Por Verónica Díaz Hung
La segunda muerte de Kity, la definitiva, ocurrió cuatro meses después de la primera muerte de mi amada gatica. Esta vez fue una noche de odio opositor, que se desbordó irracionalmente por las redes sociales. Era 21 de abril de 2017. Esa noche casi no dormí, aunque todavía no sabía que Kity ya la habían asesinado brutalmente.
La primera muerte de Kity ocurrió el pasado 31 de diciembre, cuando asustada por un cohete decembrino, se resbaló de una teja y cayó en el patio donde están mis perros. Esa noche, en cambio, era de fiesta y amor, que yo no pude disfrutar porque vi que mis perros, que también estaban nerviosos por los cohetes, agarraron a Kity, uno por el cuello y otro por una pierna, entonces salí corriendo y se la quité, pero ya Kity estaba muy herida. Esa noche pensé que se moría. Fui de emergencia a la única clínica veterinaria abierta, pero cuando me dijeron lo que costaría la consulta tuve que marcharme con mi gata agonizando porque no tenía para pagar su atención, y a primera hora del 1 de enero la llevé al consultorio de Misión Nevado en Nuevo Circo, en donde le dieron atención gratuita y de calidad y hasta costearon las medicinas.
La experiencia de la resurrección de Kity fue tan impactante que hasta escribí un artículo que la hizo famosa, titulado “A Kity me la salvó Misión Nevado”.
Se trata de un programa social nacido durante el gobierno del presidente Nicolás Maduro en defensa de los animales y del planeta, en donde se atiende gratis a animales doméstico y se le da prioridad a los que viven en la calle.
La noche de la segunda muerte de Kity tampoco dormí, pero esta vez fue por el terror que sentía gracias a la oleada de mensajes de ira, odio y caos que me llegaban desde el WhatsApp, incluso desde los grupos chavistas, se hacía un parte de guerra con los destrozos opositores que pretenden que el presidente Maduro salga del poder.
Desde las redes sociales se escuchaban personas desesperadas por los tiroteos, gente que llamaba a buscar velas por los apagones, noticias de saqueos, caos, miedo y mucho odio opositor.
A la 1 de la madrugada, en el grupo del CLAP de mi parroquia, alguien invitó a escuchar al dirigente del PSUV, Freddy Bernal por Periscope, quien explicaba lo que estaba ocurriendo y algunos me pidieron el favor que lo compartiera en un formato traducible a sus teléfonos para los cuales la red social era inaccesible. Estaban desesperados por escucharlo y como mi teléfono tampoco es capaz de acceder a Periscope, me conecté por mi computadora y lo grabé con el celular y de esa manera, si se quiere algo rústica, se los transmití al grupo de Whatsapp. Luego encontré el video por YouTube y también se los compartí.
Debo reconocer que yo entendía la angustia de aquellas personas, porque yo también la sentía.
Bernal explicaba que ciertamente durante esa noche de terror virtual, la oposición pretendía crear un caos en sectores muy focales de la ciudad y venderlo a Venezuela y el mundo como si estuviéramos en una guerra civil.
“Es el mismo manual de Irak, Siria y Libia (…) Esos hechos los han magnificado en las redes sociales y han metido audios de especie de tiroteos. Esto es una empresa de guerra de medios y de información”.
Ese día me sentía también muy alterada, ya que nos había tocado recoger el dinero para comprar la bolsa del CLAP en mi calle, en donde soy una de las responsables de distribuir los alimentos subsidiados.
Yo vivo en una zona clase media de mayoría opositora y, aunque muchos de mis vecinos pese a no pensar como yo son respetuosos y cariñosos, hay una minoría enloquecida que siempre me ha agredido verbalmente paradójicamente disgustados por comprar productos desaparecidos por la guerra económica creada por ellos y que el gobierno del presidente Nicolás Maduro pretende derrotar a través de los CLAP que le vende al pueblo los productos escasos a precios subsidiados. Estos opositores me insultan, pero igualmente compran la bolsa del CLAP.
Cada vez que nos toca entregar un CLAP ocurre lo mismo y esta vez también ocurrió.
Desde que asumí esta responsabilidad no ha cesado la avalancha del odio fascista que profesan algunos opositores. Muchos son vecinos que nunca había conocido, pese a que habito en la misma casa donde nací y crecí, y ahora que sé su nombre porque quieren comprar la bolsa del CLAP, me insultan y no ocultan su odio, por la simple razón de que yo soy “una maldita chavista”.
Pero el día en que asesinaron a Kity fue peor. Había una señora que se mudó de mi calle, y por tal razón ya no puede recibir bolsas en nuestro CLAP, debido a que son organizaciones territoriales, por lo que se le informó que se debía censar en la zona en la que ahora vivía, y nos contestó con insultos terribles, incluso amenazas.
Ella escribió a través del Whatsapp “no sabes con quien hablas, veremos sorpresas”…
Y al día siguiente mi gata apareció asesinada por un golpe con un objeto contundente en su cabeza.
Era una de esas vecinas que habita hacia el final de la calle y que me enteré que existía por la bolsa del CLAP, pero que desde que comenzó a recibir la comida subsidiada no dudó nunca en escribir mensajes en ese tono, por lo que deduje que era opositora.
Yo no sé si ella tuvo alguna relación con la trágica muerte de Kity, pero fue una coincidencia muy extraña.
No obstante, esto ocurre en una calle en donde han matado varios gatos de un vecino con esos brutales métodos con los que asesinaron a Kity, porque ciertamente, donde vivo no se caracteriza por la tolerancia hacia los gatos. A mi me tocó encontrar a las puertas del vecino amamante de sus gatos, un cachorro asesinado con un golpe en la cabeza, similar al que meses después le darían a Kity.
Pero jamás habían tocado a mis gatos, porque yo les explicaba que estaban esterilizados, vacunados y no se acercaban a su basura. Kity era muy linda y cariñosa, quizá por esa ingenuidad con los humanos fue presa fácil para su asesino.
Yo tampoco había recibido alguna queja por mi gata, ni había tenido problemas personales con ningún vecino. No obstante, desde que distribuyo la bolsa del CLAP he ganado como enemigos a esos sectores a los que no les conviene para su guerra contra la Revolución que el pueblo acceda a la comida.
Esa noche del 21 de abril de 2017 se me pareció a las noches de abril de 2002, cuando los chavistas tuvimos miedo por nuestras vidas y la de nuestros seres queridos, durante la breve dictadura de Pedro Carmona Estanga.
También en las protestas supuestamente “cívicas” de 2014, cuando en los medios internacionales y en las redes sociales se invocaba un SOS por los “pacíficos” manifestantes opositores, se desató otra oleada de odio, que incluso hizo que la mayoría de mis familiares opositores me dejaran de tratar. Durante las llamadas “guarimbas” el odio no se limitó a los seres humanos, ya que quemaron árboles y asesinaron perros callejeros, como símbolo de lucha y resistencia contra el “régimen” chavista.
Este 2017 el degenerado que mató a Kity consideró que había espacio para el odio y la impunidad, por lo que no dudó en asesinarla con sus métodos grotescos.
Descansa en paz querida Kity. Tu no eras ni chavista, ni opositora. Tu no debiste ser otra mártir de esta locura que otra vez sacude a Venezuela.