Si alguna propuesta genera una fuerte polémica en estos momentos, es la de crear una moneda latinoamericana, medida que no puede ser analizada como un hecho aislado; sino en el marco del proceso de integración económica y política.
Que algunas naciones hayan adoptado signos monetarios distintos al dólar para su intercambio, no es ninguna novedad; ni que se discuta en las Naciones Unidas que una canasta de monedas regirá el mercado mundial, en un futuro no muy lejano.
El dólar es la moneda hegemónica porque Estados Unidos tenía la mayor producción mundial y la suma de sus exportaciones era la más grande del planeta, –a partir de 1945–. Pero ahora, la participación de la economía estadounidense en el PIB mundial es del 25%, mientras que la de los BRICS es del 24%; además, las exportaciones de EE.UU. alcanzan el 10%, y las de China son de 15%. Es decir, tanto en producción como en exportaciones la economía norteamericana declina; además, el endeudamiento afecta su balanza, y el desplazamiento del dólar pareciera indetenible.
Latinoamérica busca superar la dependencia del dólar creando una moneda para el intercambio intraregional; cuyo objetivo sería compensar el comercio en una misma unidad de cambio, y no el de reemplazar a las monedas nacionales, manteniendo así la soberanía en materias de tanta importancia, como la política monetaria y la política cambiaria. Vale decir, que se transitaría una ruta distinta a la aplicada en Europa con el “Euro”.
Una moneda latinoamericana es una apuesta estratégica que requiere de un Fondo de Estabilización Macroeconómica, de refundar el Banco del Sur, de grandes planes de producción, de incrementar el comercio entre nuestras naciones; y por encima de todo, de unidad política.
El sueño de Chávez recorre el continente.