Muchas veces escuchamos decir, o leemos, que pueblo que ignora, que desconoce su historia, está condenado a repetir sus errores. No se sabe a ciencia cierta el autor de la frase. No importa.
Importa que los pueblos, la humanidad toda, pese a la certeza encerrada en la frase, en lo elocuente, solemos repetir los errores.
¿Por qué? ¿No nos interesa la historia? No. Si nos interesa. El problema es que, como casi siempre, los vencedores escriben la historia, pero también, quienes controlan las sociedades. Quienes la controlan a través de la educación formal (universidades, academias, editoriales que generan contenidos de todo tipo); la controlan, de manera más eficiente, a través de la recreación (cine, televisión, plataformas digitales).
A quienes controlan las sociedades no les interesa que conozcamos la verdadera historia. Les interesa manipularla para sus fines. Pero el desarrollo tecnológico abre resquicios para la comunicación, para una cultura alterna, para crear conciencia. A veces, las pugnas entre las élites también abren espacios para nuevas narrativas. Y, cómo no, también el emerger de nuevos poderes.
Eso lo estamos viendo en estos momentos, en la pugna entre los nuevos poderes emergentes y el establishment actual, que se resiste a perder su hegemonía.
El hegemón usa sus peones, no son aliados, para intentar que su condición, sus privilegios y ventajas, perduren la mayor cantidad de tiempo.
Por eso, lo decimos una vez más, crearon esta guerra de la OTAN contra Rusia. En esta guerra de Washington, amo y señor de la OTAN, contra Moscú, pero que apunta también a Pekín, Estados Unidos se ve inmersa en una serie de hechos, errores, que les costó sortear, por ejemplo, hace poco en la historia, cuando se involucró en la guerra de Vietnam.
Hace unos meses, en abril, la BBC, su versión en español, publicó un trabajo sobre la guerra de Vietnam, sobre algunos factores que obligaron a Estados Unidos a capitular.
Entre ellos mencionaban la incapacidad de EE. UU. para asegurar un gobierno estable y eficiente en Vietnam del Sur, que contara con el apoyo y la confianza de la mayoría de la población.
El ejecutivo de Ngo Dinh Diem, presidente de Vietnam del Sur desde 1955 hasta su asesinato en un golpe de Estado en 1963, se caracterizó por la corrupción generalizada y la represión, en especial contra los practicantes de la fe budista, mayoritaria en el país, afirma el trabajo.
En otro párrafo, remarcan que Vietnam fue la primera guerra importante televisada y documentada a través de los medios.
Imágenes brutales, como las de My Lai o de niños abrasados por el napalm en otras partes de Vietnam, conmocionaron a los estadounidenses y desmontaron gradualmente el argumento oficial de que se estaba librando una guerra por la democracia y contra un enemigo carente de moral.
De acuerdo al reportaje, a la presión ciudadana contraria a seguir involucrados en la guerra, se sumó el enorme coste de la guerra, estimado en US$ 120.000 millones entre 1965 y 1973, una enorme carga para las finanzas estadounidenses que limitaba las inversiones en ámbitos más productivos para el país.
Citan al historiador Mark Lawrence, profesor de la Universidad de Austin y autor de varios libros sobre la guerra de Vietnam, cuando señala que «la controversia interna en Estados Unidos dejó patente que los líderes políticos de 1968 debían encontrar la manera de sacar a los Estados Unidos de la guerra…Políticamente no era factible seguir combatiendo de forma indefinida, por lo que el movimiento contra la guerra llevó a los líderes estadounidenses a cambiar sus planes y buscar una solución».
Eso les dejó la historia. Lo debieron afrontar y sortear de la mejor manera posible, pero les dejó secuelas. Por ejemplo, la visibilización de la guerra a través de la expansión de los medios, dejó en el pueblo norteamericano un rechazo a los conflictos armados. No les gustó nada, les causó espanto ver los cadáveres de sus soldados volver a casa en bolsas negras.
Por eso, a partir de allí, cuando se han involucrado en guerras, han usado a terceros en las llamadas guerras “proxy”, o, vía ejércitos privados, mercenarios, que ellos, eufemísticamente, prefieren llamar “contratistas”.
Tener la opinión pública mundial, pero sobre todo la nacional, en contra, es una forma de ir perdiendo la guerra.
