¿Cómo se desmonta una ficción que todos querían creer, a pesar de saber que era ficción? No todos, teniendo en cuenta que las naciones son 193, mientras que los gobiernos que reconocían a Juan Guaidó como «presidente interino» de Venezuela eran «casi 60», luego reducidos a medida que la izquierda latinoamericana fue ganando nuevamente en las economías más importantes de la región; y aún en una Europa subalterna a los EE.UU., los objetivos reales de la banda traspasaron la pantalla protectora.
Para el imperialismo, sin embargo, solo cuentan sus países satélites, empezando, por supuesto, por los occidentales. Ellos son los que tienen derecho a «bautizar» o «excomulgar» a gobiernos y presidentes. Solo ellos tienen la «licencia» para estrangular a los pueblos con «sanciones», pasando por encima de sus propias normas, los pueblos deben someterse siempre. Y así, por cada puesta en escena que aborta, surge otra.
Ya era surrealista que un extraño farfullante se autoproclamara presidente en una plaza pública sin que lo llevaran a un manicomio; y luego se le dejara hacer tanto daño. Era surrealista que un puñado de estafadores que huyeron a Colombia se declararan «tribunal en el exilio» y que otros, pillados al azar, se hicieran pasar por «embajadores» ante gobiernos e instituciones sin poder firmar ni un recibo. Ya era un argumento para la sátira que, mientras en el país se aprobaban leyes concretas en un Parlamento real, había un grupito de alucinados que se reunían a “legislar” en un condominio.
Pero lo que está pasando ahora excede con creces el sentido común. Parece la matrioska de lo grotesco. El «fin» de Guaidó ya es conocido: fue descorazonado por su agrupación (el G3), que dio por terminado su «mandato». Sin embargo, mientras el país real elegía a sus representantes en el Parlamento para el nuevo año, reconfirmando ─a propuesta de Diosdado Cabello─ para el Bloque de la Patria: a Jorge Rodríguez como presidente, Pedro Infante como primer vicepresidente y América Pérez como segunda vicepresidenta; el «parlamento» imaginario eligió un nuevo comité ejecutivo, integrado por tres señoras, que se han comprometido a «combatir a la dictadura».
Lo dijeron sin miedo al ridículo, considerando que su ficticia AN desde 2015 viene perpetuando un simulacro de poder, tanto virtual como unidimensional. Y además, ellas viven en… España. Más que democracia, es el «reino de Narnia», como lo llamó Diosdado Cabello. Contra esta “junta directiva” imaginaria, hay una orden de aprehensión por usurpación de funciones, traición a la Patria, asociación para delinquir y legitimación de capitales.
Y aquí llega la sagrada unción norteamericana: “nuestro enfoque hacia Nicolás Maduro no ha cambiado. No lo consideramos el líder legítimo de Venezuela”, dijo el vocero del Departamento de Estado estadounidense, quien subrayó que “Estados Unidos sigue reconociendo la autoridad de la Asamblea Nacional de 2015”. Desde Francia, el presidente Macron se negó a comentar las decisiones tomadas por las «fuerzas democráticas de Venezuela», que son libres de «organizarse como mejor les parezca», dijo, mostrando también su concepto de “democracia”.
“La oposición y el imperio creyeron que con la agresión podían tomar las riendas del país, y usaron la violencia y el bloqueo para dañar a nuestro pueblo, pero no lo han logrado”, dijo Jorge Rodríguez, al reiterar que Venezuela no necesita “reconocimiento”. Y la realidad le está dando la razón, empezando por los resultados económicos obtenidos por Venezuela gracias a las políticas del gobierno bolivariano.
Pero el punto es precisamente ese: la economía, los intereses materiales presentes en un país tan rico en recursos como Venezuela. Y, de hecho, la nueva «junta directiva» del parlamento de Narnia post-Guaidó, ha declarado su verdadero objetivo: «proteger» los bienes de Venezuela en el exterior. Y aquí no se trata solo, para ellos, de actuar para mantener el secuestro por cuenta de terceros de bienes destinados al pueblo venezolano, como el oro o los activos. Se trata también, entre otros, de seguir transfiriendo los fondos desembolsados en los últimos años para “refugiados y migrantes venezolanos”.
Solo en la última Conferencia Internacional de Donantes, celebrada en Canadá el año pasado, la Comisión Europea decidió destinar otros 147 millones de euros, que se suman al «paquete de ayuda» de 319 millones de euros, ya desembolsado por la Unión Europea a partir de 2018. Dinero que la UE dice entregar «a las comunidades de acogida de los países de acogida»: evidentemente los que han reconocido al autoproclamado, que mandó allí a cobrar a sus «recaudadores de deudas», ahora en plena turbulencia por el cambio de cabecilla.
Una parte de esas «donaciones» (al menos 50 millones de euros) se destina a la «cooperación al desarrollo», es decir, a la plétora de ONG que, en su gran mayoría, intentarán «colonizar» a los usuarios sobre la base de la “mission” que los guía: en el mejor de los casos poniendo en el mismo plano las «razones» de los usurpadores y las de los usurpados.
Tanta “generosidad” por parte de gobiernos que dejan morir en el mar a cientos de migrantes, considerando que las políticas de acogida son un costo insoportable; en realidad debería dar que pensar; cuando de repente esta “generosidad” se desata en una sola dirección. Sobre todo porque, como vemos también ahora en Estados Unidos, el tema de los migrantes siempre es utilizado por los gobiernos como arma de lucha política.
Y de hecho, en el caso de Venezuela la recompensa está ahí, y también en varios niveles, todos ligados al aumento del umbral de experimentación que puede sedimentarse para una nueva forma de desestabilización, también para otros contextos. Porque aunque no se ponga en marcha un nuevo payaso para mover la farsa del «gobierno interino», este parlamento ficticio queda, aún sin figura legal, para hacer de coco: y para evocar, como esquema posible, un término medio entre los «gobiernos en el exilio» establecidos por el imperialismo después de la caída de la Unión Soviética y el «gobierno en la sombra» del estilo británico.
Pero si en las democracias burguesas que tienen sistemas bipartidistas o al menos bipolares, los diputados opositores suelen ejercitarse en el parlamento para presionar a los ministros del gobierno con propuestas alternativas; en el «reino de Narnia» los «parlamentarios» se reúnen en un condominio para decidir cuándo y cómo robar la billetera y entregarla a su dueño. Un movimiento turbio que, sin embargo, no puede ser subestimado.