No se precisaba tener demasiada capacidad analítica para observar que la presencia en la República de Chile de Gabriel Boric en el Palacio de la Moneda, respondía a un proceso político determinado del cual toda abstracción o divorcio podría ser mortal, o al menos complicado para el panorama futuro de ese país.
Basados en esto, y en el artículo “Alameda cerrada, por ahora”, publicada en este semanario, con ocasión de la derrota del proyecto de constitución chilena que desembocó en un nuevo proceso que culminó el pasado domingo, valorábamos así el contexto de Chile:
“Cuando en octubre de 2019 los jóvenes protagonizaron una movilización social de protesta importante que incluso era más fuerte y consistente de la llevada a cabo en 2011, la República de Chile parecía haber llegado al momento cumbre de un cambio significativo, siendo que la transición democrática ocurrida allí dejó muchas instituciones de la dictadura intacta, incluido un modelo económico neoliberal fuertemente cuestionado en dichas movilizaciones.
Si bien no parecía un ambiente abiertamente revolucionario, si expresaba un deseo de cambio profundo sobre todo en las generaciones jóvenes, quienes veían por ejemplo su futuro hipotecado en severas cuentas por pagar para costearse sus estudios en un sistema universitario privatizado y donde poder seguir avanzando implica acceder a créditos bancarios que, con el tiempo, se vuelven prácticamente impagables.”
Visto lo anterior, se nota a leguas el absoluto divorcio del actual Presidente de Chile, más pendiente del funcionamiento de sistemas políticos ajenos y cuestiones banales que de los propios anhelos y demandas del pueblo que le ha votado, con el proceso político que exigía hacer transformaciones profundas de la Constitución heredada de la dictadura feroz de Augusto Pinochet Ugarte.
Tal ausencia de involucramiento y liderazgo que culminó en la derrota de la propuesta de Constitución en septiembre de 2022 apenas fue el primer paso del definitivo enfriamiento del proceso político que ha debido profundizar los elementos democráticos del sistema político en Chile, en conexión con las demandas populares, especialmente de las generaciones jóvenes.
Este error político dejó la puerta abierta de par en par para que la institucionalidad chilena vigente y una derecha en proceso de reacomodo ante la derrota en la elección presidencial de 2021 tomaran el testigo apenas se presentase el primer momento político, y ese momento llegó.
La elección de los 50 Consejeros Constitucionales, encargados de redactar una nueva Carta Magna para los chilenos y chilenas, resultó en un cambio de mano político sobre el control de los elementos y tiempos de este nuevo proceso que de paso logra reavivar una oposición en Chile procurando retomar el poder.
El Partido Republicano, encabezado por el ex candidato presidencial José Antonio Kast ha alcanzado 35% de votación, con 22 consejeros, mientras que el oficialismo obtuvo 17 consejeros con el 28% de los sufragios. En tercer lugar ha quedado la derecha tradicional de ese país con 21% y un total de 11 consejeros.
Por supuesto en materia de votos totales el Partido de Kast tuvo una reducción de votación de al menos 200mil votos, en comparación con 2021, pero el de Boric llegó a disminuir más de dos millones de votos en una caída libre donde se mezcla el error del proceso constituyente pasado y el cuestionamiento a y gestión de gobierno.
Por supuesto no hay que ser un brillante estratega político para saber que las dos confluencias de derecha tendrán alianza de cara a construcción de una propuesta que debe ser sometida a plebiscito en diciembre próximo.
Es decir los sectores que no estaban nada de acuerdo con la necesidad de un cambio constitucional profundo en esa Nación, producto de las torpezas de un grupo de políticos bisoños que al parecer les viene quedando grande proyectar los anhelos de los movimientos populares y estudiantiles de 2011 y 2019, hoy han pasado a ser claves en la configuración del nuevo texto constitucional con tres quintas partes del quorum y sin que la alianza oficial tenga poder de veto.
Siendo esto un cambio de mano, robo de narrativa, y robo de iniciativa política es la gran oportunidad que tiene la derecha chilena para reacomodarse por completo construyendo un proyecto de Constitución lo suficientemente equilibrada como para contar con el apoyo de la gran mayoría de ese pueblo.
Esto tampoco es el tránsito a un jardín de rosas ya que la propia derecha chilena ha sido lo suficientemente conservadora e incapaz de ceder a demandas propias de una sociedad que necesita actualizar un modelo de Constitución, desde 1980, que sirvió para fortalecer en el poder una dictadura salvaje absolutamente amparada, protegida y respaldada desde las más altas esferas de poder en Washington, luego del derrocamiento de Salvador Allende el 11 de septiembre de 1973 y la instauración de molienda violatoria de los derechos humanos que aniquiló por completo a la Unidad Popular que lo llevó al Poder en 1970.
Queda muy claro es que ningún proceso constituyente o de cambio constitucional, reformas, enmiendas, puede quedarse desdibujado de vanguardias, de liderazgo, de quienes realmente se comprometan a fortalecer los medios políticos para hacer efectivos los cambios. Lo que sucede al sol de hoy en Chile nos deja a todos un profundo aprendizaje político, ya que el resultado del domingo 7 de mayo estaba cantado viendo el contexto y las cuestiones previas.
En conclusión la torpeza e incapacidad política de Gabriel Boric y sus operadores, en ser los capitanes fundamentales de un proceso profundo de cambios siendo ellos expresión propia de ese proceso político que reiteramos en la primera parte de este artículo, le han dado paradójicamente la oportunidad a la rancia derecha chilena para no solo conducir un proceso que, inteligentemente conducido, pudiera derivar en la aprobación de una Constitución nueva, siendo de suyo una victoria para este sector.
Sino además daría un envión muy importante para el posible retorno de la derecha tradicional o la extrema derecha al Palacio de la Moneda, con todo lo que ello puede suponer.
Solo queda ver si el profundo pueblo chileno es capaz de mantener viva la llama del movimiento que exigió cambios de fondo, o acepta sumisamente una cosmetología de reformas constitucionales donde en realidad “todo cambia, para que nada cambie”.
El pueblo de Chile tiene la palabra…