Entrandito la última década del siglo XX, el derrumbe de la Unión Soviética y la caída del muro de Berlín presagiaban un cambio notorio en el mundo; luego de años de guerra fría entre dos superpotencias. Por supuesto, EEUU, levantó el pagaré victorioso; proclamando ni más ni menos que el fin de la historia, la victoria del liberalismo como pensamiento político, del neoliberalismo como programa económico, y de la democracia liberal representativa como adaptación única y exclusiva en cuanto a forma política se refiere.
Con todo esto a cuestas, pues desarrollaron la idea y acción de irradiarle al mundo ese fin de la historia y ese modelo político y económico; cual imperio Romano extendiéndose hasta donde la vista alcanza a considerar; para «civilizar a los bárbaros», sumando también el apetito por los recursos de estas tierras.
El instrumento para ello fue la globalización, y una interdependencia importante que generó la entronización con fuerza del sistema económico capitalista como el modelo más sustentable; cosa que sigue hoy básicamente en una zona de confort, ya que en esencia no existe aún o no ha sido configurado un modelo alternativo que le de pelea en lo económico, pudiendo salir tambaleante más no derrumbado de cada crisis que de cuando en cuando genera su propio metabolismo de acumulación sin reglas que lo controlen.
Por lo tanto, el detalle no estuvo en el ámbito económico, a decir verdad, sino en la pretensión hegemónica y exclusiva de la élite de EEUU (como hizo la Roma imperial) de hacer avanzar las otras especies de «verdades incotrovertibles» fruto de esa demencia de declarar el fin de la historia con sus implicaciones fantasiosas.
Entonces, ahí empezó el declive que hoy estamos constatando. Ya Vietnam, Corea del Norte, Cuba e Irán habían comprobado lo peligroso de seguir el camino de imponer formas políticas sin mirar los intereses de los pueblos, sino pensando en el ombligo de los cabilderos y políticos de oficio en Washington DC.
Esa pretensión alocada de secuestrar la democracia y las formas políticas asociadas a ella; para imponer un mundo a tu imagen y semejanza, además con valores que son, en los hechos, rápidamente sustituidos por las verdaderas razones de «civilizar pueblos», es decir, hacerse de sus recursos, condujo al planeta al peligroso momento de tener que enfrentar la imposición de un pensamiento único, una especie de dictadura mundial liberal como bien lo denunció el Comandante Hugo Chávez en su mensaje ante la Asamblea General de Naciones Unidas en septiembre de 2006.
Como ejemplos recientes, el genocidio del pueblo de Irak solo ha dejado en ruinas una Nación objeto hoy de saqueo a manos llenas por quienes llegaron proclamando libertad, igualdad, fraternidad y cuanto axioma pudo pasar por sus bocas. Demolieron un Estado para pretender hacer uno a su imagen y el desastre ha sido monumental, cosa parecida a lo ocurrido en Afganistán donde 20 años de invasión concluyeron en una estampida militar de la potencia más poderosa del mundo pos Segunda Guerra Mundial.
La demolición de la Gran Yamahiriya en Libia, confluencia de tribus en torno a un sistema político de equilibrios, culminó en el genocidio de ese pueblo, el saqueo continuado por parte de EEUU y de Europa occidental, una migración tremenda y mal atendida, así como una guerra civil ya olvidada por los grandes medios de comunicación hegemónicos, en su eterno oficio de tapar hechos, blanquear cosas o linchar a quien le plazca.
A estos dos ejemplos lejanos podemos sumar uno reciente en América Latina, como lo fue la instauración de una breve dictadura en el Estado Plurinacional de Bolivia, que en poco tiempo hizo el trabajo de dejar de lado todo tipo de subterfugios idealistas sobre democracia, libertad y otros asuntos para tratar de aplastar la comunidad política que revolucionó ese país con la llegada de Evo Morales Ayma al poder.
El resultado no se hizo esperar, con todo y el apoyo denodado de Washington la dictadura fue aplastada por una avalancha de votos y la elección de Luis Arce como Presidente. Con todo y esto el empeño fanático de seguir desestabilizando con maniobras antidemocráticas a esa Nación continúa ya que su gobierno no esta adherido a los intereses estratégicos, hegemónicos y a la visión unilateral, no desafiable y menos discutible que pretenden imponer desde el norte.
Ahora bien, el marco referencial de este cúmulo de dogmas, tratando de ser irradiados, ha tenido su cenit en Europa del Este, desafiando ni más ni menos que a la Federación de Rusia que, junto a otros países como la República Popular China, ha aprovechado justo a la globalización para pelear la hegemonía estadounidense, que pretendió ser única e incontrovertible; pero sin sustento real.
La expansión amenazante de la Organización del Tratado del Atlántico Norte, la instauración de un régimen nazi en Ucrania, desde 2014 con sus fórmulas de Revolución de Colores aplicadas al mismo tiempo en Venezuela, dejaron de lado toda opción diplomática con el firme propósito de frenar el crecimiento expansivo de ese polo de poder mundial que se levanta en el oriente del mundo con el atributo de no contener las demenciales, únicas y dictatoriales posturas occidentales que incluso hoy les afectan directamente.
El fundamentalismo de querer imponerse como pensamiento único y universal, es poco menos que un absurdo cuyo saldo está en el invierno cercano con las afectaciones que se pronostican para todos los pueblos de Europa occidental con problemas severos de energía, especialmente de un gas que están terminando por pagar muy caro a su «salvador» estadounidense mientras devanean en como hacerle daño a Moscú.
Tales dogmas, llevados al extremo, solo nos llevan a concluir una cosa: si estos fundamentalistas liberales son capaces de arrastrar a los pueblos, proclamadamente «civilizados» de Europa a semejantes consecuencias, ¿Qué actitud podemos esperar hacia nosotros?
Tal vez por ello el Presidente Validimir Putin afirmó en Valdivostok: «En un intento de hacer frente al curso de la historia, los países de Occidente socavaron los pilares clave del sistema económico mundial (…) [los países occidentales tratan de] mantener el orden mundial anterior, que responde a sus intereses, y hacer que todo el mundo viva según las reglas que ellos impongan, que ellos inventaron y que incumplen a menudo y cambian constantemente».