En este punto, más allá de los esfuerzos en la corporatocracia mediática global, en el complemento vía las llamadas redes sociales, les resulta difícil posicionar la figura de Volodimir Zelensky, un tipo impresentable.
¿Cómo explicar que critiquen el nazismo, y luego respalden, armen, apoyen financieramente, a un régimen neonazi como el de Ucrania? ¿Cómo explicar que respaldan a un régimen comprobadamente corrupto? Las denuncias entre los ministros y funcionarios de Zelensky por robarse la ayuda que les brindan desde occidente, son públicas y notorias.
Muchas de las armas que les envían terminan en el mercado negro en el Medio Oriente, África, o en manos de los carteles de narcotraficantes.
¿Afecta esto la narrativa hegemónica? ¿Daña su credibilidad? ¡Evidentemente!
En Estados Unidos hay problemas sociales graves. Aumenta el número de personas viviendo en las calles, de suicidios, de daños en infraestructura. ¿No es acaso el incremento de accidentes ferroviarios un síntoma de ello? ¿No es, acaso, el incremento de saqueos y robos a abastos y tiendas de alimentos otro síntoma?
Los políticos, como en tiempos de la Guerra de Vietnam, lo saben. Por eso las críticas de Trump al respecto. El ciclo electoral ya comenzó, no lo olvidemos.
Pero, volviendo a la importancia de aprender de la historia, de tener la opinión pública de su lado, Washington cometió un error grave. Anunció que le entregaría bombas de racimo a Ucrania, recibiendo una serie de críticas internas y externas. ¿Por qué?
Porque esas municiones, también conocidas como de dispersión, que pueden tomar la forma de bombas lanzadas desde aviones o proyectiles de artillería, llevan, también, decenas o centenares de submuniciones que se dispersan en un radio entre 200 y 400 metros al abrirse el respectivo proyectil.
Así las cosas, pueden matar y mutilar muchos inocentes de forma indiscriminada.
Sus fabricantes señalan que el margen de error varía entre 2% y 5%, expertos en la materia piensan que va de 10 a 30%. Aquí el gran tema, la gran preocupación, es que muchos artefactos no explotan en el terreno, pero si lo hacen después suponiendo un terrible peligro para la población civil, principalmente niños.
El Comité Internacional de la Cruz Roja señaló que en Laos han muerto por ello 10 mil civiles.
Pese a ello, la Casa Blanca enviará esas municiones. ¿No aprenden de la historia? ¿Desprecian la opinión pública? ¿No les importan las consecuencias? ¿Por qué lo hacen?
Karen Kwiatkowski, ex-analista del Pentágono, piensa que es una estratagema, casualmente del Pentágono, para “vaciar el viejo inventario, para diseñar y vender nuevas armas, más rentables, que sirvan a un propósito militar similar: aterrorizar a las poblaciones y frenar un avance militar».
«El interés del Pentágono —prosigue— parece estar en deshacerse de las municiones almacenadas, y es honestamente difícil deshacerse de estos proyectiles de racimo con fines de lucro, ya que muchas naciones los han prohibido».
«Esta decisión de EEUU y la flácida aceptación de la misma por parte de la OTAN, contraria a las políticas de muchos Estados miembros de la OTAN, constituye el último ejemplo de extrema hipocresía, y está siendo observada y comprendida exactamente por eso por toda Europa, así como por el resto del mundo», expresó Kwiatkowski.
También se pronunció en ese sentido ‘The New York Times’; en un comentado editorial criticó que la Administración de Joe Biden decidiera suministrar esas municiones a Ucrania.
«Frente a la condena global generalizada de las municiones de racimo y el peligro que representan para los civiles mucho después de que terminen los combates. Esta no es un arma que una nación con el poder y la influencia de Estados Unidos deba propagar», dijo.
«Por más convincente que pueda ser usar cualquier arma disponible (…), las naciones que pertenecen al orden internacional basado en reglas, han buscado cada vez más trazar una línea roja contra el uso de armas de destrucción masiva; o armas que representan un riesgo severo y persistente para los no combatientes. Las municiones de racimo pertenecen claramente a la segunda categoría», señala en otro párrafo.
«El mayor problema aquí es compartir un arma que ha sido condenada por la mayoría de las naciones del mundo, incluida la mayoría de los aliados cercanos de Estados Unidos, como moralmente repugnante por la carnicería indiscriminada que puede causar mucho después de que los combatientes se hayan ido», explican.
