Por Carolys Pérez.- En la política, no solo se trata de ver, se trata de fijar la atención con voluntad e intención; esa mirada, esa forma de ver al mundo; le da a los días una posibilidad de asumirse desde la calidad de lo humano, de lo humanista, de lo revolucionario; nos da una identidad que, si bien desde el inicio de la primera revolución proletaria ha logrado virar sus formas hacia la clase mayoritaria ─que es la menos privilegiada─, no es sino con la llegada de la Revolución Bolivariana que ha previsto sus acciones hacia la comprensión de la necesidad de forjar un Socialismo Feminista.
Chávez, el Comandante Chávez líder de este proyecto, le dio una dimensión a la política que nos convirtió en amenaza; esta dimensión, junto con la declaración del Socialismo Feminista mencionado anteriormente cobra un nuevo impulso, uno en el que la nueva clase mayoritaria, la históricamente explotada, disciplinada y con mayor disposición al aporte y a la construcción, que son las mujeres, cobra un nuevo significado en el campo de la batalla política.
Las mujeres lo hemos decidido y estamos haciéndonos escuchar en todos los rincones; dejamos de ser organizadoras o las encargadas de esbozar los tratamientos electorales, para asumir los liderazgos que nos llevarán a ser ejecutantes de las acciones de poder.
Los cimientos de una política asumida mayoritariamente por hombres están cerca del desborde; a partir del momento en el que entendimos que somos un pueblo soberano, en tanto somos capaces de asumir esta narrativa emancipadora que nadie puede quitarnos, y particularmente las mujeres que somos la mitad de la población global, gestantes de la otra mitad, y que en el caso venezolano significamos más del 70% de la población universitaria, más del 70% de las coordinaciones de los CLAP en todo el territorio nacional; y un poco más del 60% de las jefaturas de calle, estamos cada vez más condicionadas a vernos transformadas en nuestros espacios de participación.
¿La razón? Por encima de estos números, sobre las cabezas de las mujeres venezolanas, solo se posa alrededor del 10% de las responsabilidades que atañen la toma de decisiones.
Las mujeres, a menudo enfrentamos barreras para nuestra participación efectiva en el proceso electoral como votantes; y de forma aún más resaltante como candidatas, lo que supone una amenaza para la puesta en práctica o en vida de nuestro Socialismo Feminista; pues la participación efectiva de las mujeres en los diversos roles del proceso electoral forma parte de su autonomía; y la falta de apertura de espacios para la ejecución de sus acciones conforman un acto de violencia política.
Pareciera que, de alguna manera, así como hemos sido las explotadas de los explotados, las obreras de los obreros corremos el riesgo de convertirnos en la amenaza de la amenaza; pero somos una revolución, lo que quiere decir que generamos la posibilidad de filtrar lo nuevo.
Venezuela cuenta con diversos mecanismos que buscan avanzar hacia una paridad de género en la participación política y más especialmente en la participación electoral en sus diversos roles; estos mecanismos logrados bajo la premisa general de la Revolución Bolivariana, de construir un Estado que garantice el ejercicio pleno de las mujeres han permitido en las últimas décadas avanzar hacia la ruptura de ciertos hitos referidos a la inclusión y representación de las mujeres en los procesos electorales.
Ante esta nueva batalla, la revolución será nombrada en femenino.
¡Venceremos!
¡Palabra de mujer!