Por: Federico Ruiz Tirado.-
Desde que «los ojitos» de Chávez se erigieron desde las paredes como una categoría taxativa de la afectividad popular que alude a su indiscutible dimensión, como líder y constructor de la revolución bolivariana, tras una extraña y súbita desaparición, porque de pronto fueron borrados de ciertos ámbitos, sobre todo urbanos; pero quedaron igual en las retinas populares, en los vientos surcados del firmamento mirándonos, dialogantes, interpelativos, como en un juego de espejos oníricos que me hacían recordar aquel episodio vivido entre José Arcadio Buendía y Prudencio Aguilar; nada ni nadie, más allá de su carga simbólica, agregó especulación alguna.
Chávez sigue entre nosotros, y, por desgracia para sus fantasmagóricos y atroces enemigos que lo odiaron e izaron sus miserias escatológicas contra él, también.
Cuenta un fiscal de tránsito apostado en una pollera de la autopista Francisco Fajardo, que una vez Capriles iba en compañía de unos chamos y, al llegar a un semáforo, la señorita que iba conduciendo el vehículo atropelló un perro de la calle, dio vueltas de un canal a otro, causó pánico en un grupo de jugadores de 5 y 6, le dio por detrás a un camión de cervezas de Lorenzo, se espelucó y, en medio del caos, no le dio tiempo para apersogar a Capriles cuando éste se vino en vómito, mareado y jipato del susto y tuvieron que darle oxígeno boca a boca mientras lo trasladaban a una clínica privada para revivirlo.
Los médicos que lo atendieron, preocupados y entre sutiles sonrisas, no entendían por qué los ojos del líder, se desorbitaban como en un exorcismo medieval, más que los de Leopoldo López, al tiempo que responsabilizaba a Hugo Chávez del accidente que de vaina no causó la muerte de la comitiva.
Capriles fue sedado unas horas hasta que despertó y pudo comprender entre las brumas, que Chávez no se había ido, y en lo más recóndito de su masa encefálica, le martilló aquella (su frase) dirigida a las «hordas» chavistas, de que «a Chávez nadie se los va a devolver».
Desde que fueron fijados como emblemáticos sujetos históricos e iconos en la campaña electoral del 2012, cuando ya estaba visiblemente enfermo del cáncer que le causó la muerte y pese a ello derrotó al candidato de «la arrechera» que causó la muerte de muchos venezolanos y la destrucción del Centro de Alta Tecnología cubana en Chuao, los ojitos de Chávez ya estaban vigilando la ruta de este individuo número uno, o dos, o tres, de la Academia fascista que otrora se cobijó en las siglas de Tradición, Familia y Propiedad, tan aplaudida por la inefable Marietta Santana y los jerarcas del Grupo Roraima, Marcel Granier, Doña Vaina de Majo, Don Sutanejo y uno que otro perencejo de la cofradía eclesiástica, sindical y empresarial, unidos por el santísimo sacramento que llevaban en el pecho: Peña Esclusa, Alfredo Peña, Monseñor Porras, el Matacuras, el suavezón durón de Rolland Carreño y entre sus tetas, Carla Angola, que en un tiempo, hacían de prendas en la escritura y El Perro, conocido como El Duque.
Otros de expresiones fascistas en Venezuela que se volvieron sudoríparos por aquel millón de votos que los enardeció, y que siempre acompañaron a Capriles Radonski y por contagio a ciertos sectores opositores patológicos a la personalidad de Hugo Chávez, después de los años, les temieron a esos ojos que aún permanecen en las regiones más insospechadas de la Venezuela del tiempo presente.
Es cierto que hay lugares donde la inclemencia del sol, o del agua, o la indolencia y burocracia de instituciones concebidas por el mismo Chávez los ha desteñido; o les han deformado el resplandor de lo que Jacques Lacan calificó como «la mirada natural», pero ahí están, en los barrios, en la memoria prehistórica, entre los mismos paisanos, artesanos, artistas; gente que lo tuvo cerca y le escuchó esa voz suya tan serenamente discreta, tan espiritual y diáfana para la confesión cercana, ansiosa; de un compatriota sufriente de un infortunio que logró traducirle con palabras y también con la mirada «psicológica», y que han cultivado el arte de la mixtificación de esos ojos con otros símbolos o formas de adopción del ideario chavista como un modo de vivir con sensatez y de rechazar en silencio las acechanzas del mal, cualquiera que sea el estado en que se presente.
Por eso a Capriles, o a María Corina, no les va como quisieran entre la gente que, con los ojos de Chávez, ya no los miran con disimulo, y es hasta capaz de darles lo suyo sin que nadie los detenga.
