablan si no hemos leído a Bolívar?”, expresaba con la autoridad irrefutable de alguien que sí lo había hecho.
En su rol de historiador, fue un investigador acucioso de la Guerra Federal. En su libro de 1977 Guerra Federal. Consecuencias (tiempos de geopolítica) reivindicó al general de hombres libres, Ezequiel Zamora, un gesto de genuino atrevimiento intelectual, pues en ese entonces él era coronel activo y en la historia oficial de la IV República, Zamora no era nada bendito.
Cuando fue reincorporado, Pérez Arcay volvió a vestir el uniforme con un entusiasmo de cadete. Siempre impecable, era difícil verlo de civil y en alguna actividad que no fuera estudiando, trabajando y enseñando a todos los militares y civiles que tuvieron la suerte de estar cerca de su poderoso influjo.
Tras el fallecimiento de Chávez, se puso a trabajar más duro, consciente de que —como lo declaró apenas unas semanas después de aquel trágico momento— “no tenemos suficiente fuerza intelectual y ahora tampoco lo tenemos a él”. Refiriéndose a la célebre frase del comandante en su discurso de despedida del 8 de diciembre de 2012, este artillero del pensamiento subrayó una verdad que continúa vigente: “Necesitamos muchos Hugos para seguir teniendo patria”.
Epígrafe:
“Bolívar es lo más grande que ha dado el mundo después de Jesús de Nazaret, quien si no fue Dios, mereció serlo”, afirmaba Pérez Arcay.
Despiece:
Un viejo sabio
Jacinto Pérez Arcay nació en La Vela de Coro; pero al año, tras la muerte de su madre, él y sus hermanos fueron llevados a Juan Griego. Allí tuvo una relación entrañable con su abuela, de quien era lector oficial. A ella le leyó varias veces El conde de Montecristo, por lo que casi se sabía de memoria la obra de Alejandro Dumás.
Algo de la sabiduría marina de los margariteños hizo ósmosis en el pequeño Jacinto, así como la devoción religiosa. En cierta ocasión, notó que el comandante Chávez necesitaba su auxilio. “Mira, Hugo, estás mencionando demasiado a la muerte, vamos al Valle del Espíritu Santo para que le entregues esta réplica de la espada de Bolívar a la Virgen del Valle”.
Para más señas, el crucifijo que mostró el comandante el 14 de abril, en su retorno al poder, también se lo había obsequiado el general.
Con voz de maestro decía que si cada quien al menos barriera el frente de su casa, tendríamos ciudades más limpias. “El dinero del petróleo nos ha vuelto flojos hasta para estudiar. Donde hay dinero, se aplica el ‘cuánto tienes, cuánto vales’. Lo que no sé es si las personas que viven según esa norma pueden dormir felices. Una de las cosas bonitas de la vida es comerse algo sencillo, por ejemplo, una canilla o un pan campesino tostadito, con café con leche, pero al lado de los tuyos, con las personas que quieres y con la conciencia limpia. Eso sabe a gloria”.