El declive de Occidente
Durante décadas, e inclusive haciendo paralelismos históricos con el Imperio Romano, por ejemplo, se habló del declive de Occidente. De su pérdida de influencia y poder.
Cuando hablamos de “occidente”, en el imaginario colectivo global no se suele discernir completamente entre Estados Unidos y algunos países de Europa.
Claro, en el siglo 21 sabemos que la hegemonía era de los norteamericanos.
Las aventuras bélicas, en la que arrastraba sin mayor consulta a sus “aliados” del Viejo Continente, hacían más evidente esa mengua.
La forma cómo los europeos se vieron arrastrados, en 2008, en la gran crisis económica creada por la voracidad irresponsable de los bancos norteamericanos, es otra muestra.
Las sanciones a diestra y siniestra que impone Washington a China, Rusia, Irán, Venezuela; en fin, a quien se le antoje, suele revertirse en su contra. Un ejemplo; las sanciones a Moscú, que ahora les generan niveles históricos de inflación a los europeos.
Europa está, prácticamente, en una situación de indefensión y plena dependencia respecto a Washington.
Eso lo reconoció Emmanuel Macron. En noviembre de 2019, antes de la pandemia de Covid 19; el mandatario francés declaró en The Economist que la Unión Europea se encontraba al borde del precipicio, que corría el riesgo de desaparecer geopolíticamente, si seguía dependiendo de Estados Unidos.
Criticó también el triste papel del Viejo Continente respecto a la OTAN, más aún, enfatizó que “lo que estamos viendo es la muerte cerebral de la OTAN. No hay ningún tipo de coordinación en la toma de decisiones de Estados Unidos y de sus aliados en la OTAN”.
El discurso de Macron despertó simpatías en Europa, sus ciudadanos se sintieron reivindicados. Más aún, cuando hace pocos meses, en un acto de piratería comercial, los norteamericanos echaron por tierra un acuerdo de 65 mil millones de dólares que tenía hecho Francia con Australia, por la venta de submarinos galos al país oceánico.
Washington anunció la creación de AUKUS, un bloque que conformaron junto a Gran Bretaña y Australia. Los europeos entendieron, suponemos que lo hicieron, que no eran tan importantes para sus tradicionales aliados. Estos le dan más importancia al área del Indo- Pacífico, a fin de enfrentar a China. Todo eso ocurría hasta principios de este año.
De pronto, y cuando ya el Nord Stream 2 debía entrar en funcionamiento, en contra de la voluntad de Estados Unidos, dándole mayor desahogo a Europa en cuanto al abastecimiento de gas, Washington utiliza a Ucrania para forzar la reacción de Rusia, y, bueno, ya todos conocemos lo que desencadenó, sobre todo para los europeos, que sufren las consecuencias para abastecimiento de energía, de alimentos, de minerales estratégicos.
De una Europa que hablaba de independizarse de Washington pasamos, convenientemente para la Casa Blanca, a una Unión Europea entregada —incluida Francia— a la política internacional militarizada de Joe Biden.
¿Una prueba? El pasado 29 de junio, el mandatario estadounidense anunció en la cumbre de la OTAN; que su país «mejorará la posición de sus fuerzas en Europa y responderá al cambiante entorno de seguridad; además de reforzar nuestra seguridad colectiva. A principios de este año, hemos enviado 20.000 tropas estadounidenses adicionales a Europa para reforzar a nuestros aliados en respuesta a la agresiva actuación de Rusia, tras lo que nuestras fuerzas en Europa ascienden a 100.000. Vamos a seguir ajustando la postura de nuestras fuerzas en función de la amenaza”.
Además, anunció que aumentará el número de destructores estadounidenses con base en España de 4 a 6; establecerá la sede permanente del Quinto Cuerpo del Ejército de EE. UU. en Polonia; desplegará defensa aérea adicional y otros recursos en Alemania e Italia.
Todo eso, sin consulta, ante los mandatarios allí reunidos.
La misma jornada, y en coherencia con el discurso de Washington de los últimos tiempos, el documento emergido de la reunión señala que Rusia «es la amenaza más directa y significativa para la seguridad de los aliados y la paz y la estabilidad en la zona euroatlántica».
Según la OTAN, “Moscú busca establecer ámbitos de influencia y control directo a través de coacción, subversión, agresión y anexión, usa medios convencionales, cibernéticos e híbridos contra nosotros y nuestros socios».
Claro, se cuidaron de reiterar que “no buscan una confrontación y no representan ninguna amenaza para la Federación Rusa».
Finalmente, y en un ejercicio de cinismo, dicen buscar «la estabilidad y previsibilidad en la zona euroatlántica y entre la OTAN y la Federación Rusa».
Como era obvio, también se refirieron a China. Insistieron en que “las políticas y ambiciones de China desafían nuestros intereses, seguridad y valores».
«Las operaciones maliciosas híbridas y cibernéticas de la República Popular China, y su retórica confrontacional y de desinformación; tienen como blanco a los aliados y dañan la seguridad de la Alianza», menciona el documento.
Acusan a la República Popular de China de «buscar controlar sectores clave tecnológicos e industriales, infraestructura crítica y materiales estratégicos y cadenas de suministro».
Finalmente, dijeron que la cooperación entre Pekín y Moscú «va en contra de nuestros valores e intereses».
Curiosa la invocación de “occidente” a sus “valores”; curioso, cuando están a punto de entregar a Julian Assange a sus verdugos, por el solo hecho de cumplir con uno de los pilares de la “civilización occidental”, el derecho a la información, a la opinión, a la comunicación. Son ellos quienes hablan de fortalecer medios independientes para fiscalizar a sus autoridades.
Y en alusión a sus “valores”, el 22 de junio, durante la inauguración de la Cumbre de los BRICS, Vladimir Putin les reprochó «los socios occidentales ignoran los principios básicos de la economía de mercado, el libre comercio y la inviolabilidad de la propiedad privada”. Eso, ante las expropiaciones y sanciones ilegales contra empresarios rusos, chinos, venezolanos, y sus socios de otras nacionalidades.
En fin, mucho debería aprender el Viejo Continente de la dignidad y soberanía con que manejan la mayoría de países latinoamericanos su política exterior, que, pese a sus limitaciones, supieron decirle a Estados Unidos, en su fallida Cumbre de las Américas en Los Ángeles, que no son títeres a su servicio.