Cuando el poder constituyente o poder popular se hace del poder constituido debe concienciar que se va a enfrentar a un enemigo extremadamente poderoso no sólo porque éste maneja el mundo castrense, sino el económico, el educativo, el comunicacional, el religioso, el sindical, el político, el jurídico y el más peligroso de todos: el contracultural.
Este enemigo no es fácil identificarlo porque no es sólo un grupo de personas o un grupo de países, es un modelo civilizatorio instalado geográficamente en el occidente del mundo (Europa, parte de Asia, África y América) y contraculturalmente en la psique colectiva desde el 12 de octubre de 1492 a través del patriarcado; e impuesto por una élite supremacista, eurocéntrica y judeocristiana heterosexual enferma de una sed insaciable de riqueza.
Este enemigo, llamémoslo Estado Profundo, Illuminati, socios del club Bilderberg, el Vanguard Group, tiene súbditos como Mohamed bin Salmán, príncipe heredero de Arabia Saudita, y presidentes títeres en Latinoamérica como Iván Duque, Jair Bolsonaro, Irfaan Ali, Mario Abdo Benítez, Luis Lacalle Pou, Guillermo Lasso, Laurentino Cortizo Cohen, Carlos Alvarado Quesada, etc.
Además de estos súbditos, están los enemigos de clase de cada país, en el caso venezolano empresarios y políticos entreguistas como Juan Guaidó, Julio Borges, María Corina Machado, Freddy Guevara y un larguísimo etcétera, más los infiltrados, traidores o desviados de la revolución.
Para contrarrestar a este Goliat, el liderazgo revolucionario debe contar con mujeres y hombres que tengan la capacidad necesaria para asumir la defensa integral de la Patria desde puestos claves. Esto implica activar los poderes creadores del pueblo a través de la industria y la universidad para producir alimentos, ciencia y dignidad de manera que se satisfagan las necesidades básicas: “darle comida al hambriento, vestido al desnudo, posada al peregrino, remedios al enfermo y alegría al triste”, como señala Simón Rodríguez. “Toda revolución política pide una revolución económica”, acota nuestro amauta.
Esta tarea se puede asumir sin tanta apetencia por camionetotas, escoltas, ropa y zapatos de marca, celulares de última generación, reguetón y dólares. La tarea de la juventud es formarse en la austeridad y desde la humildad. Hay que profundizar en la formación como nos lo pide Rodríguez: “Nada importa tanto como el tener pueblo, formarlo debe ser la única ocupación de los que se apersonan por la causa social”.