Por: Jesús Faría.- La obra de Lenin constituye un impresionante acumulado de hazañas y aportes teóricos trascendentales. No es solo el pensador marxista más importante desde inicios del siglo XX hasta nuestros días, sino también el más grande de los revolucionarios de esa época.
Lenin nos dice que el marxismo es una doctrina viva, “es el análisis concreto de la realidad concreta” y a partir de ahí nos lega innumerables aportes de absoluta vigencia: sus tesis sobre el Estado y la revolución, el estudio del imperialismo como fase superior y parasitaria del capitalismo, los aportes extraordinarios de la economía política en la transición al socialismo, los fundamentos del partido revolucionario de nuevo tipo, la teoría de la revolución socialista, entre muchos otros.
Sin embargo, la gran obra del líder comunista fue, sin duda, la gran revolución del proletariado ruso. Lenin desplegó todo su genio al frente de su partido bolchevique y de las masas trabajadoras de Rusia para derrocar al régimen burgués y fundar el primer Estado de los obreros y campesinos de toda la historia de la humanidad. Después de la conquista del poder político, se puso al frente de la defensa de la Rusia bolchevique invadida criminalmente por 14 naciones imperialistas, consolido al Partido Comunista como vanguardia activa de la revolución rusa, dirigió la reconstrucción de una nación destruida y, finalmente, fundó la URSS. Con esa gigantesca hazaña demostró que sí es posible derrotar el sistema de dominación capitalista.
Lenin desarrolló como nadie una estrategia para la transición al socialismo y, además, construyó las condiciones para ello. En ese esfuerzo desplegó la síntesis de audacia y realismo, flexibilidad táctica y firmeza en los objetivos estratégicos para superar complejísimas coyunturas. En ese sentido, hay dos aspectos que queremos resaltar.
Por una parte, estableció que el imperialismo es el principal enemigo de la humanidad, el obstáculo más importante para el avance de la revolución. Para naciones de la periferia del capitalismo mundial, esto implica que el objetivo de la liberación nacional se tiene que
conjugar con el horizonte socialista de la lucha de los pueblos.
No habrá independencia nacional sin una orientación socialista de nuestras luchas, ni habrá socialismo bajo la dominación imperial. En ese contexto, se presentan amplias opciones en el marco de las políticas de alianzas antiimperialistas y, asimismo, se exige el máximo fortalecimiento de las fuerzas populares, capaces de avanzar en el quiebre histórico del sistema burgués.
Por otra parte, Lenin formuló aportes importantísimos en el ámbito de la economía. Claramente enfocado en los objetivos históricos de las transformaciones socialistas en las relaciones de producción y del desarrollo de las fuerzas productivas, Lenin da inicio a una política económica en la Rusia soviética, la Nueva Política Económica (NEP, por sus siglas en inglés), que sustituía al Comunismo de Guerra indispensable en su momento para frenar a la contrarrevolución.
Dicha política apuntaba al aumento de la producción nacional sobre la base de la activación de mecanismos de mercado, estímulos al sector privado y apertura a la inversión extranjera.
Esa audacia leninista salvó a la revolución bolchevique al vencer la hambruna, estrechar la alianza de obreros y campesinos, generar excedentes para el desarrollo industrial. Era una política de capitalismo de Estado bajo el poder soviético.
A cada instante, Lenin nos enseña que la política revolucionaria solo puede desplegarse divorciada de los dogmas y de las claudicaciones reformistas.