Esta historia, que concierne a quien la escribe, sirve para ilustrar un aspecto insidioso de las medidas coercitivas unilaterales impuestas por Estados Unidos en su rol de policía mundial: la persecución y el bloqueo contra los internacionalistas que «respaldan a países sancionados». De hecho, esa es la motivación política que llevó a esta autora a ser bloqueada en el aeropuerto, en noviembre de 2009, cuando intentaba partir hacia Cuba en un vuelo de Air Europa procedente de Roma, con escala en Madrid, que tampoco “sobrevolaba” el espacio aéreo norteamericano.
Fue imposible, entonces, proceder al registro de salida (check-in) desde España a La Habana. El cable recibido por los funcionarios de la compañía en el aeropuerto de Roma-Fiumicino decía: “Washington impide el check-in del pasajero”. Una semana después, un segundo viaje a Caracas, y un segundo bloqueo: al introducir el pasaporte, aparecía “Alerta roja”.
A esto había seguido una disputa legal contra el perverso mundo de las «listas negras» en las que la escritora había sido incluida, a partir de una tercera ronda decidida por Trump en la última parte de su mandato, por lo que comenzó a «sancionar a quienes apoyan a países sancionados» por ser, supuestamente, violadores de los “derechos humanos”. En ese caso, en realidad, se estaban vulnerando bastantes derechos: a la información y la cultura; a la libre circulación, libre comercio, etc.
Sobre todo, ha sido imposible saber oficialmente el origen del bloqueo. A las acciones legales, Washington contesta solo a los miles de sus ciudadanos que han sido incluidos en las «listas negras» y no pueden ni siquiera viajar en su propio país. A los demás, nada. Hasta la fecha, el abogado que se atrevió a asumir la defensa de la autora, no ha obtenido respuesta.
Y ahora, un nuevo bloqueo al aeropuerto de Estambul, en un vuelo con destino a Caracas. La «carta de embarque transitoria» emitida por Turkish Airlines en Roma y mostrada en el aeropuerto de Estambul, no sirvió de nada. Un alto funcionario turco mantuvo una larga y articulada conversación telefónica con su homólogo en Washington, obsesionado por la idea de que la viajera quería ir a Cuba.
Al cabo de una hora, el joven oficial turco se soltó, molesto e impotente, mirando la pasajera con cierta simpatía, y proponiéndole volver a intentarlo la noche siguiente, cuando habría un vuelo directo, y la aerolínea, quizás podría decidir independientemente. Pero ¿con qué garantías? La viajera solo se enteraría al día siguiente.
Mirando a ese joven, visiblemente molesto por lo sucedido, la escritora reflexionó sobre las medidas coercitivas unilaterales. Una mezcla opaca y mefítica, que deja amplios márgenes discrecionales –a los bancos, las empresas, la policía– para torcer la medida en un sentido aún más restrictivo, pero que no ofrece posibilidad de escape, porque incluso limita la «compasión» humana. En un mundo informatizado, marcado por la globalización capitalista, las posibilidades de control se dan en tiempo real. Y el «estigma», una vez infligido, difícilmente será eliminado con el mismo automatismo con que fue aplicado.
Si el ser humano designado para aplicar las medidas –ya sea un policía o un funcionario– decide no hacerlo, impresionado por la injusticia que se está cometiendo, incurriría en un acto ilegal, y podría sufrir consecuencias de la misma magnitud. Paradójicamente, la opresión original –la imposición de medidas coercitivas unilaterales ilegales– provoca una cadena de otras operaciones ilegales, impuestas como leyes y reglamentos. Es la excepción la que se convierte en norma. Es el lejano oeste disfrazado de «democracia».
Una tendencia sustentada en el conjunto de reglas económicas internacionales, estipuladas en 1944 entre los principales países industrializados del mundo occidental con los acuerdos de Bretton Woods, y evolucionada en el transcurso de los pasajes que condujeron a la globalización capitalista. Hoy en día, hay muy pocas aerolíneas que no tienen participación económica estadounidense.
Una tendencia que, en Europa, se aceleró durante la década de 1970 y la ola revolucionaria que puso en el centro la cuestión del comunismo y la toma del poder en varios países europeos, empezando por Italia. Así, la guerra sucia librada por la CIA y sus ramas internacionales para luchar contra el «enemigo interno» –el comunismo– fue soldada cada vez más a los intereses del gran capital internacional y el complejo industrial militar, de alguna manera «institucionalizando» la legislación de la «emergencia».
No nos sentíamos víctimas, sabíamos que estábamos en una guerra sin cuartel. Éramos, sin embargo, parte de un proyecto colectivo, nadie se sentía solo frente a la opresión. Tras la caída de la Unión Soviética, la expansión de la economía de guerra y el caos provocado por las políticas imperialistas a nivel planetario (y sobre todo en el Sur global), los atentados del 11 de septiembre de 2001 a las Torres Gemelas en Estados Unidos proporcionaron el pretexto para un nuevo endurecimiento, para una nueva aceleración de la sociedad de control, como correlato necesario a la protección de los intereses imperialistas.
En ese entonces, Washington impidió que los «indeseados» pusieran un pie en suelo estadounidense. En segundo lugar, impidió el sobrevuelo de «su» espacio aéreo. Y Trump decidió “sancionar a quienes apoyan a los países sancionados”. Se dio, por ejemplo, el caso de un empresario italiano, que vio bloqueadas sus cuentas por parte del Ministerio del Tesoro estadounidense, por tener el mismo nombre con un empresario que vivía en Suiza y tenía relaciones comerciales con Venezuela. Y luego, una aceleración adicional y sin precedentes: el secuestro y la deportación de un diplomático, Alex Saab.
…Y luego, para la escritora, el coste del cambio de billetes, las dificultades lingüísticas, el problema del equipaje, la larga parada en el aeropuerto, sobre todo la incertidumbre de poder salir a la noche siguiente. Ira, impotencia, imposibilidad de decidir y actuar. ¿Regresar? ¿Déjar todo? De ninguna manera. Inténtalo hasta el final, busca un destello, y si no lo hay, invéntalo. Mientras tanto, está la cercanía de compañeros y compañeras, dentro y fuera de Venezuela. Y el mensaje de Chávez, diez años después de su muerte, retomado por la revolución bolivariana: si nos echan por la puerta, entramos por la ventana.
Y así, de vuelta a la puerta de embarque, la noche siguiente. Las jóvenes empleadas de la aerolínea abrazan a la que escribe: «Todo está bien –me dicen– puedes pasar».
La compasión que une a los pueblos frente a la injusticia, es semilla de rebelión.