Y le dieron lo suyo
En días pasados a Capriles le salió al paso una gente en una barriada y se llevó un malogrado recuerdo. Unos dicen que fue una trampa de Maricori, que infiltró gente de la suya para camuflarla de activistas del rregimen y remozar la imagen de que la violencia y la intolerancia contra los adversarios están vivitas en las hordas chavistas. Otros dicen que el pueblo no olvida (cosa que es verdad) y le dieron lo suyo al Flaco por lo que ya sabemos («la arrechera», la frase ofensiva contra Chávez, los muertos de La Limonera, la invasión a la embajada de Cuba); sea por lo que sea, «la maldad sale», dice la voz popular.
No concuerdo mucho con la opinión de muchos amigos que dicen que este tipo de acciones «violentas» no concuerdan con el camino de paz que el Presidente Maduro ha emprendido desde los tiempos del término de las guarimbas. Porque aunque es cierto que en medio de las dificultades económicas, el bloqueo, la conspiración, la paz es una búsqueda constante nacional e internacionalmente, Capriles y la sexi de María Corina andan sueltos como si no hubieran quebrado un plato. Y el pasado, conceptualmente, existe. Imposible borrarlo.
Con o sin el CNE, a excepción de Andrés Velázquez, uno de los dos, o de los tres, o de los cuatro, o 5, o 6; contando con el Conde y Delsa, se batirán en el ruedo bravío.
Recordar es morir
No habían transcurrido veinticuatro horas del boletín del Consejo Nacional Electoral informando los resultados del acto de recolección de firmas, cuando a través de las redes y las notas de voz se escurrió la «explicación» rigurosa, digamos que extrañamente apegada a la realidad matemática de cómo y dónde la oposición se lanzaría, ahora sí, aceptando las reglas del juego, a la arena del 2024 con el sudoríparo Henrique Capriles Radonski.
Es curioso que tal declaratoria, por más fugaz, virtual y sigilosa que haya sido, no fuera percibida ni siquiera como una morisqueta, menos aún como una mueca del rostro contorsionado de la historia más reciente del país, cuando iracundo HCR mandó a descargar la «arrechera» y sus partidarios arrasaron con el Centro de Alta Tecnología, modelo cubano de atención a la salud concebido por el presidente Chávez, desmantelando su sede y ocasionado la muerte de varios vecinos en Chuao y sus inmediaciones.
La memoria existe
Es bueno recordar y advertir que una omisión propia de la llamada memoria colectiva, no significa que pasemos por alto esa inquietante señal; pues se trata de uno de los exponentes más vernáculos de la violencia que exhala fascismo puro, como es también el caso de Leopoldo López y otros agentes de la cofradía de Tradición, Familia y Propiedad.
Desde que el banquero Manuel A. Matos encabezó en 1901 la Revolución Libertadora —contra Cipriano Castro— la alta burguesía venezolana no había arriesgado a ninguno de sus actores principales para enfrentar a movimiento popular y reivindicador alguno en el poder. Ese no es un dato menor. No fue hasta que apareció Henrique Capriles Radonsky como candidato de la derecha venezolana a la Presidencia de la República, que volvimos a ver el rostro del pensamiento y acción política de la oligarquía, ahora en su versión neofascista y pletórica de eslóganes dignos de una cadena de comida rápida.
Desde que, en la década de los 90, la antipolítica fue posicionada como hegemonía en los medios privados; su rostro es bastante visible. Su discurso antipartidos, su aparente bonhomía, el disfraz de gerente y el uso indiscriminado de técnicas publicitarias —desde publirreportajes hasta matrimonios ficticios con actrices de TV— lo consolidaron como líder de un movimiento con forma de derecha progresista; pero con un contenido neoconservador propio del exilio cubano-americano del Partido Republicano norteamericano, el infame Partido Popular profranquista de España y la narcopolítica de Álvaro Uribe y Duque en Colombia.
Su acción pública tiene dos gestos aterradores, sellados, que lo reconocen como fascista. El asalto a la Embajada de Cuba, donde además de dirigir la turba derechista y agentes de la CIA que intimidaron la sede diplomática, rompe con la legalidad internacional y amenaza con tomar las oficinas. El segundo, y más triste, luego de liderar una campaña presidencial caracterizada por ejecutar sobre el pueblo la más feroz y sofisticada guerra psicológica, manda a sus seguidores a tomar venganza por un “fraude” como excusa para activar la última fase de la estrategia de Golpe Suave.
El saldo de once personas muertas, y el destrozo de equipos e instalaciones médicas, siguen llenando de dolor al pueblo venezolano y constituye la primera página de la infame historia del fascismo en Venezuela.