Las mutaciones del caso Wagner
Hasta el viernes: mercenarios de Putin
El aparato comunicacional del ahora llamado Occidente Colectivo no necesita de mucho tiempo para cambiarle el rostro, la imagen; o la reputación a ningún país, partido, empresa, grupo o persona. Puede hacerlo en un abrir y cerrar de ojos, según su conveniencia. El caso del ejército mercenario Wagner es un ejemplo vivo de eso.
Hasta el pasado sábado, este grupo había sido uno de los enemigos declarados de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), catalogado de terrorista, factor armado irregular pagado por Vladímir Putin y, por tanto, una organización criminal de la peor ralea.
Si se hace una búsqueda en el historial de este actor político euroasiático solo se encontrarán denuestos y denuncias.
Era, a todas luces, un componente del eje del mal. Incluso, llegaron a meter a Venezuela en ese paquete, pues pueden encontrarse notas emanadas de agencias de noticias globales en las que se dijo que Wagner había enviado a unos matones a proteger al presidente Nicolás Maduro en 2019.
El sábado temprano: libertadores de Rusia
Literalmente, de la noche a la mañana, ocurrió la primera mutación milagrosa. De pronto, la gran maquinaria creadora de narrativas encabezada por el imperio estadounidense amaneció pro-Wagner.
Ante el hecho de que la corporación armada paraestatal se había alzado contra Putin y avanzaba hacia el Kremlin, los medios occidentales alucinaron, deliraron de emoción. Hablaron de un inminente golpe de Estado y de la consecuente división de Rusia en varios países, el sueño húmedo y el proyecto concreto del centro de pensamiento RAND, asesor del Pentágono, un plan que viene avanzando desde el derrocamiento del gobierno ucraniano en 2014, el llamado Euromaidán.
En ese momento del relato, Wagner y su jefe, Yevgueni Prigozhin, habían sido encumbrados a la categoría de héroes planetarios y libertadores de Rusia. Todas las acusaciones previas quedaron borradas en el acto, junto con las palabras mercenarios y terroristas.
Occidente Colectivo apostó todo a la ficha del grupo que, hasta hacía unas horas, era poco menos que un hatajo de demonios, expresidiarios y mercaderes de la muerte.
En este período, la fábrica de posverdades y noticias falseadas operó a máxima capacidad, al punto de que corrieron por el mundo imágenes en las que los miembros del ejército privado se enfrentaban en cruentas batallas con las fuerzas a las que se calificaba de “aún leales a Putin”, haciendo ver que pronto dejarían de serlo.
También difundieron versiones según las cuales Putin había huido despavorido de Moscú y que pronto estaría preso y sería llevado ante la Corte Penal Internacional.
El sábado en la noche: otra vez terroristas
La excitación del aparato comunicacional otanista se fue debilitando cuando circularon las primeras informaciones de que Prigozhin había llegado a un acuerdo con el presidente de Bielorrusia, Aleksandr Luckashenko (quien actuó como negociador de Putin), y estaba ordenando el repliegue de sus tropas.
Se esfumaron velozmente las esperanzas de que la OTAN emergiera como ganadora de la guerra proxy de Ucrania mediante un espectacular y sorpresivo jaque al rey en el mismísimo Moscú.
Y con igual rapidez se disiparon los adjetivos laudatorios de la prensa occidental para Wagner y su jefe.
El castigo aplicado por los medios antirrusos fue devolverle a la peculiar agrupación paramilitar los mismos calificativos que tenían antes del sábado: mercenarios, asesinos, cómplices de Putin y otros por el estilo.
Como en la historia del parto de los montes, la gigantesca montaña noticiosa terminó dando a luz un ratoncito. Ocurrió algo parecido a lo del 30 de abril de 2019 en Caracas. Sólo faltó el guacal de plátanos verdes, pero de eso se encargaron los bromistas autores de memes en Twitter y otras redes sociales.
El domingo: derrotados, pero ganadores
Superada la ebriedad tempranera del sábado, y ya con una terrible resaca, los dirigentes de la portentosa maquinaria mediática occidental comprendieron que no podían permitir que Putin emergiera como el ganador de este episodio tan anticlímax.
Entregaron esa responsabilidad a los sesudos analistas geopolíticos y a los superexpertos en asuntos rusos, quienes encontraron una solución estupenda: dictaminaron que aunque Prigozhin reculó sin dar oportunidad a mostrar escenas de guerra civil, matanzas y bombardeos, puede considerársele el gran ganador y, por consiguiente, Putin sería el gran perdedor.
Alegaron que la acción de Wagner puso en evidencia la manifiesta debilidad de Putin y el resquebrajamiento de su estructura de poder mercenario y corrupto.
Como prueba señalaron que el presidente ruso tuvo que dar su brazo a torcer y comprometerse a no tomar medidas contra los alzados.
No pudieron ocultar su depresión porque no haya ocurrido un desenlace sangriento y fratricida, como tanto les gustaría a Estados Unidos y sus socios-lacayos de la Unión Europea. Entonces, dedicaron todos sus esfuerzos a convencer a sus huestes de que no hicieron el ridículo.