Parte de la expectativa sobre la primera vuelta en la elección presidencial de Colombia versa sobre la posibilidad, o no, de un verdadero cambio político en una Nación que en las últimas décadas ha entrado en francos y estructurales retrocesos políticos y sociales.
Tan dramático asunto también toca lo electoral, con un sistema amplio en posibilidades de fraude y sin ningún tipo de métodos de auditoría, que ya dejó su rastro de denuncias en las elecciones al congreso de ese país, realizadas en marzo, presagiando así dificultades en el resultado final del evento electoral.
Más allá de lo que ocurra, ya habrá tiempo para las valoraciones correspondientes, dos aspectos se colocan de relieve en el carácter geopolítico de un país cuya oligarquía se ha encargado de subsumir en una especie de nuevo coloniaje al servicio de los intereses estratégicos de EEUU, con un triple pivote que debemos observar.
Su rol de enclave militar de la Organización del Tratado del Atlántico Norte OTAN (como brazo expansivo de las acciones estadounidenses en el continente) que, sumado a la presencia ofensiva de bases militares del extranjero en su territorio, abiertamente violan las decisiones de América Latina de erigirse como Zona de Paz y libre de armas nucleares tal como lo dispuso la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC).
Este aspecto se ha visto elevado con la reciente incorporación de Colombia en esta organización —nada pacífica— como “aliado mayor extra OTAN”, cuestión que también tributa a los esfuerzos de Washington por generar un frente anti ruso en el continente, idea que pretenden desarrollar en la Cumbre de las Américas prevista para junio.
Ello implica que este aliado mayor contribuya en los esfuerzos de guerra en Europa del Este de la manera que disponga el Pentágono, cosa que está puesta y dispuesta en equipamiento de guerra, entrenamiento de mercenarios y todo tipo de maniobras contra la Federación de Rusia, lo cual contiene el peligro de arrastrar a todo un continente en el actual conflicto mundial, con sus consecuencias asociadas.
Para nadie es un secreto el valor geopolítico que tiene Colombia para servir de pivote agresivo demostrado con suficiencia en años recientes. Nos referimos por ejemplo al rol que ha asumido con la planificación, organización y ejecución de operaciones militares y terroristas en contra de la República Bolivariana de Venezuela (recordemos que el Plan Colombia tenía como uno de sus principales objetivos controlar las reservas de energía de nuestro país) llegando a ser sede de apoyo político de un gobierno paralelo como parte del plan de Washington y el extremismo opositor, maniobras derrotadas abiertamente por la voluntad del pueblo y sistema político venezolano.
En segundo lugar la vulneración abierta de los Acuerdos de Paz de La Habana y Cartagena de Indias, rol fundamental asumido por acción u omisión del gobierno de Iván Duque, con el asesinato sistemático de todos quienes son factores del proceso de paz en especial líderes y lideresas sociales. De hecho solo hasta el 21 de mayo se contabilizaban 42 masacres y 77 líderes y defensores de derechos humanos asesinados en lo que va de 2022, con la complicidad o anuencia del sistema político colombiano afirmado por el Presidente Joe Biden como “ejemplo” para el resto de América Latina.
No es la primera vez que algún proceso de paz es básicamente demolido por la fuerza de las balas, la muerte y el amedrentamiento. Basta con traer a la memoria el exterminio sistemático de la Unión Patriótica, partido político creado al calor de los Acuerdos de Paz del entonces Presidente Belisario Betancur y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia FARC – EP en 1985, con el propósito de ser clave en el proceso de reinserción política y fomento de una política de pacificación nacional.
Una estimación del Centro Nacional de la Memoria Histórica revela el asesinato, desaparición o secuestro, entre 1984 y 2002, de hasta 4153 seres humanos como muestra del engaño al cual fue sometido un sector político del país y casi toda la Nación, de unos acuerdos de paz que se constituyeron en emboscada de muerte; incrementando el drama de la guerra en ese país.
Salvo algunos aspectos muy débiles, el proceso de paz de 2015 – 2016 ha sido estructuralmente desmontado por el actual gobierno, pie juntillas de las instrucciones de uno de los enemigos más enconados de la paz: Álvaro Uribe Vélez.
En tercer lugar tenemos el problema interno de un país aplastado por la política neoliberal y con números terribles que exhibir en varias materias, que no le colocan ni como ejemplo de modelo y más aún incrementan los peligros a toda la región si observamos los dos elementos anteriores.
El nuevo Presidente se encontrará con algunas perlas: Colombia encabeza la producción y distribución de droga según el más reciente informe de la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito con un exponencial crecimiento al calor del gran negocio que representa el tráfico de estupefacientes a un mercado de tanto apetito como el de EEUU; el desempleo en el país ronda casi el 10%; una situación de pobreza general incrementada hasta el 40%, todo esto sin contar las consecuencias de hasta tres reformas tributarias que precisamente ocasionaron la protesta social del año 2019.
La misma resultó fuertemente reprimida con violaciones sistemáticas de Derechos Humanos que han sido poco o nada vistos por instituciones muy desacreditas en materia de defensa de derechos fundamentales, pero a su vez con el rastro de un clima político y social bastante crispado a lo interno de Colombia.
Con este panorama veremos la deriva de un país que parece haber llegado al cenit social de anhelo de cambio, pero con una oligarquía que ha mandado a sus anchas con la protección de Washington dadas sus relaciones carnales y de absoluta sujeción.
Siendo reiterativo, la mayor esperanza para el pueblo venezolano es de una normalización de relaciones diplomáticas y comerciales y el abandono total de las acciones de agresión desde Colombia como el avance más anhelado en esta nueva etapa que transitamos.
Todo eso esta en veremos…
Por: Walter Ortiz