Por: Carolys Pérez @Carolyshelena
Hace unos días conversaba sobre la construcción del Socialismo Bolivariano y Feminista desde lo urbano, y pensaba lo siguiente: en el ámbito mundial, tan solo 10% de los puestos directivos en estudios de arquitectura y diseño urbano son ocupados por mujeres; esto nos convoca a poner el punto de foco, si pensamos que todos los territorios son una construcción social y nuestras configuraciones urbanas están pensadas por y para hombres.
¿Qué propone la geografía con perspectiva interseccional y perspectiva de género? Esta ramificación de lo posible, en un país cuyos territorios en el campo de lo social, político y académico están de forma notoria y movilizadora liderado por mujeres; invita a mirar los espacios que nos rodean, nuestros entornos sociales, nuestros entornos naturales y las formas en que han sido moldeados por ideas de género y relaciones de poder.
Entonces, si consideramos que siempre estamos pensando en cómo interactúan la revolución y el poder popular. En términos de la ciudad, usar ese lente de género significa cuestionarse cómo lo urbano está organizado en términos de transporte y consumo, preguntando: ¿de quién son las vidas que se construyeron para reflejar? ¿Quién está siendo incluido en la construcción de la ciudad y quién ha sido excluido? ¿Y cómo esas cosas continúan afectando la vida de diferentes grupos de personas?
Para poder alcanzar este objetivo, el trabajo de las AVV, los CTU y la cartografía social, trabajando en armonía, es clave. Pues, en la medida en la que el ejercicio de funcionamiento de la auto-organización, logre dinamizar los requerimientos propios y reales de los espacios; construir la ciudad posible será mucho más sencillo, ejemplo de esto, la experiencia de Villa Zamora 21, en el municipio Zamora del estado Bolivariano de Miranda.
Aunque, quizás, desde la llegada de la Revolución, dar las cosas por sentado no es un camino; como vanguardia o cabezas de equipo en medio de las incansables jornadas, es posible que a veces podamos subestimar el conocimiento que el pueblo, habitante y sujeto activo de los espacios posee. Por lo que necesitamos, no solo, escuchar a la comunidad; necesitamos seguir fortaleciendo su incorporación al diseño, si queremos ciudades inclusivas e interseccionales.
El espacio urbano determina cómo organizar nuestra vida y nuestra comunidad, en definitiva, nuestra sociedad. Desde ese punto de vista refleja y reproduce los estereotipos de género con los que hemos crecido y convivimos. Lo que exacerba la necesidad de fomentar ciudades y territorios inclusivos; poner los cuidados en el centro a través de los liderazgos del pueblo mujer, promoviendo una responsabilidad compartida que ponga a las mujeres al frente, para lograr resiliencia, proximidad y comunidades que cuiden para el alcance pleno del buen vivir.