La pandemia y su burbuja financiera, sumado a la provocación de EEUU y Europa Occidental para generar una guerra en el este de dicho continente, lejos de acrecentar los frenos del crecimiento de un poderoso bloque multipolar alternativo al hegemón unipolar de la posguerra fría, han dejado como saldo todo lo contrario.
De hecho, quienes cuestionaban esta posibilidad hoy tienen que ver con cierto sentido analítico la realidad. Por ejemplo, Sergei Lavrov, canciller de la Federación de Rusia, hizo una radiografía muy clara de lo que no solo en su criterio genera la existencia de un mundo multipolar que no puede ser aplastado por factor alguno en su avance, sino que además, en nuestro criterio, este polo ya está pasando a predominar el mundo pospandemia que se nos presenta en el corto, mediano y largo plazo.
Lacónicamente, Lavrov caracteriza el contexto así: «La situación vuelve a demostrar que la mentalidad colonial, los hábitos coloniales de nuestros socios occidentales no han desaparecido y que EE. UU., a su manera, y Europa, a su manera histórica, siguen pensando en categorías coloniales según las cuales tienen el derecho a dictar al resto del mundo (…) Pero también tienen paranoia, porque en cada proceso en el que Occidente no participa, que Occidente no controla, ve una sublevación, una amenaza a su dominio. Es hora de dejar atrás estos modales y hábitos».
Claramente, tal aseveración confirma el pulso estratégico actual donde la prolongación del conflicto está causando severos efectos en todo el mundo, especialmente en Europa Occidental y EEUU que parecen correr una lógica de supervivencia pero no referida exclusivamente a la provisión de energía para sus pueblos; sino más bien a seguir desde sus élites accionando en escalada como se evidencia en sus conductas y decisiones en el seno del G7, en la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y el G20.
Sobre el particular, ya está de moda aquella frase de «la cortina de hierro esta nuevamente cayendo», solo que en clave Rusa toca estar pendiente si algún país no termina «pellizcado por la cortina».
La razón parece clara. No hay espacio para aceptar un trasvase hegemónico en desarrollo que permita la irrupción de nuevos polos, y mucho menos que pretenda llevar a otras regiones del mundo propuestas distintas a la imposición natural de acciones en beneficio del interés del centro hegemónico estadounidense-europeo, por encima de los pueblos del Sur, Asia u Oriente Medio; vistos siempre como simples proveedores de materias primas para el desarrollo del precitado eje central.
Por ejemplo, decisiones como seguir alimentando a Ucrania con armas de guerra, evitando cualquier acuerdo de paz o cese al fuego; meter a Finlandia y Suecia en la OTAN para abrir un frente norte en la frontera de Rusia posiblemente para provocaciones bélicas; y declarar abiertamente a China una «amenaza» para los países de occidente, no es más que mandar gasolina al fuego dejando para otro día el análisis de los efectos devastadores que ya están teniendo mundialmente las primeras medidas tomadas contra Rusia, sin mayores efectos sino en modo bumerán.
De hecho, tales advertencias se han ampliado de tal forma que agencias especializadas, como JP Morgan o Bloomberg, nada comunistas, ni pro chinas, ni pro rusas o imposibles de encasillar en ningún cliché de esos muy utilizados para despachar conclusiones desde el prejuicio; estas agencias nos están diciendo dos cuestiones alarmantes:
Por un lado un crecimiento exponencial de hasta 700% en el último año del precio del gas y otros rubros derivados del oro negro. Por el otro el pronóstico de un alza exponencial de los precios del petróleo de hasta 380$ por barril, si es que se ocurriese la idea de bloquear totalmente el acceso a energía proveniente de Rusia; con el impacto brutal que esto tiene en todo el encadenamiento comercial, transporte aéreo y portuario, producción de alimentos; por lo tanto en inflación, desabastecimiento, encarecimiento de productos y hambre.
De tal modo, esta determinación demencial que procura además sustituir con un programa alterno la entrada de China en el escenario mundo con la visión de desarrollo compartido desde la Franja y la Ruta de la Seda, con unas propuestas que parecen migajas desesperadas a los países condenados a un «desarrollo» eterno que jamás sucede ni genera por ende bienestar; esto añade un contexto de anomia internacional donde todo el mundo debe estar atento y buscando resguardar el máximo el interés de cada pueblo.
Y es que el poderoso avance de este nuevo polo de poder mundial tiene también su expresión política. Una América Latina en claro viraje, de nueva cuenta, hacia el progresismo y la izquierda con una visión de engranaje con estos nuevos actores, por ejemplo tratando de incorporarse al grupo BRICS; la gira internacional de Venezuela con una agenda clara de desarrollo que nos saque del fardo pesado del anclaje monoproductor y monoexportador petrolero; o el impulso de agendas prácticas en el marco del Acuerdo de Libre Comercio entre China y África, conducen a una valoración de futuro con respecto a las sociedades que poco o nada han avanzado bajo los auspicios de sus colonialistas europeos y gringos.
Si miramos incluso a la propia Europa occidental, hoy a la zaga de las decisiones de Washington, su liderazgo parece encontrarse en declinación. Boris Johnson no aguantó una semana al frente del Reino Unido después de proclamar socarronamente que «había que mostrarse más fuerte que Putin», dentro de maniobras ridículas que restan mucho a la seriedad que deberían mostrar en semejante momento. Queda ver si los líderes de Francia, España y Alemania soportarán el vendaval social que se cierne con el cada vez más cercano invierno.
Contexto duro enmarcado en las palabras del Presidente Ruso Vladimir Putin: «Ha comenzado una transición irreversible desde el egocentrismo estadounidense lberal-globalista a un mundo verdaderamente multipolar, y basado no en reglas egoístas inventadas para sí mismo».