Las fuerzas reaccionarias se muestran sin tapujos como lo que son
Enemigos de la paz (incluso de la paloma)
La transición en Colombia entre la nefasta, criminal y gris época de Iván Duque (en rigor, de Álvaro Uribe) y el recién nacido gobierno de Gustavo Petro y Francia Márquez, dejó varias escenas que revelan cuáles son los “valores” o, mejor dicho, los antivalores de la derecha colombiana, venezolana y global.
Una de esas escenas es el gran esfuerzo que debieron hacer las autoridades entrantes para que en el acto estuviese la obra que Fernando Botero dedicó al proceso de paz en 2016, una paloma de bronce teñida de blanco.
Y es que la derecha fascista que tenía el gobierno de Colombia (y que todavía tiene muchos enclaves de poder, hay que tenerlo claro) odia la paz, incluso la paz que una parte de esa misma corriente política negoció y suscribió durante el gobierno de Juan Manuel Santos.
Duque, siguiendo a pie juntillas las órdenes del líder sociópata que lo llevó al palacio de Nariño, hizo todos los esfuerzos a su alcance para destruir los Acuerdos de Paz y, de resultas, sus cuatro años quedaron bañados en la sangre de inocentes y de firmantes de los pactos que fueron sistemáticamente eliminados.
Esa actitud contra la paz es secundada por buena parte de la oligarquía colombiana, por la prensa de la que ella es propietaria y por los densos sectores medios y populares que respaldan a Uribe y han sido contagiados de su pernicioso ánimo fratricida.
Y esa actitud es también respaldada por una parte del espectro de la derecha venezolana que se deshace aún en loas y agradecimientos para Duque y su jefe político. Están tan fanatizados con el afán del uribismo de exterminar al “enemigo” que son capaces hasta de torcerle el pescuezo a la paloma de la paz.
El rey está sentado y el antibolivarianismo aplaude
Otra escena histórica de la toma de posesión fue la orden impartida por el nuevo presidente de traer a la tribuna la Espada de Bolívar, un gesto que también había sido prohibido por Duque (y Uribe), como expresión actual del odio que las élites neogranadinas siempre le han tenido al Libertador.
El emotivo traslado del arma al proscenio de la transmisión de mando ya estaba cargado de significados, pero adquirió uno adicional por la actitud del rey español, Felipe VI, quien, a diferencia del resto de los invitados, permaneció sentado ante el paso de la Espada.
El desaire puede entenderse como el añejo resentimiento de un antiguo imperio que fue expulsado con espadas como esa de estas tierras de las que se habían apropiado y a las que habían saqueado durante tres siglos. Pero lo más impactante es el respaldo de muchos colombianos y venezolanos que se comportan, más de 200 años después, como súbditos de la corona española y aplauden su antibolivarianismo. Pura pérdida.
Palazos imperiales con zanahoria: bocones de Miami se vuelven locos
El triunfo de Petro ha generado una alta incidencia de ataques psicóticos en muchos lugares aparte de Colombia, destacando como de costumbre en esas conductas las mafias de Miami, integrada por los exiliados cubanos y sus imitaciones venezolanas y de otras nacionalidades.
Los voceros de siempre salieron a llorar amargamente y a destilar su odio contra el electorado colombiano que se pronunció por una opción progresista por primera vez en dos siglos. Uno de los más rabiosos fue el impresentable senador Ted Cruz, quien dijo sin ningún tipo de embozo que Estados Unidos debería aplicar con más fuerza su política del palo y la zanahoria contra los países que elijan a gobernantes de izquierda, a quienes él, sin ningún argumento, tacha de inmediato de terroristas.
Las huestes pitiyanquis lo ovacionan, demostrando una vez más que todo ese discurso de la democracia es fundamentalmente falso. A Estados Unidos y a las derechas latinoamericanas solo les gustan la democracia y las elecciones cuando de ellas resultan gobiernos obsecuentes y serviles a los intereses de la potencia hemisférica y de las oligarquías y burguesías asociadas a esos intereses.
“Hace 40 años”, dice míster González: el mito de que EEUU ha cambiado
Otra opinión surgida a propósito del ascenso de Petro al poder fue la del asesor de Joe Biden para América Latina, el colombiano Juan González, quien dijo que si este triunfo hubiese ocurrido hace 40 años, Washington no lo hubiese permitido o, en caso de aceptarlo, habría hecho todo lo posible para sabotear al nuevo gobierno.
Míster González, cartagenero de nacimiento pero trasladado siendo niño a Estados Unidos, pretende vender la tesis de que su país de adopción ha cambiado, se ha adecentado, que ya no interviene elecciones democráticas ni boicotea criminalmente a los gobiernos que no le agradan.
Los hechos cotidianos demuestran que nada ha cambiado en esa conducta injerencista y antidemocrática: lo que ha ocurrido en Venezuela, Ecuador, Brasil, Bolivia y Argentina, sin hablar de otras regiones del planeta, en años muy recientes desmiente de manera palmaria al colombo-estadounidense.
Y no hace falta ser profeta para anunciar que EEUU saboteará con todas sus fuerzas a Petro, incluso si él pretende conciliar con el imperio decadente.
Como se decía antes, “la próxima vez, míster González, nos cuenta una de vaqueros”.