Cuando el 21 y 22 de marzo el Presidente de la República Popular China, Xi Jinping hizo presencia en el Kremlin, visitando a su par de la Federación de Rusia, Vladimir Putin, estratégicamente se generó un efecto sísmico en Washington.
De hecho, el mandatario chino no tuvo reparos, a su salida del palacio presidencial ruso, en expresarle a Putin una afirmación ratificatoria del buen momento surgido entre ambas naciones, cuyos acercamientos se han hecho más profundos:
Xi dijo: “Ahora tienen lugar los cambios que no se han visto 100 años, cuando estamos juntos impulsamos este cambio”.
Dicho encuentro se produjo casi un mes después de la suspensión de la visita a Beijing, prevista para febrero, del Secretario de Estado Anthony Blinken; luego de los famosos incidentes con globos que surcaron varios estados de EEUU y Canadá, generando mayor espacio de distancia entre ambas naciones.
A lo anterior se han sumado, claramente, las divergencias con respecto a la guerra de Ucrania; a sabiendas de que todo esto ha sido un gran plan ejecutado desde las más altas esferas en Washington para promover el bloqueo sistemático a Rusia; frenando además su expansión de influencia energética sobre Europa Occidental, mientras avanzan en medios para agredir a quienes enarbolan la bandera de la multipolaridad frente a un ejercicio unilateral, ya caduco en la fuerza de los hechos; y con claros efectos en la economía global, en el corto, mediano y largo plazo.
Pero, ante los miles de ojos que viraron sus miradas hacia Beijing, esperando algo significativo de la visita del Secretario de Estado al Presidente de China; y observada la alarma expuesta arriba, surge la pregunta de trasfondo de toda esta agenda de acercamiento hacia el gigante asiático: ¿Estamos ante una preocupación real o es simplemente una puesta en escena de la élite del poder de EEUU?
Asumir la primera idea, sería decir que estamos ante una preocupación real por buscar una desescalada en la relación con China, por parte del gobierno de EEUU, razones de fondo existen y de sobra.
De hecho en un artículo publicado en el mes de marzo, en este mismo semanario, expresamos un elemento estratégico de fondo que marcó un exitoso período de la política exterior estadounidense, logrando mantener separados a Rusia (entonces Unión Soviética) y China, en pro de conservar su proceso exponencial de crecimiento como hegemón con características específicas propias de haber quedado casi sin mayores daños luego de la Segunda Guerra Mundial; cosa que no sucedió igual para las potencias de Europa y Asia.
Traemos, en tal sentido, algunas reflexiones de nueva cuenta:
“… esta alianza estratégica [Rusia–China] rompe con uno de los elementos centrales del enfoque geopolítico estadounidense, teniendo como uno de sus principales padres modernos a Henry Kissinger, por allá en los años 70 del siglo XX cuando su argumento principal era la expansión de la Doctrina Monroe a todo el planeta como dispositivo de control del mundo.
Dicho enfoque no era otro que generar una diplomacia triangular que lograse no solo un acuerdo de EEUU tanto con la República Popular China liderada por el Gran Timonel Mao Zedong; como con la Unión Soviética encabezada por el Secretario General del Partido Comunista Leonid Brézhnev; sino que además profundizara las diferencias existentes entre ambos gigantes, como medio para sacar partido al interés estadounidense.
De hecho, tal cuestión se logró en tiempos de Richard Nixon en la Casa Blanca, con Kissinger como su Secretario de Estado, y más o menos mantuvo en calma la geopolítica y el ejercicio unilateral estadounidense con ambas potencias distanciadas políticamente y sin posibilidades reales de disputarle el sitial hegemónico a Washington.
La irrupción de la globalización en la pretensión de culminar el trabajo de dominación global, luego de la caída de la Unión Soviética, no sirvió para otra cosa, desde el punto de vista político, que para derrumbar toda la lógica del sistema internacional basado en las reglas dispuestas en el mundo tras la segunda guerra mundial; parte de la crisis que vivimos hoy y que trata de ser graduada con diversos dispositivos doctrinarios: sanciones, guerras, utilización de Naciones Unidas como factor de agresión hacia cualquier bloque amenazante, entre otros.
