La lucha por el nuevo orden global muestra nuevos episodios, algunos dramáticos, preocupantes; otros, desmedidos, como de sainete. En ese renglón podemos ubicar el de los globos aerostáticos chinos que deambularon por diversas regiones de Estados Unidos.
Funcionarios de la Casa Blanca señalaron que el 4 de febrero, en la tarde, un globo meteorológico enviado por civiles chinos fue derribado cuando sobrevolaba el océano Atlántico.
Según lo difundido, el globo había sido visto tres veces en Carolina del Norte y del Sur.
Minutos después, el presidente de EEUU, Joe Biden, confirmó que ordenó el derribo del globo. Claro, no habló de otros que también habían sido avistados.
La reacción fue considerada desproporcionada por la opinión pública mundial, inclusive por factores ligados ideológica y políticamente a Washington. El común de los comentarios sostenía que el globo no representaba ningún riesgo para la seguridad estadounidense.
El hecho ameritó respuesta oficial de Pekín. Tan Kafei, vocero del Ministerio de Defensa Nacional de China, señaló que su país expresaba «una seria protesta contra la acción de la parte estadounidense y reservamos el derecho de tomar las medidas necesarias para hacer frente a situaciones similares».
El gobierno del gigante asiático enfatizó que la reacción era totalmente exagerada, sobre todo, porque la aeronave se utilizaba con fines metereológicos y su desvío del curso planificado fue meramente accidental.
Uno de los primeros gobiernos en reaccionar, ante el despropósito, fue el Gobierno Bolivariano. Mediante un comunicado de su cancillería rechazó el «ataque de los Estados Unidos contra una aeronave de origen chino no tripulada de naturaleza civil que había mostrado una falla técnica y que no representaba ninguna amenaza militar o física contra las personas en tierra».
Señalaba el documento que «una vez más, los Estados Unidos recurren al uso de la fuerza, en lugar de tratar esta situación con la seriedad y responsabilidad que el caso amerita».
Pero eso viene a ser, repetimos, otra manifestación de las reacciones ante el desplazamiento del viejo hegemón. Es magnificar un incidente, es buscar justificar cualquier otro tipo de situación; es reafirmar o alimentar sentimientos antichinos entre sus conciudadanos. Es mostrarle al mundo, apoyados en su mediática global, que fueron víctimas de una agresión, de una provocación.
Es parte de la dimensión mediática, propagandística, en esta confrontación global, en esta búsqueda de ganar simpatía global. Es parte del trabajo por reafirmar alianzas, por resquebrajar las de China. Tiene que ver también con la postura norteamericana en el tema de Taiwán, la guerra comercial contra las empresas chinas.
No olvidemos que días previos al incidente del globo, Antony Blinken, secretario de Estado norteamericano, debía viajar a China para tratar temas de alcance global, pero luego del incidente la visita se canceló.
Pareciera que la postura de Joe Biden tendría como fin aplacar tensiones políticas internas.
«Cancelar la visita ahora no significa que Blinken no vaya a visitar China en el futuro porque los resultados de las conversaciones entre el presidente chino, Xi Jinping, y su homólogo de EEUU, Joe Biden, al margen de la cumbre del G20 siguen siendo relevantes. Al mismo tiempo, los demócratas y republicanos llegaron a un consenso para hacerle frente a Pekín. Biden tiene que atender esta petición. Las fuerzas antichinas del país deberían ver con buenos ojos la dura postura que ha adoptado frente a China», señaló Zhou Rong, analista citado por Sputnik Mundo.
No olvidemos cuando el presidente de la Cámara de Representantes estadounidense, Kevin McCarthy, reivindicó ruidosamente el derecho a visitar libremente Taiwán. Tampoco que Philip Davidson, antiguo jefe del Mando Indo-Pacífico llegó a Taipei, generando más tensión.
Pero hay otras visiones del incidente, algunas no tan favorables a la Casa Blanca. Por ejemplo, Konstantin Sivkov, vicepresidente de la Academia de Ciencias de Rusia de Misiles y Artillería, observó que el globo fue derribado «con lo que pudieron, probablemente porque no había defensa aérea continental en la zona del incidente. El incidente con el globo chino puso a prueba el sistema de defensa aérea continental estadounidense. Este es un punto importante y una conclusión importante: que era impotente».
Según su criterio, era imposible derribar el globo a las altitudes a las que volaba con una instalación en tierra y solo un F-22 Raptor podría alcanzarlo. ¿Significa entonces que los tan promocionados F-15 y F-16 no podrían con él? ¿Debió usar uno de sus aviones más potentes, de sus aviones insignia, para interceptar un simple globo metereológico? Malo, muy malo, para los propagandistas del Pentágono.
Y todo eso, justo, cuando vivimos lo que muchos llaman Guerra Fría Tecnológica entre Estados Unidos y China, con énfasis especial en la fabricación de chips, en su cadena de producción.
«Los estrategas de Pekín y Washington se dan cuenta ahora de que toda la tecnología avanzada (aprendizaje automático, misiles, vehículos automatizados, drones armados, etc.) requiere chips de última generación», dice al respecto Chris Miller, profesor asociado de Historia Internacional en la Universidad de Tufts; autor del libro Chip War.
Por eso es la puja y las provocaciones respecto a Taiwán. No olvidemos que la taiwanesa TSMC controla el 90% de la producción física de los chips de gama más alta.
Tanto Washington como Pekín anunciaron que incrementarán las inversiones en ese rubro. Ah, pero la Casa Blanca, además, quiere bloquear el acceso de China a los equipos, a la tecnología y materias primas para la producción de chips, de semiconductores avanzados.
Después de todo, la OTAN, brazo armado de Estados Unidos, y de quienes constituyen el poder en la sombra, señaló en junio del año pasado, por primera vez, en un documento que constituye su nuevo concepto estratégico para los próximos años, que «las ambiciones declaradas, y las políticas coercitivas de la República Popular China, desafían nuestros intereses, seguridad y valores».
Pretenden distraernos con lo del globo, pero no olvidemos que el 30 de enero, días antes, el secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, visitó por cuatro días Corea del Sur y Japón, para hablar sobre las «amenazas» que constituyen China y Corea del Norte.
Conforme cita el portal DW, Jim Townsend, subsecretario de Defensa adjunto para Europa y la OTAN en tiempos de Barack Obama, señaló que la gira de Stoltenberg significa un viaje de «reafirmación» para sus socios asiáticos.
«El momento de la visita de Stoltenberg es importante. La guerra en Ucrania ha tenido un efecto en los países asiáticos, y la estrecha relación de China con Rusia es también una amenaza que hay que abordar»; dijo el también miembro del Center for a New American Security (CNAS).
Así juegan en Washington. Crean tensión con China, incrementan la escalada con Rusia, sobre todo en el tema de los tanques y el posible envío de aviones tipo caza a la zona de conflicto con Ucrania. Aplican tretas en materia económica contra sus aliados de la UE, sobre todo Alemania. Apoyan a Boluarte en Perú.
Mientras tanto, el Gobierno de Estados Unidos autorizó, este 7 de febrero, la venta a Polonia de misiles y artillería por un monto que sobrepasa los 10.000 millones de dólares.
Así juegan, aunque lo del globo no les quedó tan bonito.