«Venezuela es un país rico más allá de los límites naturales. Las montañas tienen vetas de oro, y de plata, y de hierro. El suelo, como una doncella, se despierta a la más leve mirada de amor. La Sociedad Agrícola de Francia acaba de publicar un libro en el que se demuestra que no hay sobre la tierra un país tan bien dotado como este para establecer en él toda suerte de cultivos. Allí se pueden sembrar papas y tabaco: —té, cacao, y café; la encina se eleva junto a la palmera. Se ven en el mismo ramo el jazmín de Malabar y la rosa Malmaison, y en la misma cesta la pera y el plátano: existen todos los climas, todas las alturas, todas las especies de agua; las orillas del mar, las orillas del río, las llanuras, las montañas; la zona fría, la zona templada, la zona tórrida. Los ríos son grandes como el Mississippi; el suelo, fértil como las faldas de un volcán. Esta tierra es como una madre adormecida, que durante el sueño dio a luz una enorme cantidad de hijos.—Cuando el labrador la despierte; los hijos saldrán del seno materno, robustos y crecidos, y el mundo se conmoverá con la abundancia de los frutos.—¡Pero la madre duerme todavía, con el seno inútilmente lleno! ¡El labrador del país, que solo ama a la mujer y a la libertad, no aspira a nada, y no hace nada! Toma, como los hindúes, las frutas maduras que cuelgan de los árboles, y, como un bohemio, canta, seduce, combate, muere. En esta naturaleza virgen, los hombres del campo tienen todavía costumbres grandiosas y llenas de orgullo.—El desprecio de la vida, el amor al placer, son el recuerdo arrollador de una vida anterior de libertad feroz: son poetas, centauros y músicos. Cuentan sus hazañas en largas tiradas de versos que llaman galerones. Sus bailes tienen una dulce monotonía, la del céfiro en las ramas de los árboles, —todas las suaves melodías de la selva, interrumpidas por los gritos terribles del huracán. Sus alegrías, como sus venganzas, son tempestuosas. Beben agua en la tapara, una ancha fruta vacía, de corteza dura. Se sientan en sus cabañas sobre cráneos de caballos. Sus caballos tienen alas bajo sus espuelas. Encantan a las mujeres con su gracia; con su fuerza, derriban toros».
José Martí, Viaje a Venezuela, Nueva York, 1881.