Los analistas de todas las tendencias coincidieron en que la toma de posesión de Gustavo Petro y Francia Márquez fue un acto cargado de simbolismo.
Claro que para quienes vieron la ceremonia desde la derecha, se trató de un conjunto de acciones deliberadas contra el protocolo establecido, una provocación. Mientras tanto, para los observadores desde el lado izquierdo fue una manera genial de demostrar el inicio de un cambio o, al menos, la intención de realizarlo.
No son pocos los que han recordado, a propósito de esto, el primer acto disruptivo del comandante Hugo Chávez Frías como presidente, cuando juró “ante esta moribunda Constitución”, haciendo patente de esa manera su determinación de impulsar la Asamblea Nacional Constituyente, la promesa básica de la campaña que lo llevó al poder con una avalancha de votos.
Petro y Márquez, en rigor, hicieron algo parecido, cada uno con su estilo y frente a una clase política desplazada aún más conservadora y estirada que la venezolana de 1999.
La vicepresidenta Márquez, un símbolo viviente (es mujer, negra, ambientalista, líder social y procede de una de las regiones más pobres y olvidadas del país), le dio un giro particular a su juramento, al decir que lo hacía “ante la Constitución, el pueblo de Colombia y sus ancestros, hasta que la dignidad se haga costumbre”.
Somos seres simbólicos
El acto político analizado pone de manifiesto el peso que lo simbólico tiene en el mundo contemporáneo, en particular en el plano de la política.
El filósofo Ernst Cassirer habló del hombre como zoon symbolikón, parafraseando al zoon politikón de Aristóteles. Para Cassirer, más que político por excelencia, el ser humano es un animal simbólico.
Los símbolos, según el mexicano Pablo Soler Frost, “influyen en la construcción de mitologías, rituales, mistificaciones y por lo tanto legitiman la acción política dentro y fuera de las naciones”.
Las fuentes básicas de los símbolos políticos son la religión y la guerra. Si se analizan los principales símbolos de cualquier país se encontrarán trazas de estos factores de manera recurrente.
Para otro filósofo, Paul Ricouer, el símbolo induce al mismo tiempo a la interpretación y a la reflexión. Es decir, que cada símbolo da pie para que se le entienda según lo que transmite y más allá de él.
Soler Frost asegura en su estudio, que la clave es que el símbolo representa un fragmento del universo, pero en quienes lo asumen se aspira a que represente a la totalidad, es decir, que siendo una pequeña parte del mundo, se pretende que encarne una cosmovisión.
La Espada de Bolívar
Juan Carlos Tanus, presidente de la Asociación de Colombianas y Colombianos en Venezuela, comentó que la ceremonia de ascenso al poder de Petro y Márquez estuvo cargada de simbolismos. “Nosotros acá la vimos en pantalla gigante y a ritmo de acordeón”, dijo.
Para Tanus no podía ser de otra manera, pues Petro es, en su concepto, “el segundo presidente con mayor carga popular, luego del general Simón Bolívar, pues ni siquiera nuestro gran líder Jorge Eliécer Gaitán movilizó tanta gente”.
Y fue justamente la Espada del Libertador el símbolo que adquirió el rol protagónico en la toma de posesión. “Poner a disposición del pueblo la Espada de Bolívar fue un hecho simbólico que seguramente está analizando muy bien la oligarquía y preparando artillería para responder”, advirtió Tanus.
La entrada de la Espada indujo, además, la reveladora reacción del rey español, quien permaneció sentado mientras el resto de los invitados la ovacionaba de pie.
“Se rompió incluso con esquemas y estereotipos. La primera dama fue de pantalón, cuando antes esa era una ceremonia solo para señoras encopetadas de la oligarquía”, añadió el dirigente colombo-venezolano.
Conocedores del campo de la moda destacaron que Francia Márquez y otros participantes de la ceremonia lucieron trajes de diseñadores colombianos alternativos, inspirados en tejidos ancestrales.
Otro símbolo destacado, encarnado en una persona, fue el hecho de que María José Pizarro, hija de Carlos Pizarro Leongómez, fue quien le puso la banda presidencial a Petro. “Recordemos que Pizarro fue un exguerrillero del M-19 que negoció la paz y a quien mataron en abril de 1990, luego de trabajar por la Constitución vigente”, enfatizó Tanus.
Más allá de esos símbolos específicos, destacó la presencia del pueblo llano en la plaza de Bolívar y en otros siete puntos de concentración en Bogotá, en otras ciudades colombianas y en 64 países donde radica la colonia neogranadina.
“Los símbolos ratificaron lo que está pasando en Colombia: ahora tenemos un gobierno que rompe con la hegemonía liberal y conservadora que dominó por muchos años, incluyendo los 20 últimos del dominio uribista”, concluyó.
Tres niveles simbólicos
El profesor Atilio Romero, de la Escuela de Comunicación Social de la Universidad Central de Venezuela, consideró que en Colombia la confrontación simbólica se está dando en tres dimensiones: el choque con el gobierno saliente de Iván Duque y todo lo que él representa; la adopción de una nueva institucionalidad; y la unión del pueblo con el Estado, como planteamiento genuinamente revolucionario.
“El proceso simbólico de Petro comienza luego de su triunfo electoral con actos como la juramentación ante los pueblos indígenas y alcanza su máxima intensidad con el acto en sí de la toma de posesión”, dice el catedrático especializado en análisis del discurso político.
“Ha habido una confrontación simbólica entre el gobierno saliente de Iván Duque y el nuevo, en torno a la Espada de Bolívar. Se da entre dos visiones históricas: la de los partidarios del Libertador y la de los de los seguidores de los otros líderes independentistas colombianos”, agrega.
En la confrontación con Duque también destacó la presencia en el acto de la escultura de la Paloma de la paz, de Fernando Botero, un homenaje del artista al proceso de paz alcanzado durante el gobierno de Juan Manuel Santos. Duque fue enemigo jurado de estos acuerdos y envió la obra de Botero, que estaba en el palacio presidencial, al Museo Nacional.
Para Romero, con esos actos se inició un proceso que puede llamarse de neoinstitucionalidad simbólica, mediante el cual Petro se hace juramentar por la senadora heredera del candidato presidencial del M-19 asesinado y es ella quien le coloca la banda presidencial.
Una señal de cambio, desarrollada durante los días previos a la juramentación, fue la forma de elegir el gabinete, no por facciones políticas, sino como un equipo en torno al presidente.
“Otra vertiente es la acción simbólica revolucionaria de haber sentado en la plaza de Bolívar tanto a los representantes del Estado como al pueblo y declarar que la ciudadanía no debe estar separada de sus fuerzas armadas y su policía”, comentó.