El mundo avanza hacia la multipolaridad, más que un deseo es una realidad; pero, sobre todo, una necesidad. Las arbitrariedades de la unipolaridad, del hegemón, que viéndose libre de sombra, de contrapeso; al finalizar el siglo 20 desmembró la otrora Yugoslavia, balcanizó esa zona de Europa, convirtiéndola en un rincón de muerte, generador de tensiones aún no resueltas.
Ese fue el inicio de una serie de tropelías, violaciones flagrantes y descaradas a la Carta de las Naciones Unidas, que prosiguió con la invasión a Afganistán, Irak, Libia, la agresión a Siria.
Sin mencionar golpes de Estado, como en Venezuela, conflictos de baja intensidad en todo el planeta, promoción del narcotráfico en todo el mundo, agresiones económicas contra países soberanos y dignos, activación de mecanismos de judicialización para deshacerse de líderes incómodos, atentados contra líderes en distintos países.
En América Latina se aplica todo ello, por separado o combinado. En Venezuela hay acciones coercitivas unilaterales, confesadas por ellos mismos; pero también hubo un atentado con drones contra el presidente Nicolás Maduro.
En Brasil se deshicieron electoralmente de Lula, en procesos amañados; para poner en la presidencia a un personaje nefasto como Jair Bolsonaro. Anteriormente, con leguleyadas, amparadas por sectores apátridas, eliminaron políticamente a Fernando Lugo y Manuel Zelaya. Ni hablar de la burda persecución judicial contra Rafael Correa, quien mantiene amplia popularidad en Ecuador.
A Evo Morales le dieron un golpe, que costó mucha sangre de sus seguidores, con la complicidad de la OEA. En todos estos hechos está la impronta de Washington.
No quieren que los pueblos decidan sus destinos. Pero lo dicho, vamos hacia la multipolaridad.
Su arrogancia, que los lleva a efectuar malos cálculos, unió a Rusia y la República Popular de China. Fortalece los BRICS, que inclusive consideran incorporar nuevos países emergentes.
Claro, si bien la multipolaridad es el destino, por ahora lo que se asoma es la “bloqueización”.
Esta bloqueización va confundiendo a algunos países que no están leyendo con agudeza la política internacional. Por ejemplo, la Unión Europea que hace tiempo dejó de ser un actor fundamental, por entregar su destino a Washington.
Los europeos han sido cómplices de Estados Unidos, por acción u omisión, de la invasión a Afganistán, Irak, Libia, de otros conflictos menores en África, Medio Oriente.
Los dirigentes del Viejo Continente se plegaron sin condiciones y con mucho empeño en la “globalización” que implementaron Washington y sus “laboratorios de ideas”, sobre todo en materia económica; y luego sufrieron la crisis financiera generada en el 2008 que quebró muchos bancos, bancos que por cierto fueron reflotados, en el caso de Estados Unidos, con dinero del erario público; con impuestos que pagan todos los norteamericanos.
Hoy, embarcados en esa aventura, que fomentó Washington en Ucrania, Europa enfrenta niveles record de inflación, de desabastecimiento. La calidad de vida entre sus ciudadanos decayó ostensiblemente. ¿Por qué? Por tener líderes sin personalidad, incapaces de defender sus intereses, más aún, sin entender que su “protector” los ve como “material desechable”.
Un detalle, hace ya un año se conoció cómo Australia, que tenía acordada la compra de submarinos a Francia por un valor superior a los 65 millones de dólares, canceló la operación para favorecer a Gran Bretaña. Detrás de ese negocio estuvo Washington.
Luego se hizo público aquello de AUKUS, el bloque que forman Australia, Gran Bretaña y Estados Unidos; forjado para controlar, al menos así lo pretenden, el Indo – Pacífico, con miras a frenar el crecimiento de China.
Francia es un país importante en la UE, intentó algunas acciones diplomáticas, pero fue en vano. Poco tiempo después surge el tema de Ucrania, Francia se quedó sin negocio, y sumados a Washington en su enfrentamiento contra Rusia.
El llamado bono demográfico en Europa es deficiente, no tiene recursos energéticos para enfrentar el futuro, su influencia tecnológica va perdiendo relevancia al aparecer nuevos actores en Asia y Eurasia. Les queda su poderío financiero, a través de sus bolsas de valores, pero el hecho de sumarse a las sanciones contra Rusia y otros países, incluso la misma China, hizo que estos países y otros en todo el planeta vayan fortaleciendo sistemas alternativos.
Por el contrario, en Indoamérica el potencial se acrecienta, se mejora tecnológicamente; se crean alianzas más favorables con países de Asia, Eurasia, África, en todos los planos. La disponibilidad de recursos energéticos, de agua dulce, de tierras raras, de tierras fértiles para la agricultura; le auguran un futuro promisorio.
Existe otro detalle crucial, sus pueblos reconocen la necesidad de unirse. Seguramente aún existen sectores de la población que permanecen colonizados, que tienen visión eurocéntrica, pero afortunadamente son muy pocos.
Más allá de las discrepancias deben unirse. Son más los factores que los unen. Los líderes, independientemente del signo político o los matices, también lo saben. América Latina debe enfrentar el futuro cercano con acuerdos eficientes, realistas, justos; que la haga jugar un rol preponderante en el mundo.
Si logra conformar un bloque sólido, en este momento de bloqueización, será importante en la multipolaridad.
En ese contexto, Lula, muy probable ganador de las elecciones de octubre en Brasil, relanzó la idea de una moneda común en Indoamérica, un poco lo que propuso Hugo Chávez empezando el siglo 21. Un poco lo que propuso Muamar el Gadafi en África, y que para muchos desencadenó la decisión de Washington para liquidarlo.
Ese potencial de Latinoamérica, esos deseos por concretar sus ideas, ponen a sus líderes en peligro. No olvidemos la judicialización, ese proceso tramposo, con visos de Santa Inquisición judicial y mediática; contra Cristina Fernández.
No olvidemos que el miércoles 24 de agosto, en el Norte de Santander, un grupo armado atacó a una comitiva del Presidente Petro. Recordemos las manifestaciones fascistas y amenazas contra Luis Arce en Bolivia; no olvidemos que, al estilo de las viejas películas del oeste norteamericano, la cabeza de Nicolás Maduro tiene precio.
No olvidemos el encono con que algunos grupos de poder atacan a Manuel López Obrador, ni los nexos entre los carteles de las drogas en México con la DEA, la CIA.
En la medida que se concreta su destino, los riesgos se incrementan.