Con sus muy groseras formas, propias de un extremista, fue el propio Donald Trump quien asestó un gancho de derecha a los demócratas; al valorar como una estupidez y «ganas de buscar más problemas» la presencia de la Presidenta de la Cámara de representantes de los EEUU, Nancy Pelosi, en la Isla de Taiwan, espacio territorial que durante ya varios años es considerado internacionalmente como parte de una sola China.
Paradójicamente el canciller chino, Wang Yi, valoró del mismo modo la provocación absurda de Pelosi de presentarse en Taiwán queriendo activar un nuevo frente de conflicto que se sume al existente en Europa del Este; aseverando: [La inclusión de la isla de Taiwan en la agenda política exterior de EEUU es] «peligrosa y estúpida (…) Esto demuestra una vez más que algunos políticos estadounidenses se han convertido en perturbadores de las relaciones entre China y Estados Unidos, y que ese país se ha transformado en el mayor destructor de la paz en el estrecho de Taiwán y de la estabilidad regional».
Ahora bien, esta jugada de la errática política exterior estadounidense era completamente previsible por dos razones que en otros artículos hemos expuesto con claridad: en primer lugar todo el proceso de presión y provocación para generar el conflicto actual de guerra entre la Federación de Rusia y Ucrania, tiene como telón de fondo también generar presión indirecta hacia la República Popular China; para evitar que se expanda mundialmente con el proyecto de la franja y la ruta de la seda; y una visión de desarrollo compartido que rompe con el excepcionalismo estadounidense y la visión monroista de imposición unilateral de una especie de fundamentalismo liberal, en especial a partir de la última década del siglo XX.
Fundamentalismo liberal que, dicho sea de paso, poco o nada resuelve los grandes desafíos de la humanidad; hoy en estado de supervivencia con la presencia de pandemias, posiblemente creadas artificialmente, y una enorme burbuja financiera que parece haber salido de cualquier recetario de la arquitectura financiera internacional fundada a partir de la victoria contra el nazismo en la Segunda Guerra Mundial.
Lo segundo, derivado de lo primero, es que en nada han funcionado todos los esfuerzos del Departamento de Estado para que Beijing se incorpore al coro de quienes pretenden la osadía de sacar del sistema económico mundial a la Federación de Rusia, cual si fuera la extinta Unión Soviética, y como si tal demencia no tuviese consecuencias en la economía global como las que ya estamos observando.
Por ende, el poderoso ecosistema económico de la República Popular China no solo puede servir de remanso a Rusia; sino que puede seguir de largo generando bienestar y estabilidad en sus áreas geopolíticas de influencia, mientras Europa occidental y EEUU sufren por mucho la debacle de sus economías, en la mezcla explosiva de la burbuja financiera creada en tiempos de pandemia, y el bumerán del bloqueo económico contra el país Eslavo.
Considerando la historia política y la conducta de la élite estadounidense, con una recesión económica inevitable a la luz de todos los análisis, desde cualquier campo ideológico; tampoco resulta sorpresivo que apelen al expediente de la guerra como forma de recuperar su situación, cuando el mar de fondo está en la cada vez más inviable lógica del capital.
También podríamos intuir el desespero de los demócratas por tener alguna victoria diplomática, o algo que presentar con unas elecciones de medio término del congreso de ese país —previstas para noviembre— que hasta ahora no les auguran buenos números desde el punto de vista de apoyos electorales; en un país cuyo pueblo sufre efectos de todo tipo por la torpe y supremacista visión estadounidense de querer imponer el bloqueo y la violación del derecho internacional como fórmulas aceptables, doctrinas que implementa sin medir consecuencia alguna.
La insolencia de Pelosi de llegar a Taiwán a «respaldar» movimientos por la democracia liberal, cuento que apenas ya una pila de dogmáticos se creen, no es más que un acto desesperado para presionar a China a fin que se incorpore a los estados agresores de occidente contra Rusia, cuestión que de no llegar a suceder les puede poner un panorama mucho peor cuando el invierno se posesione del norte del mundo.
Este grupo de avanzada, con la Presidenta de la Cámara de Representantes, no es más que el intento de generar un conflicto militar, campo en el cual EEUU está mejor posicionado si lo comparamos con el campo económico. Posiblemente los estrategas chinos al medir este asunto no caigan en el peine de acelerar un asunto que lleva años consensuado diplomáticamente, como la visión de una sola China.
Sin embargo, no deja de ser peligroso este accionar de doctrina que está queriendo imponer unilateralmente la élite estadounidense; básicamente, está destruyendo todo el andamiaje jurídico internacional que ya no le conviene, para sostener una hegemonía cada vez más desafiada. De seguir ese sendero es posible que en algún momento la situación escale mucho más a un punto donde la diplomacia sea echada a un lado y se impongan las cañoneras.
Sobre este particular, sería un pecado no acudir al mensaje del Comandante Hugo Chávez en la Asamblea General de Naciones Unidas el 20 de septiembre de 2006, donde profetizó para donde iba la política exterior gringa: «… la pretensión hegemónica del Imperialismo Norteamericano pone en riesgo la supervivencia misma de la especie humana. Seguimos alertando sobre ese peligro y haciendo un llamado al propio pueblo de los Estados Unidos y al mundo, para detener esta amenaza que es como la propia espada de Damocles.»
La República Bolivariana de Venezuela, así como el Partido Socialista Unido de Venezuela PSUV, ha asumido una posición vertical en defensa y respaldo de la integridad territorial de la República Popular China que incluye su soberanía incontrovertible sobre la Isla de Taiwán.
Toca ver cual será el siguiente paso de una élite guerrerista que, en su desespero, bien puede arrastrar al mundo a escenarios indeseables; fruto de su irresponsabilidad y una concepción hegemónica unilateral que por la fuerza de los hechos ha muerto.