Casi nadie creía, por allí en la década final del siglo XX, que a la victoria del unipolarismo liberal y la pretensión de expandir globalmente la pax americana de sello estadounidense, con el fin de la historia; y la victoria final de la democracia liberal, y el neoliberalismo económico como sus principales banderas, que se consumaron con la caída del bloque soviético; se produciría un proceso de irrupción global alternativa fruto de esta misma pretensión de expandir el ejercicio imperial del poder; al punto de hacer emerger una especie de dictadura mundial con Washington y varias capitales europeas a la cabeza.
En lo anterior, la célebre intervención del Comandante Hugo Chávez —septiembre de 2006— ante la Asamblea General de Naciones Unidas, generó una especie de cimbronazo en el debate mundial que pretendió ser acallado en la perversa lógica de la lucha contra el terrorismo; que realmente escondía la verdadera deriva de la colonización de pueblos enteros y el saqueo de sus riquezas; todo bajo axiomas propios del hemisferio occidental que parecían tener dueños únicos e intérpretes supremos.
Bien sea por arrogancia, torpeza o —hasta un cierto grado— de ingenuidad política, creyendo que la sumisión absoluta sería la respuesta a tales planes; el fin del mundo bipolar sólo condujo a la recurrente y erosionada crisis del modelo que con bombos y platillos se proclamó ganador, acompañado del crecimiento veloz de nuevos polos económicos, técnico-científicos y de desarrollo político y social; con una visión de progreso que rompe la lógica del debate bipolar que caracterizó al siglo XX; hoy totalmente trascendido.
La resolución de su propia crisis estructural vino acompañada de las peores medidas de subyugación de los derechos y libertades de naciones enteras, dejando de lado el derecho internacional construido a partir del mundo tras la Segunda Guerra Mundial, involucrándose la élite de poder de los Estados Unidos de América (EUA) en la demencial tarea de moldear a su interés estratégico, y a la mala, a todo Oriente Medio, generar una doctrina de sanciones o medidas coercitivas unilaterales que básicamente niegan sus propias premisas filosóficas en cuanto a la libertad de comercio, sin contar la violación sistemática de Derechos Humanos que tales sanciones contienen, y procurando desmontar toda instancia institucional que pueda servir de obstáculo para promover acciones de contención ante amenazas que hoy son vistas desde Washington como una realidad, incluso puestas como prioridad por encima de su compleja situación interna.
Y todo esto tuvo un punto de inflexión muy claro: la guerra en Ucrania, estallada por el incumplimiento reiterativo de los acuerdos de Minsk y especialmente por el plan estratégico de utilizar a esta Nación, y su régimen nazi, como carnada de provocación en contra de la Federación de Rusia, conflicto que desde su inicio, en febrero de 2022, no solo sirvió para la aplicación de todas las tácticas dispuestas a partir de 1990 por parte de EUA y Europa Occidental para garantizarse un control exclusivo del mundo, sino además demostró la imposibilidad de construir un mecanismo de trabajo dialogado, haciendo necesario empezar a dar avances en métodos alternos de acuerdo, de trabajo conjunto, de reglas de respeto y mancomunidad capaces de observar y resolver problemas y no contribuir a generarlos o exacerbarlos.
Por ello, tal encrucijada no podía ser respondida de otro modo que con el avance sostenido de una nueva fórmula de vínculo, de construcción de mecanismos alternativos a un caduco esquema de Bretton Woods cuyos cimientos han pretendido ser utilizados para promover hegemonías excepcionales con estandartes nefastos como la Doctrina Monroe.
América Latina bien tiene para hacer un posgrado en cuanto a todo lo que ha tenido que sufrir históricamente; desde lo político, lo social, lo económico e incluso en lo referente a su soberanía; por conducto de una acción imperial de imposición que hoy nos ha puesto de frente el desafío de tener que movernos con rapidez para encontrar nuestra hoja de ruta; que ya no tiene respuestas en el norte, sino entre nosotros mismos.
Por ello el esfuerzo del Consenso de Brasilia, por empezar a ver estas movidas multipolares, se convierte en un símbolo de relevancia para tratar de rehacer el tejido integrador de experiencias como la Unión de Naciones Suramericanas UNASUR; promoviendo una agenda que toque, aborde, resuelva de manera conjunta los problemas asociados a la cotidianidad de los pueblos del Sur.
Los puntos 3 y 4 de este documento base no puede ser más esclarecedores de este escenario:
- Coincidieron en que el mundo se enfrenta a múltiples retos, en un escenario de crisis climática, amenazas a la paz y a la seguridad internacional, presiones sobre las cadenas de alimentos y energía, riesgos de nuevas pandemias, aumento de desigualdades sociales y amenazas a la estabilidad institucional y democrática.
- Concordaron en que la integración regional debe ser parte de las soluciones para afrontar los desafíos compartidos en la construcción de un mundo pacifico; el fortalecimiento de la democracia; la promoción del desarrollo económico y social, la lucha contra la pobreza, el hambre y todas las formas de desigualdad y discriminación; la promoción de la igualdad de género; la gestión ordenada, segura y regular de migraciones; el enfrentamiento al cambio climático, incluso por medio de mecanismos innovadores de financiamiento de la acción climática, entre los cuales podría considerarse el canje, por parte de países desarrollados, de deuda por acción climática, la promoción de la transición ecológica y energética a partir de energías limpias; el fortalecimiento de las capacidades.
Pero al mirar más a fondo vemos nueva evidencia de nichos de esta multipolaridad que está en movimiento absoluto, teniendo por ejemplo al Reino de Arabia Saudita promoviendo una política exterior cuyo anclaje exclusivo es andar en función de sus intereses estratégicos y no de factores foráneos.