Pero lo que sí ocurrió fue que ese proyecto globalizador coadyuvó mucho en el campo económico para el crecimiento de naciones como Rusia y China, quienes aprovecharon a fondo la oportunidad para erigirse en Estados muy distintos de lo que fueron 30 años atrás, incrementando su capacidad tecnológica, su expansión industrial, energética y financiera.
Todo esto mientras en Washington procuraban modelar a punta de plomo el planeta, haciendo énfasis en Oriente Medio después del atentado a las Torres Gemelas el 11 de septiembre de 2001, ejerciendo su poder unilateral con abierto espíritu imperial, saqueando naciones al final de cada jornada de invasión, y dejando todos sus axiomas discursivos (democracia, libertad, derechos humanos, salud, educación) como letra muerta; asuntos sobre los cuales el sistema de Naciones Unidas aplica la clásica: ciega, sorda y muda.
Los tiempos han cambiado en la forma que la existencia ya de un bloque multipolar cada vez más sólido hace presencia como factor de equilibrio mundial, con una visión de desarrollo compartido que es impulsado como lógica de trasvase al caduco sistema internacional basado en reglas, siendo la República Popular China y la Federación de Rusia exponentes que se han unido para dolor de cabeza de los laboratorios de ideas y operadores políticos de esta época en EEUU y Europa Occidental.”
Lo anterior, aún vigente, podría ser más que suficiente si le añadimos la dificultad creciente que puede darse si alguna escalada hacia Beijing resulta en recurrentes fracasos en el campo militar, tanto como en el diplomático y el político, si consideramos que los actores de esa comunidad internacional que pretende mantener su hegemonía exclusiva hoy carecen de la fuerza que exhibían antes de la irrupción de estos dos colosos multipolares.
Tanto es así que sus propios laboratorios de ideas reconocen que instancias como el G7 o la Organización del Tratado del Atlántico Norte OTAN, no poseen las mismas cualidades políticas de fuerza; siendo la guerra de Ucrania un escenario superior de socavamiento por más que pretendan disimularlo en retórica o hechos.
Basta, para hacer ver lo anterior, la afirmación del Ministro de Asuntos Exteriores de la República de La India, Subrahmanyam Jaishankar, quien ha descartado categóricamente la posibilidad de que su país se convierta en miembro de la OTAN, destacando en su declaración que este modelo de organización ya no es aplicable al contexto actual planetario: «Uno de los retos de un mundo cambiante es conseguir que la gente acepte estos cambios y se adapte a ellos. Y aún hoy, y no solo en el caso de esta comisión, lo veo en diversos análisis. Muchos estadounidenses siguen teniendo en la cabeza el modelo del tratado de la OTAN. Ese parece ser el único modelo a través del cual miran el mundo. En realidad, ese modelo no es aplicable a la India».
Entonces uno podría llegar a pensar que existen razones legítimas para que EEUU promueva un desescalamiento de sus amenazas latentes hacia la República Popular China que, en esta fase coyuntural, responde a la no adecuación de Beijing a los planes concebidos y ejecutados hacia la Federación de Rusia. De tal modo que parece demencial pensar en abrir un frente total de conflicto multiforme con la República Popular China, tratando de llevar un proceso de pulso político mezclado entre acercamientos y provocaciones.
La reciente visita de Blinken, quien no sólo se reunió con el mandatario Xi Jinping, sino además con el diplomático de China, Wang Yi, y con el Ministro de Relaciones Exteriores, Qin Gang, dejó en agenda la posibilidad de continuar las conversaciones al tiempo de exigir “mayores compromisos”; lo cual, sin duda, es parte de seguir presionando para que China no sea factor de respaldo sustancial a la Federación de Rusia e incluso abandone su idea de una paz (Beijing llevó a Naciones Unidas una agenda de doce puntos para detener la guerra en Ucrania) que no contenga los propósitos estadounidenses en cuanto al conflicto en Europa del Este.