Por cierto, ese tema fue ignorado en la Cumbre de la OTAN, efectuada en Lituania del 11 al 12 de julio. La reunión, a la que Zelensky llegó con bravuconadas incluidas, sirvió para que Occidente siguiera con su ya mencionada hipocresía.
Hablaron de no incorporar a Ucrania al bloque hasta que resuelvan el conflicto con Rusia. Ucrania, pese al anhelo de su presidente, no está incluida en la OTAN, no pertenece a la UE, pero recibe miles de dólares en ayuda y muchas armas.
En el evento se prosiguió con las líneas dictadas por Washington respecto a Rusia, pero también, a China.
En efecto, quienes rigen los destinos de esos países, durante una declaración el 11 de julio, manifestaron que la profundización de relaciones entre China y Rusia contradice los intereses y los valores de la OTAN.
Jens Stoltenberg, secretario general de la OTAN, expresó que los miembros de la Alianza decidieron enfrentar conjuntamente la creciente influencia y poderío militar de China, pues significa un desafío al orden mundial. Los miembros de la OTAN, dijo, critican que Pekín no censure a Rusia en su guerra con Ucrania y que amenace a Taiwán. Critican que China acreciente su poderío militar y modernice aceleradamente su arsenal nuclear.
Ante ello, Wang Wenbin, vocero de la Cancillería china, dijo que su país instaba «a la OTAN a que dejara de dirigirle a China acusaciones infundadas y declaraciones provocadoras, y renunciara a la errónea mentalidad de la guerra fría».
Segùn dijo: «la OTAN, siendo una alianza militar que posee las más poderosas armas nucleares, durante los últimos años practica la diplomacia del ‘altoparlante’, inflando de modo irresponsable la amenaza nuclear china… Esa hipocresía no deja de preocupar seriamente a Pekín”.
Wang Wenbin no eludió el tema de la península coreana. Desde su perspectiva, la OTAN, al criticar el programa nuclear de la República Popular Democrática de Corea (RPDC), menosprecia la esencia de este problema y las consecuencias negativas que puede tener la política de doble rasero aplicada por varios países en la esfera de la no proliferación nuclear. .
«El problema de la península de Corea tiene un carácter político y de garantía de seguridad; exige a las respectivas partes atenerse a la iniciativa de «doble congelación», para promover paralelamente el mecanismo de solución pacífica del conflicto y el proceso de desnuclearización», indicó.
Otro tema que generó interés fue la supuesta incorporación de Suecia a la OTAN, teniendo en cuenta que Turquía habría decidido ceder en su negativa a sumarla.
Se especuló mucho que Turquía accedería, siempre y cuando se aceptara su integración a la UE. Claro, se asume que Washington, interesada en sumar a los suecos, presionaría a los europeos para que acepten a los turcos.
Al final, como en el caso de Ucrania, no hubo respuesta. Todo quedó para una nueva reunión. Turquía dijo que ellos responderían definitivamente en octubre.
Por si fuera poco, un día después que finalizara la cumbre, el primer ministro de Hungría, Viktor Orban afirmó que la OTAN no debe enviar armamento a Ucrania, ni implicarse en conflictos en el territorio de otros países.
«La postura húngara no cambió y la presentaremos: en lugar de enviar armas a Ucrania, debemos lograr la paz. Debe haber un alto el fuego y las negociaciones de paz deben comenzar lo antes posible», insistió.
Dijo que su posición es clara y responsable porque la guerra transcurre en «su vecindad y decenas de miles de húngaros están en peligro inminente, porque viven en la región de Transcarpatia».
Occidente pierde la narrativa, pierde en el terreno militar con Rusia. Occidente, Europa básicamente, arrastrada por Washington, pierde importancia en el nuevo mundo emergente. Las contradicciones en la UE son cada vez mayores. Los gobiernos se tambalean, surgen movimientos nacionalistas, muy derechistas, que hacen impredecible lo que pueda ocurrir. A eso le sumamos las denuncias, cada vez más certeras, de corrupción en la burocracia en la UE, con von der Leyen a la cabeza.
En fin, el racimo de errores en la Casa Blanca, la sumisión de Europa a Washington, les depara un feo futuro.