La distancia con su aliado estratégico en Washington, inició con la imposibilidad de ser un sustituto permanente del petróleo y gas que necesita Europa Occidental, y que con seguridad le suministraba Rusia hasta el estallido de la guerra en Ucrania; el segundo paso fue avanzar en una política conjunta desde la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP+) y que condujo a una reducción sistemática de la producción y comercialización del oro negro para sostener un precio justo del mismo. Recientemente se ha confirmado que estos recortes continuarán en 2024.
Pero hay que destacar los pasos estratégicos que van incluso más allá. Los acercamientos con la República Popular China no solo han posibilitado reabrir las relaciones diplomáticas con la República Islámica de Irán, sino además entronizar un enfoque alternativo sobre un asunto fuerte de la región como la guerra en Yemen. Arabia Saudita también ha recibido la reciente visita del presidente de la República Bolivariana de Venezuela, Nicolás Maduro Moros, con el propósito de rehacer una relación estratégica que puede hacer avanzar a los dos mayores reservorios de Petróleo del mundo, cuestión no menor en el convulso contexto internacional.
En esto último el Jefe de Estado venezolano delineará con claridad el pulso actual de esta multipolaridad en movimiento, en relación con Venezuela:
“Contamos con una gran red de alianzas estratégicas para el desarrollo, la cooperación y la solidaridad. Desde Venezuela siempre apostaremos al trabajo en conjunto y la construcción de una mejor humanidad. ¡Sigamos avanzando por un nuevo mundo!”
Otro ejemplo de este proceso multipolar creciente tiene a una instancia y una línea política en avanzada: el Grupo BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Suráfrica) no solo se vienen afianzando con posibles nuevos adherentes en su organización económica con perspectivas a disputar y trasvasar el liderazgo del G7, sino además que ya plantean mecanismos que permitan rehacer las bases del comercio mundial hoy obstaculizadas por la acción injerencista de EUA y Europa Occidental por medio de sanciones.
Una de las expresiones de ambas cuestiones se observa, por un lado, en la posible incorporación de la República Argentina, fuertemente cooptada en sus posturas en política exterior por la pesada deuda que tiene con el Fondo Monetario Internacional FMI (adquirida en tiempos de Mauricio Macri) y que ha sido utilizada como dispositivo político para presionar determinaciones en materia de la política exterior de Buenos Aires.
Se suma la posibilidad de aceptar, entre otras naciones, a la propia Arabia Saudita quien ve en esta instancia una identificación tanto en cercanías geopolíticas como en preservación de sus intereses nacionales.
Por otro lado, avanza en lo económico la decisión de procurar formas alternativas de pago y uso de monedas propias o creadas al margen del monopolio del dólar como moneda; cuya exclusividad de intercambio en el comercio mundial sigue en franco proceso de erosión, cuestión que a largo plazo presenta cestas de monedas para un acuerdo comercial y financiero, que haga emerger en lo concreto la multipolaridad.
De hecho, el Presidente de la República Federativa del Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, se ha erigido en estandarte fundamental de esta postura desdolarizadora, promoviendo una multiplicidad de opciones para el comercio regional y mundial.
No perdió en tal sentido oportunidad en plantearlo en la Cumbre de Presidentes de Suramérica que tuvo sede en Brasilia, poniendo en la mesa este asunto como desafío para el comercio entre nuestras naciones cercanas en fronteras y en diversas potencialidades de acercamiento económico.
“[Debemos] fortalecer la identidad sudamericana en la política monetaria, a través de mejores mecanismos de compensación y de la creación de una unidad de transacción compartida para el comercio”.
Esta postura ha venido acompañada de acuerdos formales entre Brasil y China para empezar a comerciar con sus monedas nacionales, mientras avanza la idea de crear una moneda de comercio o fórmulas alternativas de intercambio desde el Grupo BRICS en cuyo Banco de Desarrollo hoy día se encuentra la ex Presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, con la idea de impulsar estos medios de independencia y posicionamiento de mecanismos confiables, y no coercitivos, de desarrollo económico mundial.
La propia situación en torno a la guerra de Ucrania, se nos presenta como un nuevo ejemplo del enfoque multipolar. Mientras los gobiernos de Europa Occidental caen básicamente arrollados por las consecuencias económicas de dejar de lado a su proveedor energético seguro, Rusia; y EUA tiene que afrontar una nueva crisis de techo de su deuda; asomando incluso la posibilidad de declararse en imposibilidad de pagar, del lado del hemisferio occidental vemos otro panorama.
Primero las economías que se pronosticaban como derrotadas al inicio de este primer semestre no parecen tener cifras en ese sentido. El ecosistema de la República Popular China, le ha permitido a Rusia sortear todo el andamiaje de sanciones impuestas desde el inicio de la guerra; incluso con compras de gas con segundas y terceras manos interviniendo en el proceso para darle gas a Europa Occidental en medio de su propia crisis de abastecimiento.
En segundo término se ha perfilado una disposición política de medidas alternativas que conduzcan a la finalización del conflicto, como es la voluntad de Beijing al presentar doce puntos para la paz ante el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas; por supuesto una iniciativa vetada por EUA y sus aliados, pero que deja ver una perspectiva distinta, multipolar; variada en materia internacional sobre asuntos neurálgicos para la paz.
Otro ejemplo fue la victoria de Recep Tayyip Erdoğan en Turquía, garantizando una visión más constructiva, independiente y por la paz ante este asunto; y dejando con las ganas a quienes promovieron al candidato opositor para que formase parte del club de agresión hacia Moscú.
Apenas destellos de unas movidas multipolares, que seguirán creciendo en la misma medida en que exista la pretensión unilateral de imponernos, por la fuerza, un mundo que ya no existe en los hechos, y cuya lógica está cada vez más distanciada del anhelo de los pueblos.