El comandante Hugo Chávez emergió de la vastedad de la lucha el 4 de febrero de 1992 cuando, ante los medios de comunicación, pronunció el célebre “Por Ahora”. Su paciente trabajo de formación política en los batallones de las Fuerzas Armadas, en una época en que el generalato y otros sectores castrenses eran (de)formados en la Escuela de las Américas bajo los preceptos panamericanistas de la doctrina Monroe, transformó ese día a aquel campesino nacido en Sabaneta de Barinas el 28 de julio de 1954 en uno de los estadistas mundiales más importantes del siglo XXI, junto a Putin y Xi Jinping.
El libro azul: inventamos o erramos
Hugo Chávez escribe El Libro Azul en 1991 bajo la formación política del maestro robinsoniano Kléber Ramírez Rojas, ambos militantes del Partido de la Revolución Venezolana (PRV). Allí plantea una ruptura con la cuarta república y más específicamente con el puntofijismo, sustentando su proyecto político en tres raíces: Simón Rodríguez, Simón Bolívar y Ezequiel Zamora. Para Chávez es vital recuperar la conexión con lo originario y el subconsciente histórico del país.
El comandante barinés concibe su ideal revolucionario fundándose en el pensamiento rodrigueano y su “disyuntiva existencial” resumido en la dicotomía “inventamos o erramos”, con la que impone la acción creadora y la obligación de superar ese ir y venir de los modelos copiados. No hay alternativas: inventamos.
Inventamos o erramos es la conclusión de un análisis comparado que hace Rodríguez entre las relaciones que tiene Estados Unidos e Inglaterra y la de la América española con España. Para Simón Rodríguez, el siglo XVIII fue el de la nobleza y el XIX el de la codicia. Lo dice con base: vivió 30 años en uno y 54 en el otro. Conoció la sociedad esclavista de Estados Unidos y la Europa de la Revolución Industrial. Tiene base para dictaminar la sentencia: “la sabiduría de la Europa y la prosperidad de los Estados Unidos son dos enemigos de la libertad de pensar en América”.
Estados Unidos
Simón Rodríguez en su libro de profuso, reflexivo, propositivo y visionario título “Sociedades Americanas en 1828. Cómo serán y cómo podrían ser en los siglos venideros: En esto han de pensar los Americanos, no en pelear unos con otros”, dedica un capítulo a Estados Unidos. Rodríguez parte de un cuestionamiento: Consideramos a Estados Unidos “como el país clásico de la libertad” y creemos que hasta “podemos adoptar sus instituciones, sólo porque son liberales”. En efecto lo son, dice, pero “¿el suelo, su extensión, sus divisiones, su situación, los hombres, sus ideas, sus costumbres, las razas, las clases, las creencias, las necesidades, la industria, la riqueza, donde están?”. Rodríguez, no sólo sabe donde están, sino que sabe cómo Estados Unidos crece gangrenariamente exterminando pueblos, razas, siembras, búfalos y culturas autóctonas. Rodríguez, que conoció la sociedad esclavista porque vivió allí entre 1798 y 1800 y que conoció la Inglaterra de la Revolución Industrial, dice con desdén: “digamos lo que de la Inglaterra; aquello es para visto y…nada más. El que visita los Estados Unidos, cree hallarse en Inglaterra; en tiempo de una feria a la que han concurrido todas las Naciones Europeas. Cada una conserva su carácter; pero el dominante es el inglés”. Sobre la relación entre la América española y el Reino de España, Rodríguez explica: “los hijos de los españoles, se parecen muy poco a sus padres: la lengua, los tribunales y los templos engañan al viajero; no es España; aunque se hable español— aunque las leyes y la creencia religiosa, sean las mismas que trajo la conquista. La única analogía que hay entre las dos Américas es la noble idea, que ambas tienen, de la utilidad de la esclavitud. Los angloamericanos han dejado, en su nuevo edificio, un trozo del viejo —sin duda para contrastar— sin duda para presentar la rareza de un hombre; mostrando, con una mano, a los reyes el gorro de la libertad; y con la otra levantando un garrote sobre un negro que tienen arrodillado a sus pies”.
Inglaterra
La interpretación que hace Rodríguez de Inglaterra es de alto vuelo crítico: “los Ingleses gustan mucho de las antigüedades —a veces imitan ruinas, por adorno— sus jardines tienen siempre algo de rústico: bosquetes, cascadas, rocas cubiertas de musgo, grutas; un tronco viejo, cariado, torcido, cavernoso, con uno que otro vástago; arrastrándose en un pantano artificial… es pieza del jardín del soberano o de un lord, por lo menos. Es tal la miseria del hombre que hasta la perfección de su industria le fastidia. Aburridos de la esplendidez de su mesas, muchos ricos del continente van al campo a comer, en la choza de un campesino, una mala cazuela por variar; y [de camino] por humillar a aquella pobre gente con su fausto, con sus fingidas atenciones, con sus burlas, con las impertinencias de sus señoritos y con la insolencia de sus lacayos”. La única similitud que ve Rodríguez en ambas relaciones: Estados Unidos / Inglaterra y América española / España es en “la idea madre de ser necesarios los esclavos para cultivar la tierra, y en las ideas hijas sobre cuáles deben ser los medios de animar al trabajo”.
Angloamericanos y españoles
Sobre la diferencia entre ambas relaciones, Rodríguez, en un ejercicio cultural de excelsa filigrana, la expone así: “los angloamericanos tienen a sus esclavos a distancia; los suramericanos se rozan con ellos, y con ellas…se casan”. Previo al final Róbinson se hace (o nos hace) una pregunta para cuestionar la forma en que culturalmente se aborda el momento histórico: “¿Dónde iremos a buscar modelos?” Su respuesta es contundente: “La América Española es original. Originales han de ser sus instituciones y su gobierno. Y originales los medios de fundar uno y otro. O inventamos o erramos”.
Las Grandes Misiones
El 28 de octubre de 2005, el gobierno bolivariano declaró a Venezuela como «Territorio libre de analfabetismo» gracias a la Misión Róbinson. Ese día se cristalizaba la primera de las Grandes Misiones que atienden la enorme deuda social. Desde el inicio, dado que muchas de las personas que atendieron el llamado no veían, surgió la Misión Milagro. Y gracias a aquellas que les daba pena reírse, nació la Misión Sonrisa. Luego vinieron: Misión Ribas, Misión Sucre, Misión Alma Máter, y todas las demás. Estos programas sociales surgieron de la teoría de las necesidades de Simón Rodríguez: proporcionarle “comida al hambriento, vestido al desnudo, asilo al forastero, remedios al enfermo y alegría al triste”. Para Simón Rodríguez, “la política es, en sustancia, la teórica de la Economía; porque los hombres no se dejan gobernar sino por sus intereses; y entre estos, el principal es el de la subsistencia, según las necesidades verdaderas que sienten, según las facticias que se imponen por conveniencia, y según las ficticias que suponen deber satisfacer”.
La primera raíz
Para Hugo Chávez: “La primera raíz del árbol de la Revolución Bolivariana es la utopía concreta robinsoniana. El hombre, ese ser de nervio, sangre y razón, debe trascender los límites de sus propias miserias individuales y ubicarse en el ámbito fértil de las relaciones sociales solidarias y con profundas dosis de racionalidad.
Aunque veamos con angustia en esta tormenta las ramas del árbol estremecerse en un vaivén de nerviosa convulsión, no desfallezcamos. Lo importante es saber que el tronco de este árbol tiene tres raíces profundas”.