Aquel 16 de diciembre de 2009 en Copenhague, durante la XV Conferencia Internacional de la Organización de Naciones Unidas sobre Cambio Climático, el Presidente Hugo Chávez dijo en palabras mayúsculas lo que muy pocos se atrevían a decir en aquel momento; dejando clara la inviabilidad e incompatibilidad del capitalismo reinante no solo en proyección con la vida humana sino con la propia sustentabilidad de la misma.
«No cambiemos el clima, ¡Cambiemos el sistema!» No salió de un publicista reconocido o un gran pensador, sino simplemente de la expresión de jóvenes reunidos en las afueras de aquel foro, en plena capital danesa, donde una vez más quedaba evidenciada la poca voluntad de los países responsables de la entonces crisis climática o cambio climático; de hacer cambios fundamentales en el modelo de consumo y su relación nefasta con la naturaleza, con nuestra madre tierra.
Básicamente, dicho foro solo expresaba la dictadura mundial, la poca voluntad de cambio real para proteger la madre tierra y además el desvío total del debate hacia el foco sistémico que genera el problema que ya hoy, en 2022, es una emergencia de irreversibles consecuencias.
El Comandante Hugo Chávez lo expresaba así: «Hay un grupo de países que se creen superiores a nosotros, los del sur; a nosotros, el tercer mundo; a nosotros, los subdesarrollados; o como dice el gran amigo Eduardo Galeano: nosotros los países arrollados, como por un tren que nos arrolló en la historia.
Así que no nos extrañemos pues de esto, no nos extrañemos, no hay democracia en el mundo, y aquí estamos una vez más ante una poderosa evidencia de la dictadura imperial mundial (…) el cambio climático es, sin duda, el problema ambiental más devastador del presente siglo; inundaciones, sequías, tormentas severas, huracanes, deshielos, ascenso del nivel medio del mar, acidificación de los océanos y olas de calor; todo eso agudiza el impacto de las crisis globales que nos azotan.
La actual actividad humana supera los umbrales de la sostenibilidad, poniendo en peligro la vida en el planeta; pero también en ello somos profundamente desiguales.
Quiero recordarlo: los 500 millones de personas más ricas, 500 millones, esto es el siete por ciento, siete por ciento, seven por ciento de la población mundial. Ese siete por ciento es responsable, esos quinientos millones de personas más ricas son responsables del cincuenta por ciento de las emisiones contaminantes, mientras que el 50 por ciento más pobre es responsable de sólo siete por ciento de las emisiones contaminantes. Por eso a mí me llama la atención, es un poco extraño, llamar aquí a Estados Unidos y a China al mismo nivel. Estados Unidos tiene apenas, bueno, que, llegará si acaso a 300 millones de habitantes.
China tiene casi 5 veces más población que Estados Unidos.
Estados Unidos consume más de 20 millones de barriles diarios de petróleo, China llega apenas a 5, 6 millones de barriles diarios, no se puede pedir lo mismo a Estados Unidos y a China».
Toda está reflexión tiene que ver con una tragedia como la de nuestros hermanos y hermanas en Las Tejerías, así como innumerables daños en varias partes de Venezuela por la entrada de ondas tropicales cuyos efectos, no acostumbrados para nosotros, cada vez son más severos.
Esta tragedia no es única, en menos de quince días hemos visto consecuencias terribles en nuestro hemisferio; con el Huracán Ian, cuyo poderoso paso no solo generó daños enormes en vidas y perdidas materiales a nuestra hermana República de Cuba, sino que ha causado más de un centenar de muertos en el estado de Florida, EEUU, dejando claro que la emergencia actual no considera ni países, ni regiones, ni riqueza, pobreza, género, raza, religión o posición política.
Mucho menos asumir discursos de vieja data, demagógicos y manipuladores para explicar los fenómenos que estamos viviendo con intensidad superior y, en algunos casos, novedosa en materia de clima. El torrencial aguacero en Las Tejerías, que en horas vertió el agua que tarda un mes en caer, es apenas una muestra terrible de lo que estamos viviendo como planeta.
Un estudio de Naciones Unidas al respecto, muestra lo poco o nada que se ha avanzado en revertir la situación: «Los últimos cuatro años fueron los cuatro más cálidos de la historia. Según un informe de la Organización Meteorológica Mundial (OMM) de septiembre de 2019, estamos al menos un grado centígrado por encima de los niveles preindustriales; y cerca de lo que los científicos advierten que sería “un riesgo inaceptable”. El Acuerdo de París de 2015 sobre el cambio climático, exige que el calentamiento final se mantenga “muy por debajo” de los dos grados centígrados, y que se prosigan los esfuerzos para limitar aún más el aumento a 1,5 grados. Pero si no reducimos las emisiones globales, las temperaturas podrían aumentar hasta tres grados centígrados para el año 2100, causando más daños irreversibles a nuestros ecosistemas.»
Parte de la irrupción de ese nuevo mundo multipolar tendrá que tener en agenda justo el tema de la sustentabilidad de la vida y las transformaciones necesarias para hacer posible ganar la carrera ante la emergencia climática.
Sin embargo, las similitudes de debates y formas, así como un contexto de creciente incumplimiento de compromisos, especialmente por los países que más contaminan al planeta; no parece presentar un panorama alentador.
Tan claro es esto que si vemos la carta enviada a Naciones Unidas por el Presidente de la República Bolivariana de Venezuela, Nicolás Maduro, a la luz de lo afirmado por el Comandante Hugo Chávez hace de trece años, no ha variado mucho este drama.
El siguiente extracto lo revela:
«… es preciso reconocer que el orden mundial dominante enfrenta múltiples crisis que compiten en su potencial letal, confluyen y se articulan entre sí: la crisis climática agrava la crisis alimentaria, la crisis sanitaria profundiza la crisis social, la crisis energética recrudece la crisis económica, y esta última pone en peligro la paz mundial. ¿Dónde está la falla telúrica que hace temblar el edificio del orden imperante? En la crisis del modelo civilizatorio occidental: supremacista, imperialista, que niega, ataca e intenta suprimir al otro, a la diferencia. Y que no reconoce otros modelos, otros paradigmas políticos, económicos, religiosos ni culturales ajenos al suyo.»
Ojalá la conciencia sea acicate para la acción o tendremos que lidiar con las consecuencias.