Sobre esta agenda de encuentros, el departamento de Estado de EEUU emitió un comunicado expresando que:
“… se abordaron una variedad de problemas bilaterales y globales así como oportunidades para explorar la cooperación en desafíos transnacionales compartidos (…) El secretario [Blinken] subrayó la importancia de gestionar de manera responsable la competencia entre Estados Unidos y la República Popular China a través de canales abiertos de comunicación para garantizar que la competencia no se convierta en conflicto y reiteró que Estados Unidos continuará utilizando la diplomacia para plantear áreas de preocupación y defender los intereses y valores del pueblo estadounidense”.
Vale destacar que durante su reunión con Xi Jinping, el Secretario de Estado estadounidense recibió de primera mano la valoración del Mandatario chino: «Espero que a través de esta visita, señor secretario, haga contribuciones más positivas para estabilizar las relaciones entre China y Estados Unidos».
Todo parece normal hasta acá, considerando que ningún Estado abandona de entrada sus posiciones expuestas reiteradamente, y nadie en su sano juicio puede esperar otra cosa que posiciones claras con respecto a temas gruesos como por ejemplo lo es Taiwán, donde aparentemente EEUU respeta la situación jurídica de una sola China, ya reconocida por Naciones Unidas desde hace varias décadas.
Pero, y tomando en cuenta todas las enseñanzas de la historia de la humanidad, los imperios cuando entran en un momento de crisis estructural como le sucede al imperio estadounidense, al observar el socavamiento gradual de su hegemonía exclusiva y su incapacidad creciente de imponer sus designios al mundo; tienden a escalar mucho más o incluso cometer lo que alguien puede valorar como errores fundamentales.
Entonces no podemos descartar que toda esta visita no sea más que una llenada de formulario, o puesta en escena, que luego les sirva de justificación para entrar en una fase de mayor escalamiento bajo el subterfugio del agotamiento de las “vías diplomáticas” para lograr “verdaderos compromisos de China” en las materias propias de la agenda bilateral.
Puede ser, puede no ser, pero la historia del accionar estadounidense está llena de ejemplos de este tipo, llevando de lo diplomático a lo bélico cualquier ejercicio político externo.
Libia tal vez sea la mejor expresión reciente de esto, ya que antes de ser invadida y saqueada, la élite gobernante de ese país encabezada por Muamar Gadafi era bien seducida por Washington y varias capitales de Europa, al punto de financiar campañas electorales y hacer cuanto fuera necesario para ser aceptado por ese club hoy venido a menos en poder y capacidad.
El resultado está a la vista: Gadafi asesinado, Libia saqueada y su pueblo sufriendo las tropelías de sus saqueadores y colonizadores disfrazados de libertadores y demócratas.
Por supuesto que las diferencias entre Libia y China son abismales; pero el rol que hoy juega el gigante asiático desafía claramente la exclusividad hegemónica estadounidense al tener mayores y mejores relaciones en todo el mundo; especialmente en una América Latina donde desde hace rato tienen mayores inversiones estructurales que la propia Nación del norte.
Tal vez, al considerar esto, y otras cuestiones observadas, el doble rasero entre una narrativa de desescalamiento y provocaciones hacia Beijing; marque el corto tiempo entre esta visita de Blinken y los pasos próximos de Washington.
En estas tácticas se inscriben las palabras del Presidente de EEUU, Joe Biden, durante un acto benéfico en el Estado de California, casi reventando los resultados de la agenda de Blinken en Beijing, por llamar dictador al Presidente de China con la siguiente perla: «La razón por la que Xi Jinping se molestó mucho, en términos de cuando derribé ese globo con dos furgones llenos de equipo de espionaje, fue que él no sabía que estaba allí. Eso es una gran vergüenza para los dictadores, cuando no saben lo que pasó».
Quien piense que esta provocación es parte de la agenda interna de campaña en EEUU, desconoce la historia universal de su presencia imperial durante más de cien años, dejando abierta la interrogante planteada arriba sobre los verdaderos propósitos de la visita de Blinken a Beijing.
Nada ingenuo parece haber en esa jugada. El tiempo nos lo dirá.